4 Capítulo 4: El hombre del mañana

El vuelo de Superman lo ubicó entre la estructura que continuaba cayendo y la superficie donde se hallaban las personas que huían. Era una pulga comparado con la enorme estatua, el hombre de acero extendió ambos brazos con las palmas abiertas presionándolas contra la mole del coloso.

El esfuerzo de Superman ralentizó la inminente caída del monumento, pero su peso descomunal hizo que su destino continuara inalterable.

Entonces una parte de vidrio de la estructura se desprendió y cayó en dirección a una madre y sus dos hijos que corrían por sus vidas.

Era una muerte segura.

Los ojos de Superman brillaron al rojo vivo y un destello calentó el vidrio a un grado tal que lo redujo a nada.

La madre y sus hijos huyeron junto a los demás. Superman les dio el tiempo suficiente para que pudieran alejarse de la zona de peligro y ponerse a salvo.

Más tranquilo por las personas que se alejaban el superhéroe pudo dedicar toda su atención al monumento que seguía en caída. Concentró sus fuerzas, empujando hacia arriba, sus músculos temblaban, esforzándose como Atlas sosteniendo el cielo, esforzándose aún más allá de sus propias capacidades, de alguna manera tratando de frenar la caída. Hasta que...

Increíblemente, Superman logró frenar el monumento.

La mosca continuaba su duelo contra la fuerza aplastante. El monumento comenzaba a enderezarse.

La estructura retumbaba horriblemente en el esfuerzo que hacía, el metal gritaba, y así lenta, pero segura, la gran dama volvía a ponerse en pie.

Cuando el monumento se encontraba nuevamente vertical voló hasta la base del monumento donde se hallaba el agujero ennegrecido dejado por la explosión.

La siguiente fue una hercúlea labor de levantar vigas, doblar resistentes metales y fundir con su visión calorífica diferentes puntos de la estructura para asegurar que esta se mantuviera sin ser un peligro mortal. Una improvisada labor de ingeniería ejecutada con presteza e ingenio que resultaba suficiente por el momento.

Así es como el hombre de acero salvó el brillante monumento a la libertad. Envuelta en una densa nube de humo negro, terriblemente herida, pero orgullosamente de pie.

♣ ♣ ♣

Donde había tenido lugar el accidente del todoterreno se había formado una multitud ruidosa y enojada. Exigían justicia brutal e inmediata contra el autor del atentado.

El mecánico, que había sido el primero en llegar donde estaba el terrorista, lo había sacado con brusquedad del vehículo y lo había arrojado a la calle ofreciéndolo a la vista y a los insultos de la gente.

Su pasamontañas le había sido arrancado y se podía ver que era un hombre de cabello rubio y tez rojiza.

El mecánico furioso le dio repetidos golpes y patadas, el terrorista a duras penas trataba de protegerse, mientras la gente le animaba a continuar con las agresiones.

El grupo se hacía más numeroso a medida que más personas se acercaban a presenciar la golpiza. "Que bien", "se lo merece", "sin piedad", eran las expresiones que se escuchaban.

-¡Él puso la bomba! ¡Él fue! -gritó un adolescente mientras se acercaba a darle una patada en la cabeza.

El mecánico caminó con el paso apurado hasta la parte trasera de la grúa y al momento volvió blandiendo un pesado tubo de plomo.

La multitud lo alentaba a gritos.

Levantó la pesada tubería, furioso, listo para descargarla sobre el cráneo del terrorista.

Una voz surgió de arriba. Por encima de todos.

-¡Deténganse!

La tubería se volvió caliente en la mano del hombre y antes de que ardiera al rojo vivo la dejó caer. El metal hizo un ruido seco al golpear el concreto. El mecánico retrocedió y las personas miraron hacia arriba...

Al hombre que descendía extendiendo los brazos, disminuyendo la velocidad cuanto más se acercaba al suelo. Cuando sus botas tocaron la superficie observaron que sus ojos fulguraban con un rojo brillante.

avataravatar
Next chapter