18 Capítulo 18: El Sepulcro

En lo profundo de la noche un hombre cavaba en una tumba con gran esfuerzo y urgencia. Cada golpe de la pala hacia un ruido monótono, que unido al jadeo del hombre era lo único que se escuchaba en varios metros a la redonda.

Ese hombre era el Caballero de la Noche. Y el lugar, el cementerio de Gotham.

El sudor recorría su rostro enmascarado. De pronto la pala chocó contra una superficie dura de madera. Batman arrojó la pala y ansiosamente se puso de rodillas. Sus manos enguantadas arañaron la tierra tocando los bordes de un ataúd negro.

Ayudado por una palanca se dispuso a abrir el sepulcro. La suciedad se agitó cuando la tapa del ataúd se movió. Y comenzó a levantarse lentamente. Ni siquiera el Caballero Oscuro pudo evitar sentir un inusual temblorcillo en ese momento.

Batman tuvo un extraño presentimiento mientras escuchaba el tétrico crujido del ataúd al abrirse.

Primero fue algo lento, pero súbitamente del fondo del féretro surgió una cara chillona y malévola...

¡Era una cara gigante de payaso!

Movido por un resorte y balanceándose de un lado a otro con su piel blanca y su cabello verde como burlándose del lugar donde se hallaban. Una risotada surgió de esas fauces descomunales.

Inmediatamente Batman blandió la palanca y le descargó un furibundo golpe aplastando la cara de papel mache del carcajeante payaso. El monigote se balanceó moribundo por unos momentos hasta que su risa pesadillezca se silenciara por completo.

Batman miró vigilante a todos lados. Sus ojos se pasearon por los sepulcros que había a los alrededores, atento a cualquier movimiento que pudiera manifestarse, aunque sea mínimamente.

Nada.

Entonces, ya cubiertos los alrededores, tomó la caja con la cara de payaso destrozada y la arrojó fuera de la tumba. Luego con cierto recelo se acercó a mirar el fondo del cajón, escuchando su propia respiración agitada.

El ataúd estaba vacío.

Su boca adquirió una mueca de ira y tal vez algo de desconcierto, ¿quién movía los hilos en esa trama tan absurda y sangrienta?

Minutos después el batimovil se alejaba a toda prisa del cementerio. Los árboles a esas horas, por la oscuridad y la brisa que soplaba, adoptaban caprichosas formas que tenían un cariz amenazante.

El auto cruzaba la solitaria pista, levantando a su paso las hojas que el otoño dejaba como obsequios, cuando el rostro de Alfred Pennyworth apareció reflejado a un costado del parabrisas.

–Ha habido un disturbio, señor, como lo había predicho. En la plaza del ciudadano.

Batman no respondió, solamente cogió con mayor fuerza el volante, mientras el motor hacia un rugido que denotaba que se hallaba en su máxima capacidad. Los ojos del cruzado encapotado se mantuvieron fijos al frente. Con una determinación oscura y rabiosa.

En la plaza del ciudadano un monumento histórico de la ciudad era robado. En el cartel se podía leer: "Batiseñal".

La antigua señal del murciélago era exhibida como un recuerdo, pero ahora ya sin pernos era levantada por un montacargas operada por dos individuos. Individuos extraños y misteriosos, ambos eran demasiado altos, demasiado delgados y llevaban un esmoquin idéntico. Sin embargo, no alcanzamos a ver sus rostros.

Una luz estroboscópica parpadeante de color rojo y azul iluminaba la escena del crimen. Esa luz provenía de dos patrulleros con las puertas abiertas que estaban estacionados a unos metros y que parecían estar abandonados a su suerte. Y ciertamente así era. Los agentes que habían acudido al llamado yacían inconscientes en el suelo, claramente se habían enfrentado a rivales más rápidos y efectivos que ellos.

Mientras tanto los extraños individuos continuaban con su labor, habiéndose repartido eficazmente el trabajo. Uno de ellos guiaba el montacargas, el otro conducía. Un trabajo de equipo. Finalmente, depositaron la batiseñal en un vehículo blindado de gran tamaño dispuesto para tal efecto.

En ese momento el batimovil se detuvo patinando. Sus deslumbrantes focos iluminaron a los dos tipos. Apenas el vehículo detuvo su marcha el capo se abrió dejando paso a Batman quien saltó fuera del coche y avanzó mirando a los agentes tendidos en la acera.

–Eso es propiedad privada –amonestó a los silenciosos sujetos apuntándolos con un dedo.

Batman agarró por el hombro a uno de estos hombres y lo hizo girar hacia él. Su apariencia era inquietante: Su rostro era pálido; sus ojos eran negros y malvados; y sus labios estaban cosidos.

El estrambótico ser se balanceó rápidamente, liberándose de la mano de Batman y lanzándole un potente golpe, pero este fue más rápido aún y esquivó la agresión. Teniéndolo a su disposición Batman lo atacó con la palma de la mano abierta en el cuello, el impacto hizo un feo sonido seco.

Luego Batman sacó un garrote de su cinturón de herramientas y atacó repetidas veces al tipo golpeándolo en la cara de un lado a otro. Con salvajismo. Y de una patada final lo lanzó volando contra la pared.

Un gruñido llegó a sus oídos desde lo alto y ágil como un veloz depredador lanzó al aire una patada voladora hacia arriba, hacia el otro sujeto que saltaba hacia él desde el montacargas como una cosa monstruosa con los labios cosidos.

Su pie chocó con él en el aire, con tanta brutalidad que el murciélago lo hizo girar mientras caían al punto que fue Batman quien aterrizó sobre el ignoto sujeto. Después, dominado por una incontrolable rabia, le descargó poderosos golpes.

–Vaya, vaya, ¿esa es la forma de tratar a mis ayudantes, Batman? –resonó en el lugar una voz masculina y burlona amplificada desde algún punto desconocido.

Batman reaccionó y detuvo la paliza que le daba al desconocido. El lector de rápidos reflejos identificara esta misma voz con la del terrorista enmascarado del atentado contra el monumento a la libertad.

–¡No eres el único caballero con un mayordomo! ¡Tengo a mis sirvientes viernes y sábado!

Al escuchar esto ambos hombres, llamados sirvientes por la voz, se pusieron de pie con una agilidad y velocidad antinatural, lucían imposiblemente imperturbables, pese a los duros golpes que habían recibido por parte del cruzado encapotado.

–Y he cocinado para ellos algunas mejoras –continúo la voz amplificada.

Los sirvientes se movieron hacia Batman, rodeándolo. Este los espero en guardia y vigilante de sus movimientos. Los ojos de los siervos se veían brillosos y hambrientos.

–Muchachos. Paciencia. Pueden comérselo más tarde. Vuelvan al trabajo.

Estos de mala gana se dirigieron a la batiseñal. Batman dejó de preocuparse por ellos y se centró en el origen de la voz, tratando de identificarla. Había algo en ella que le hacía estar seguro de que la había escuchado antes, pero era una posibilidad que se negaba a aceptar en sus adentros.

–Pero, ¿por qué estás tan confundido, cariño? ¡¿No reconoces mi voz?! ¡Permíteme volver a presentarme...!

Batman sintió un estremecimiento cuando la voz cambió, haciéndose más alta y alcanzando una nota repugnantemente reconocible.

–Me conoces porque me hiciste. ¡Me odias casi tanto como me amas! Damas y caballeros...

En lo alto del vehículo apareció una figura que se movió entre las sombras que se creaban a partir de que se ubicaba detrás de las luces de los carros patrulleros. Batman aguzó la vista en vano. No podía apreciarlo con claridad hasta que la figura se moviera hacia la luz.

–Niñas y niños, he aquí, el nuevo y mejorado... el único... ¡El arlequín de horror!

Entonces el misterioso personaje dio un paso hacia adelante quedando iluminado por las parpadeantes luces rojas y azules, con los brazos extendidos, un megáfono en una mano y en la otra un estrafalario bastón de colores.

–¡El Joker!

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