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cap 90

La escena era caótica, pero una calma extraña envolvía a Naegi mientras se encontraba frente a la puerta de la cabaña donde había tenido su reconciliación con Vincent. La sangre en sus rostros era un testimonio de la intensidad de su conflicto, pero la resolución en sus corazones brillaba con más fuerza. A su lado, Vincent lucía un tanto abatido, pero la chispa de su antigua arrogancia comenzaba a renacer. No obstante, la preocupación de sus amigos lo envolvía como una manta de peso.

Emilia, Beatrice y Rem estaban allí, sus rostros llenos de inquietud mientras esperaban a que Naegi y Vincent salieran. La atmósfera estaba cargada de tensión, y la mención de "pelea" había encendido el nerviosismo en el grupo. Emilia, siempre perceptiva, rompió el silencio: "Estás preocupada, ¿verdad?" preguntó a Rem. La respuesta fue un murmullo de afirmación que resonó en el aire: "Sí, yo también estoy preocupada. Vine a ver si tenía que detenerlos".

Mientras tanto, las palabras de Beatrice flotaban entre ellos, "Esos dos tenían mucho que decirse… supongo que su Naegi le dará unos buenos golpes". La conversación giraba en torno a la naturaleza de las riñas, y Rem comentó con un tono de incredulidad: "¿De verdad? No me imagino a Abel volviéndose loco." Las chicas compartían sus pensamientos, y aunque había preocupación, también una chispa de esperanza de que la reconciliación sería lo que necesitaban.

Finalmente, la puerta se abrió y ahí estaban, con rostros manchados de sangre. Rem exclamó: "Increíble", mientras Medium se acercaba para evaluar la situación. "Tuvieron una pelea mucho más grande de lo que imaginaba", murmuró con una mezcla de admiración y preocupación.

"Emilia, cúralo rápido", dijo Beatrice, mientras se acercaba a ellos. La respuesta de Naegi fue casi automática, levantando las manos en señal de entrega. "Ya sé que se van a enfadar. Así que lo diré antes: ya nos hemos reconciliado".

Las palabras de Naegi parecían calmar a todos, pero las miradas severas de las chicas no se desvanecieron. Medium, todavía enojada, se dirigió a Vincent: "Tienes parte de la culpa, Abel. Mientras Naegi sea un niño, no debes pelearte con él". La reprimenda fue directa, y Vincent no pudo evitar fruncir el ceño.

Entre risas y reproches, Naegi sentía que, a pesar de la tensión, había un sentido de camaradería que lo llenaba de calidez. Sin embargo, el tiempo no se detendría para permitirles disfrutar de esta breve serenidad. "Necesito hablar con aquellos que serán importantes para la siguiente guerra", dijo Vincent, y con eso, la realidad de su situación volvió a caer sobre ellos como una pesada losa.

Aun así, Naegi y Rem interrumpieron. "Espera un poco, emperador. Tengo algo que decir", dijo Rem, mientras que Naegi se unió a sus palabras. La determinación en sus ojos era clara. Ambos sabían que había un paso necesario antes de seguir adelante. Se dirigieron hacia otra cabaña, donde se encontrarían con Katia.

Al entrar, fueron recibidos por Yamal, quien estaba visiblemente molesto por la presencia de Naegi. "¿Qué demonios? ¿Por qué está un mocoso aquí? Este no es lugar para ti". La sorpresa de Naegi al escuchar su nombre provenir de Yamal fue innegable. "¿Te llamas Yamal? Es increíble que estés vivo".

El tono de Yamal era de frustración, pero su interés por proteger a su hermana menor, Katia, era inconfundible. Katia, tendida en la cama, miró a Naegi con una mezcla de preocupación y alivio. "Oye, tú. Acércate niño", dijo, su voz apenas un susurro. La atmósfera se tornó tensa cuando ella lo instó a acercarse.

Katia expresó su inquietud por la ausencia de Tod, y Naegi, con el corazón pesado, decidió compartir lo que había sucedido. A medida que narraba la historia de la batalla, se dio cuenta de que había omitido muchos detalles cruciales, como la transformación de Tod. Pero el dolor en los ojos de Katia era suficiente para comprender que había que ser cuidadoso con las palabras.

Cuando Naegi mencionó que Tod había sido tragado por el agua, Yamal y Katia se quedaron en un profundo silencio. La tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo. Katia, al borde de las lágrimas, finalmente rompió el silencio, "Tú no viste su cuerpo muerto. Eso significa que podría estar vivo, ¿verdad?" La esperanza brillaba en sus palabras, y Naegi sintió un nudo en su garganta.

Fue entonces cuando la verdad se hizo más palpable. Rem, sin saber el peso de sus acciones, había sido la responsable de la muerte de Tod. Las lágrimas de Katia comenzaron a fluir, y el dolor en el corazón de Naegi se intensificó. La desesperación y la lucha interna de Rem se hicieron visibles cuando abrazó a Katia, sus palabras de consuelo resonando en el aire como un eco de su propia tristeza.

Yamal, sintiendo la carga de la situación, intervino: "Siento mucho que te haya tocado este papel, mocoso. Es difícil entregar estas palabras". Naegi, aunque sorprendido por la frialdad de Yamal, entendió que cada uno enfrentaba la pérdida a su manera.

Fuera de la cabaña, Naegi se encontró con Rosw, quien lo recibió con un comentario ligero. "Hola, Naegi-kun. Tienes un aspecto más juvenil. Seguro te cayó muy bien la comida del imperio". La chispa de humor en medio de la tristeza era un bálsamo para su alma.

Mientras tanto, en la cabaña de guerra, el ambiente era tenso. Naegi se dio cuenta de que había muchas cosas que resolver, desde su papel en el imperio hasta la situación de sus amigos. Comenzaron a discutir los planes futuros y las implicaciones de la guerra inminente. La determinación de todos era palpable, pero el lugar estaba lleno de incertidumbres y esperanzas.

Vincent abrió la reunión, y la atmósfera se tornó más seria. "Ahora que estamos todos reunidos, que comience el consejo de guerra". Sin embargo, Naegi estaba consciente de que había una sombra de preocupación sobre todos, especialmente por la ausencia de Priscila y Jorna. "Me dijeron que estaban con Flappy", reflexionó, mientras el silencio se apoderaba de la habitación.

El consejo de guerra comenzó, pero en el fondo, Naegi sabía que había desafíos mucho más grandes por venir. Sin embargo, su determinación de proteger a sus amigos y encontrar una forma de salir adelante brillaba con fuerza. Se sentía afortunado de tener a todos a su lado, y aunque la carga sobre sus hombros era pesada, sabía que juntos podían enfrentar cualquier adversidad que se les presentara.

Con esa determinación en el corazón, Naegi se preparó para el consejo, listo para enfrentar lo que el futuro les deparara. Aunque la incertidumbre acechaba en cada esquina, la luz de la amistad y la esperanza brillaba con fuerza, guiando sus pasos en la oscuridad.

Naegi Makoto no podía creer lo que estaba sucediendo. La ausencia de Priscilla y Jorna pesaba en el aire como una sombra oscura, y su tristeza se sentía palpable, especialmente en Tanza, que no podía ocultar su angustia. Había sido un día caótico, lleno de batallas y decisiones difíciles, pero la incertidumbre sobre el paradero de sus amigas lo atormentaba.

Recapitulando los eventos de la jornada anterior, recordó cómo tan inesperadamente el fuego de la batalla había teñido el cielo de rojo. Si bien no había sido testigo directo del enfrentamiento, sabía que Priscilla y Jorna se habían enfrentado a la temible Arquia, la devoradora de espíritus. El eco de los gritos y el estruendo de la lucha resonaban en su mente, y no podía evitar pensar en lo que había podido sucederles.

Vincent, el emperador, compartió su preocupación. "Hay cientos de personas que participaron en la batalla y aún no han regresado", dijo, su voz cargada de angustia. Naegi miró a su alrededor, a los rostros de sus compañeros, y sintió que la desesperanza empezaba a cernirse sobre ellos. Era evidente que la situación estaba afectando a todos, pero el dolor de Vincent era particularmente palpable; la pérdida de su hermana Hechiza había dejado una herida profunda en él.

"Priscilla, ¿cómo te atreves a hablarle así al emperador?", gritó Goz Ralon, uno de los generales del imperio. Estaba furioso, su armadura dorada brillando con la luz que entraba por las ventanas, como si estuviera listo para entrar en combate. Naegi, apretando los puños, sintió que debía intervenir.

"No estoy hablando de si estuvo bien o mal", intentó explicar, pero fue interrumpido por Vincent, quien parecía haber alcanzado un punto de quiebre. "Cálmate, Goz. Él no es el tipo de persona que se queda en silencio". Aunque Goz seguía enojado, bajó la cabeza, conteniéndose.

Naegi se sintió aliviado al ver que las tensiones se disipaban, aunque la preocupación por Priscilla y Jorna seguía latente. Emilia, con una mirada de esperanza, dijo: "Creo que aún hay esperanza. Ellas son bastante fuertes, y tienen el poder de influir en quienes las rodean". Las palabras de Emilia resonaron en su corazón, dándole un pequeño destello de optimismo.

"Jorna tiene el poder del matrimonio del alma", recordó Naegi, "y eso incrementa la fuerza de aquellos que creen en ella". Si eso era cierto, entonces había una razón para creer que Jorna seguía viva. Ram, con su habitual pragmatismo, añadió que Jorna seguía viva por esa misma razón, y Naegi se sintió un poco más seguro.

Sin embargo, la conversación dio un giro sombrío cuando se mencionó a Aldebarán, el caballero de Priscilla. "Él debe haberse quedado en la capital", pensó Naegi, sintiendo un nudo en el estómago. Beatriz, quien a menudo parecía desinteresada, expresó su preocupación: "Ese hombre no subió al carruaje. Debe estar buscando a Priscilla".

"¿Se quedó solo?", preguntó Naegi, y Ram asintió. "Él decía que estando solo se adaptaría más rápido a cualquier situación". La preocupación de Naegi aumentó. Sabía que Aldebarán era un especialista en supervivencia, pero también era consciente de que su fuerza no se comparaba con la de los verdaderos guerreros.

La conversación continuó, y pronto se reveló que Heinkel también se había quedado en la capital. "No sé cómo sentirme al respecto", murmuró Naegi, recordando al hombre que había arruinado su reunión en Priesta. Su mente estaba llena de pensamientos oscuros, y no quería que nadie más sufriera.

Fue entonces cuando Oto tomó la palabra y, con una mirada decidida, compartió su plan. "Hemos cumplido nuestro objetivo. Hemos recuperado a las personas que vinimos a buscar. Por eso, una vez que lleguemos a Garcla, viajaremos hacia el norte y regresaremos a Lugunica". Las palabras de Oto dejaron a Naegi y a Emilia boquiabiertos. ¿Acaso realmente iban a abandonarlos en medio de todo este caos?

Ram, con su lógica fría, apoyó a Oto. "Podemos llamarme desalmada, pero estoy de acuerdo con el plan de Oto. Hemos logrado lo que vinimos a hacer, y no hemos perdido a nadie". La verdad de sus palabras caló hondo en Naegi, quien sentía que cada decisión que tomaban podía tener consecuencias devastadoras.

Emilia, sumida en sus pensamientos, finalmente dijo: "No estoy de acuerdo. Dices que nuestro poder no es necesario, pero no creo que sea así. Gracias a nosotros, la batalla terminó con pocas bajas". La tensión se intensificó, y la conversación se tornó en un debate acalorado.

Goz, quien había estado callado, finalmente habló. "Detengan esta farsa. Esto es asunto del imperio. No necesitamos su fuerza". Pero Emilia, con determinación, respondió: "Ustedes no habrían salido de esta situación sin nuestra ayuda". Naegi asintió, sintiendo que tenían un argumento válido.

A medida que la discusión continuaba, Oto lanzó una propuesta inesperada. "Sé que puedo sonar desalmado, pero creo que deberíamos marcharnos para que esto no se convierta en un incidente internacional". Naegi apretó los dientes, sabiendo que debían quedarse.

Fue entonces cuando la conversación tomó un giro inesperado. Vincent, el emperador, solicitó formalmente la ayuda de un candidato real del reino de Lugunica. La sala se llenó de murmullos, y Goz parecía al borde de un colapso. "En toda la historia del imperio jamás hemos pedido la ayuda del reino. Es sin precedentes".

Vincent no se dejó intimidar. "¿Qué importa si hay precedentes o no? Lo que realmente queremos es la victoria absoluta". La tensión en la sala estaba en su punto más alto, y todos esperaban la reacción de los demás.

Finalmente, Naegi se encontró en medio de una situación que podría cambiar el destino de ambos reinos. "No puedo abandonar a 50 millones de personas del imperio", dijo, sintiendo el peso de su decisión. La mirada de Oto fue de incredulidad, pero Naegi se mantuvo firme en su resolución. No podía dejar que otros sufrieran por decisiones que él podría evitar.

Mientras la discusión continuaba, un nuevo personaje hizo su aparición. Una figura alta, de dos metros, irrumpió en la habitación. Todos se giraron, sorprendidos. Era un perro negro vestido con un kimono, que se presentó como Jbel, el admirador. "Creo que acabo de contemplar algo maravilloso", dijo con una sonrisa amplia.

Goz, siempre alerta, se colocó frente a Emilia y Vincent, listo para defenderlos. Jbel, sin embargo, no parecía interesado en el conflicto. Con su pipa japonesa en la boca, parecía disfrutar de la atención que estaba recibiendo. "Vaya, parece que todos sienten curiosidad por mí", dijo, y Naegi sintió que el ambiente se tornaba más ligero, aunque la tensión seguía latente.

¿Quién era realmente Jbel? ¿Qué quería de ellos? La incertidumbre llenaba la habitación, pero también había una chispa de esperanza en el aire. Quizás, solo quizás, la llegada de este nuevo aliado podría cambiar el rumbo de la batalla que se avecinaba.

Naegi, con una sonrisa nerviosa, se dio cuenta de que, a pesar de todas las adversidades, siempre había un camino hacia adelante. No estaba solo en esta lucha; tenía amigos, aliados, y una determinación férrea para proteger a aquellos que amaba. Y con eso en mente, se preparó para enfrentar lo que estaba por venir, con la esperanza de que Priscilla y Jorna regresarían a salvo.

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