12 Capítulo 12: El regreso del Caballero de la Noche

En la noche profunda de Gotham muy por encima de la ciudad, cinco gárgolas se asomaban temerariamente al precipicio de un rascacielos cuya parte más alta contaba con ornamentos de estilo gótico bastante en consonancia con la arquitectura de los edificios colindantes.

Abajo podíamos ver la calle atestada de tráfico convertida desde esas alturas en un entretenido juego de luces.

Abajo un vagabundo guiaba su sobrecargado carrito de despojos por la acera del edificio. Al levantar la vista se podía observar un rotulo de considerable tamaño con la inscripción: BANCO NACIONAL DE GOTHAM.

En el interior del banco se presentaba un cuadro por demás singular. Unas cuerdas subían por un agujero irregular en el suelo de mármol. Más allá del hueco había huellas mojadas que llegaban hasta piezas dispares de un equipo para romper cajas fuertes en la bóveda del banco que se hallaba inusualmente... abierta.

-Charlie, el tuerto, tuvo una pesadilla con Batman -se escuchó decir al interior de la bóveda.

Dentro de la bóveda vemos aguardando agachados a un joven ladrón junto al líder del equipo (que es quien acababa de hablar). Mientras un tercer ladrón usaba un soplete tratando de abrir una de las cajas de seguridad. Tenían trajes negros y gafas para la oscuridad.

-Como sea -dijo el ladrón joven en respuesta a las palabras del líder.

-¿Recuerdas el tipo de miedo que te daba cuando era pequeño? -continúo, sin embargo, el cabecilla del grupo de criminales.

-Historias de fantasmas, papá. No creo que nunca haya existido un Batman.

-Ahogándote, suplicando, asustado. Eso es lo que te haría sentir.

-Así que un loco salió corriendo con las alas de murciélago puestas. ¿Y qué? Entonces se le dispara. Explosión. Hecho.

Un seguro de caja fuerte cayó al suelo haciendo un sonido tintineante. Los tres ladrones se miraron triunfantes y satisfechos.

El más joven del grupo sacó un cajón de dentro de la caja fuerte y al abrirlo los tres miraron con ojos codiciosos que estaba repleto de brillantes diamantes.

Fue el líder quien aseguró los diamantes en su mochila. No podían estar en lugar más seguro, según su opinión. Además de que tampoco confiaba en sus secuaces.

Ya afuera de la bóveda el líder y el ladrón joven esperaban que el tercero del grupo se adentrara en el agujero del suelo cuando una sombra cruzó desde arriba. El líder levantó la vista alarmado.

-¿Qué pasa? -le preguntó el joven.

-Nada... no pasa nada.

El líder fue el último en bajar a ese laberinto de conductos redondos. Encendieron las luces de alta densidad de sus gafas. Solo material de primera.

La luz del líder reconocía una línea de pintura en aerosol en la pared de la tubería. La carretera de evasión.

-Bien -habló con voz de mando-, pongámonos en marcha.

Los tres caminaban con el agua hasta los tobillos. Aceleraron el paso, salpicando el agua, ahora trotando, girando aquí, girando allá. Siempre guiados por la pintura brillante a través de esos pasadizos interminables.

Esa confusión de cloacas.

El líder pasó a través de una boca de tubería contigua, luego fue el turno del joven ladrón y, finalmente, cuando el tercer ladrón se disponía a seguirlos... algo negro y terrible saltó sobre él envolviéndolo. Apenas tuvo el tiempo de articular un breve grito de desesperación o un pedido de ayuda y desapareció como si nunca hubiera estado detrás de ellos.

El líder y el ladrón joven echaron a correr, ignorando lo que había pasado con su compinche -aunque en realidad muy poco les importaba el saberlo-. Sin embargo, pese al miedo que sentía el joven se fue deteniendo, disminuyendo la velocidad, mirando hacia atrás.

-Oye, oye. Detente.

El líder que iba más adelante se detuvo para unirse a su socio. Miraba a todas partes desconfiado y cauteloso. Las luces revelaron únicamente el túnel vacío detrás de ellos.

-¿Adónde se fue? -preguntó el más joven.

El líder dio una última mirada y meneando la cabeza fue hacia adelante. Aquello era demasiado para él. El otro ladrón se quedó mirando un momento más, con mejor predisposición que su jefe a enfrentar lo que sea que sucediera. Sin embargo, al no ver nada siguió el ejemplo del líder y fue tras él.

No tardaron en llegar a una intersección de tuberías. Cuatro vías. Con el agua hasta sus rodillas. El jefe giró buscando la luz brillante..., pero el rastro de pintura se había ido abruptamente.

-La borró. Él. ¡Borró la pintura! -desgañitándose descontroladamente el líder exteriorizaba su frustración.

-¿De qué estás hablando? ¿Él, quien?

El líder empezaba a recobrar la cordura.

-Está bien, está bien, es este... -apuntaba en una dirección-. Vamos este es el camino.

-¡No! -le gritó su secuaz- ¡Ya pasamos por aquí!

Pero el líder ya avanzaba por el pasaje que había elegido. El joven sacó su pistola y avanzó en otra dirección decidido a hallar la salida.

Pero a medida que avanzaba por las diversas tuberías su determinación se fue minando y empezó a acelerar sus pasos hasta que pronto se vio corriendo asustado y tropezando en su camino, quedando empapado por completo por el agua cochina de las alcantarillas. Corre muchacho.

Y es entonces que unos pasos más adelante una capa oscura cae desde un tubo vertical. ¡Bloqueando el camino!

El ladrón se quedó cara a cara con Batman. Aterrorizado, temblando, incapaz de formar palabras.

-Usa tu arma -le ordenó la forma de pesadilla que tenía frente a él.

Ante estas palabras el criminal reaccionó y confiado en el poder que le daba el arma que tenía en la mano levantó la pistola y apretó el gatillo varias veces, pero Batman desvió los disparos con su antebrazo y las balas rebotaron en las paredes de la tubería.

-Demasiado tarde -le dijo el caballero oscuro antes de golpearlo en la cara con salvajismo, lanzándolo hacia atrás inconsciente.

Batman había sentido la solidez del golpe. Miró su mano. Se siente bien.

En otro lugar el líder daba un grito desesperado al encontrarse en un callejón sin salida. Dudaba completamente de que ruta debía seguir ahora en adelante, sabedor que se encontraba extraviado en ese oscuro y nauseabundo laberinto.

Y fue ahí cuando escuchó resonando por los pasillos el grito espeluznante del ladrón joven al ser noqueado. El líder giró. Maldito. Sacó su arma, envalentonado y decidido a enfrentar a la oscuridad que se extendía más allá de la luz de sus gafas como el amo absoluto de todo.

Le pareció ver algo en la negrura total y abrió fuego repetidas veces.

Click, click, click...hasta que el arma quedó vacía.

-Solo somos tú y yo ahora.

Sin poder ver aún al dueño de esa voz. El líder arrojó el arma por la tubería y luchando por quitarse la mochila, levantó las manos. Era una ofrenda de paz y rendición incondicional.

-Yo me rindo. Me rindo.

-Deberías llevar a tus amigos al hospital -le sugirió la misma voz grave-. Las fracturas compuestas pueden ser lesiones muy sensibles al tiempo.

Batman surgió a la luz, acechando lentamente hacia adelante.

-Ya te lo dije... yo... ¡Me rindo!

Batman giró y pateó al criminal en el estómago haciéndolo volar hacia suciedad.

-Aún no.

El líder movido, muy a su pesar, por su instinto de supervivencia se mueve buscando defenderse, pero Batman lo aplasta contra las húmedas y solidas superficies de la tubería. Se puso de pie un momento, el suficiente para escuchar el gruñido del ser que tenía delante.

Batman descargaba rabia con cada golpe. Finalmente, lo botó a un costado, ensangrentado. Se inclinó hacia él.

-Solías correr con el Joker, así que eres mi hombre, Eddie. Corre la voz... Batman vive. Y quien se haga pasar por el príncipe payaso... su sangre se derramará - aún más cerca de él-. Es hombre muerto.

El líder solo pudo gemir saboreando la sangre que tenía en la boca.

Batman tomó lo mochila con los valiosos diamantes. Más tarde el Banco de Gotham los tendría de vuelta.

El cruzado encapotado se perdió en la oscuridad.

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