38 Capítulo 38 — Amo—Esclavo — Parte 3

Translator: Nyoi-Bo Studio Editor: Nyoi-Bo Studio

Vivian se despertó repentinamente debido al estruendoso sonido que cayó sobre la tierra. Se sentó en la cama mientras el sudor cubría su frente, mechas de pelo pegadas a los lados de su sien y en la parte posterior de su cuello.

¿Fue un sueño? Insegura, tiró las sábanas y se levantó de la cama, abriendo rápidamente la puerta, caminó apresuradamente hacia la ventana desde donde había visto a Leonard y a su tío matarle a Paul y a su familia. Limpió la neblinosa ventana, acercándose lo más que pudo para ver como la lluvia seguía cayendo del cielo.

No había nadie a la vista. Vivian sintió que una ola de alivio se desbordaba dentro de sí, al no ver a nadie parado allí afuera al todo o partes de los cuerpos esparcidos en el suelo. Al cerrar los ojos, sintió que su respiración volvía gradualmente a la normalidad. Y aunque no era más que una pesadilla que su mente había inventado después de los acontecimientos del día, no pudo quitarse la sensación de que algo como lo que había soñado podría ser posible.

Paul había sido acusado de matar a la familia de sangre pura por el concejo, en presencia del Lord de Bonelake, así como de Leonard, que era el Duque. La muerte era la pena y el mayordomo no era el único que pagaría el precio de su crimen. Según Lord Nicholas, toda la familia de Paul sería ejecutada frente al pueblo para asegurarse de que nadie se atreviera a cometer otro crimen como este de nuevo.

Ella sabía bien que Paul nunca haría algo así. Él era inocente a sus ojos. Un hombre que había dado la mayor parte de su vida a su familia, ¿por qué mordería la mano que le da de comer? No le pareció bien. Cuando la ventana empezó a empañarse nuevamente, Vivian decidió hablar con Leonard al respecto. O tal vez hablar con Paul, ya que faltaba una semana para que se llevara a cabo la ejecución. Si ella pudiera averiguar lo más antes posible cuál era la verdad, muchas vidas inocentes serían salvadas o castigadas.

Truenos y relámpagos cayeron de nuevo, la luz se reflejó en su cara, estaba lista para volver a su habitación cuando sintió que su corazón saltó hasta su garganta.

Leonard estaba de pie en el pasillo, callado y todavía mirándola sin decir una palabra. Su cara no reflejaba luz sino oscuridad, Vivian podía ver que sus ojos estaban vacíos debido a la pérdida de sus padres. Era como si hubiera perdido el camino de vuelta a casa y su apariencia le rompió el corazón. Ella quería estar ahí para él, para apoyarlo con lo que estaba pasando.

Cuando empezó a caminar hacia ella, Vivian tragó suavemente y empezó a avanzar en su dirección.

—Mi habitación necesita estar llena de troncos —dijo Leonard en tono monótono cuando se pusieron de pie frente a frente.

Vivian inclinó la cabeza.

—¿Quieres que te ayude en algo más?

Levantando la cabeza, se dio cuenta de que él la miraba con ojos firmes. Los segundos pasaron con palabras tácitas, hasta que él respondió con un no y pasó junto a ella y se dirigió a su habitación. Vivian se mordió el labio, volviéndose para ver su silueta desaparecer en la oscuridad.

Después de sacar de la cocina suficiente cantidad de troncos de madera, los llevó con ambas manos, subiendo las escaleras hasta su habitación.

Dirigiéndose a la puerta, que ya estaba abierta, entró y lo vio sentado junto a su cama con un libro en la mano. Yendo directamente a la chimenea, Vivian se inclinó y comenzó a limpiar de allí las cenizas grises para poder reemplazarlas con leños frescos. Mientras llevaba las cenizas al cubo de basura, una parte del polvo llegó a sus ojos y nariz y le causó picazón.

Sin poder aguantar, estornudó sobre las cenizas que cayeron del balde en el piso limpio y un poco en su cara.

Sus ojos se abrieron rápidamente al ver el lío que había creado. Tomando el paño que a menudo llevaba consigo, empezó a limpiarlo, no sin antes echar un rápido vistazo a Leonard, que no se había molestado en mirarla.

Leonard, estaba ocupado leyendo un viejo libro que había sacado de la sala de estudio, sintió los ojos de Vivian sobre él, pero no se regresó para mirarla.

El joven duque tuvo la tentación de mirar a la muchacha, sabiendo bien lo que podría causarle. Con la chica de vuelta al trabajo, levantó la cabeza para mirarla con un ceño fruncido imperceptible. Justo como él pensaba, ella había sido lo suficientemente imprudente como para no mantener las cenizas lejos de su cara y ahora limpiaba el suelo.

Sin decir una palabra, siguió mirándola. Diligentemente, limpió el piso antes de mirar más de cerca para asegurarse de que no hubiera manchas o residuos en el suelo. Una vez que terminó de colocar los troncos en la chimenea, Leonard volvió la mirada hacia su libro.

Cuando su mayordomo resultó ser el asesino de sus padres y parientes, Leonard no sabía qué hacer con ello. En un lapso de unas pocas horas, había perdido cosas que le eran muy queridas. Alguien a quien sus padres y él habían confiado, la familia y la mansión ni sabían porque se había vuelto vengativo sin razón alguna.

Fue entonces cuando se dio cuenta de cuánta razón había tenido su tío Sullivan todo este tiempo sobre el estatus entre los humanos y los vampiros, la gente de clase baja y los vampiros de sangre pura de alta posición social. Los humanos, especialmente los de clase baja, nunca fueron de confianza. La disputa entre los humanos y los vampiros nunca terminaría.

El Lord de Bonelake al inicio había aconsejado cambiar el personal de trabajo, pero viendo la renuencia de Leonard a hacerlo por una razón obvia, finalmente le sugirió que creara el lazo amo—esclavo que sería más fácil de manejar para los sirvientes. El lazo amo—esclavo era algo que la mayoría de la familia de sangre pura utilizaba para seguir el rastro de sus sirvientes.

Ahora que el vínculo se había establecido, era más fácil saber el paradero de los sirvientes. Había terminado de leer su libro cuando trató de encontrar a todos los sirvientes en sus habitaciones, excepto a uno.

Era pasada la medianoche para que Vivian deambule por los pasillos de la mansión. Y aunque había decidido no asociarse con ningún sirviente, los viejos hábitos eran difíciles de abandonar.

Había ido a buscarla.

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