4 C A P Í T U L O 1

CUANDO ya se había sembrado el grano en la granja de los Wayne, cerca de Pittsford, en Vermont, cuando ya se había cortado la madera para el invierno y el suelo estaba cubierto por la primera capa de nieve, Joseph Wayne al caer de una tarde se acercó al sillón que estaba junto a la chimenea y se quedó delante de su padre. Los dos hombres se parecían. Ambos tenían nariz grande y aguileña, los pómulos marcados; sus rostros parecían hechos de un material más duro y resistente que la carne, alguna sustancia pétrea que no cambiaba fácilmente. La barba de Joseph era morena y suave, pero no tan espesa como para impedir que se viera el contorno de la barbilla. La barba del anciano era blanca y larga. Se la acariciaba con los dedos frecuentemente, volviendo las puntas hacia dentro como si quisiera protegerlas. Transcurrió un tiempo antes de que el anciano se diera cuenta de que su hijo estaba delante de él. Levantó los ojos, ojos viejos y sagaces y de un azul intenso. Los ojos de Joseph eran del mismo azul, pero en ellos brillaban la intensidad y curiosidad de la juventud. Ahora que se encontraba delante de su padre, Joseph vaciló antes de exponer su nueva herejía.

Ahora la tierra no será suficiente, señor dijo con humildad.

El anciano se ajustó el chai de cuadros que llevaba alrededor de los hombros, delgados y erguidos. Su voz era suave, hecha para las órdenes de la justicia más simple.

¿De qué te quieres quejar, Joseph?

Ya sabrá que Benjy tiene novia, señor. Se casará antes de la primavera y en el otoño tendrán un hijo, y el verano siguiente otro más. La tierra no se estira, no habrá suficiente, señor.

El anciano bajó despacio la mirada y contempló sus dedos moviéndose con pereza sobre su regazo.

Benjamin no me ha dicho nada. Benjamin nunca ha sido de fiar. ¿Estás seguro de que tiene novia en serio?

Los Ramsey lo han hecho público en Pittsford, señor. Jenny Ramsey tiene un vestido nuevo y está más bonita que de costumbre. La he visto hoy. No se atrevió a mirarme.

Ah, quizá sea así, entonces. Benjamin debería contármelo.

Así que ya ve, señor; no habrá tierra suficiente para todos nosotros. John Wayne levantó de nuevo la mirada.

La tierra es suficiente, Joseph dijo con tranquilidad. Burton y Thomas trajeron a sus esposas y la tierra fue suficiente. Tú eres el siguiente en edad. Deberías tomar esposa, Joseph.

Hay un límite, señor. La tierra sólo dará de comer a unos cuantos. Su padre agudizó la mirada.

¿Tienes algún motivo de cólera contra tus hermanos, Joseph? ¿Acaso ha habido alguna pelea de la que yo no me haya enterado?

No, señor protestó Joseph, la granja es demasiado pequeña y su figura alargada se inclinó hacia su padre tengo ansia de tener mi propia tierra. He leído cosas sobre el oeste y la tierra buena y barata que hay allí.

John Wayne suspiró y se acarició la barba, volviendo las puntas hacia dentro. Un silencio pensativo se hizo entre ellos, mientras Joseph, de pie ante el patriarca, aguardaba su decisión.

Si pudieras esperar un año dijo el anciano finalmente un año o dos no significan nada cuando se tienen treinta y cinco años. Si pudieras esperar un año, no más de dos, con total seguridad, entonces no me importaría. No eres el primogénito, Joseph, pero siempre he pensado que la bendición fuera para ti. Thomas y Burton son buenos hombres, buenos hijos, pero siempre he querido que mi bendición fuera para ti, para que tú ocuparas mi lugar. No sé por qué. En ti hay algo más fuerte que en tus hermanos; más firme y profundo.

Pero, señor, están ocupando el oeste. Con vivir un año en la tierra, levantar una casa y arar un poco la tierra, la tierra es tuya. Nadie te la puede quitar.

Ya lo sé, estoy enterado, pero si te marchas ahora sólo tendré tus cartas para saber cómo estás y qué haces. En un año, como mucho dos, me marcharía contigo. Ya soy viejo, Joseph. Me reuniría contigo, sin que te dieras cuenta, por el aire. Veré la tierra que escojas y

la casa que te construyas. Tendré ganas de verlo todo. Quizá incluso encuentre la manera de serte útil de vez en cuando. Imagínate que se te pierde una vaca, te podría ayudar a encontrarla; estando en el aire, vería todo desde muy lejos. Ojalá esperases un poco, Joseph, hasta que me pueda ir contigo.

Pero están repartiendo las tierras siguió diciendo Joseph con obstinación. Ya van tres años del siglo. Si espero, se ocuparán las mejores tierras. Tengo ansia de tierra, señor y sus ojos mostraron la fiebre de su ansia.

John Wayne asintió con la cabeza varias veces y se volvió a arreglar el chal sobre los hombros.

Ya veo musitó.

Es algo más que impaciencia. Quizá me pueda reunir contigo más adelante. Después dijo con determinación:

Acércate, Joseph. Pon tu mano aquí, no, aquí. Así lo hizo mi padre. Una costumbre tan antigua no puede ser mala. Ahora deja tu mano ahí inclinó la cabeza. Que la bendición de

Dios y mi bendición desciendan sobre este hijo. Que viva en la luz de la Faz. Que ame su vida

hizo una pausa. Ahora, Joseph, ya puedes partir al oeste. Has terminado aquí conmigo.

El invierno llegó pronto, con abundante nieve y el aire se helaba en agujas. Durante un mes, Joseph anduvo de un lado para otro de la casa, reacio a abandonar su juventud y todos los recuerdos de su infancia, pero la bendición lo había apartado. Era un extraño en la casa e intuía que sus hermanos se alegrarían cuando se marchase. Partió antes de la llegada de la primavera y cuando llegó a California, las montañas estaban revestidas de verde.

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