webnovel

cap 70

La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de la habitación, pintando el espacio con un suave resplandor dorado. Naegi Makoto, con sueño aún en sus ojos, se despertó en su cama. Se encontraba en la posada de la ciudad demoníaca, un lugar que había comenzado a sentir como un segundo hogar, aunque lleno de incertidumbre y peligro. El recuerdo de la noche anterior, con sus intensas conversaciones, la entrega de la carta y la lucha por la supervivencia, llenó su mente mientras intentaba orientarse en el nuevo día.

Sin embargo, un extraño sentimiento lo invadió. Algo no estaba bien. Se sentía… diferente. Con un ligero estremecimiento, se sentó en la cama y miró a su alrededor. Todo parecía normal, pero había algo extraño en su cuerpo, como si estuviera atrapado en un sueño profundo. Cuando finalmente se levantó, se dio cuenta de que sus pies no alcanzaban el suelo.

—Esto es ridículo —murmuró, sintiendo cómo su voz sonaba más aguda de lo habitual. Al mirar hacia abajo, sus ojos se abrieron de par en par. Su ropa, que le quedaba holgada, parecía ahora una túnica excesivamente grande. Su reflejo en el espejo lo dejó boquiabierto. En lugar del joven adulto que conocía, se encontró con un niño de aproximadamente diez años.

—¿Qué está pasando? —exclamó, tocando su rostro en un intento de comprobar si realmente era él. Las mejillas sonrosadas y los ojos grandes reflejaban una inocencia perdida. Era un regreso involuntario a su infancia, un cambio que no podía entender.

Con un golpe de pánico, corrió hacia la puerta. Su mente se apresuraba a pensar en las posibles explicaciones. ¿Era un efecto del poder de Giorna? ¿Un castigo por haber osado desafiar a las fuerzas que ahora lo rodeaban? Las preguntas se agolpaban, pero no había tiempo para respuestas. Necesitaba saber si sus amigos estaban bien, si habían sobrevivido a la caótica noche anterior.

Al abrir la puerta, se encontró con el bullicio de la posada. Las voces de sus compañeros llenaban el aire, y un alivio momentáneo le invadió el pecho. Corrió hacia el área común, donde encontró a Natsumi, Medium y Aldebarán conversando animadamente. Sin embargo, al ver a Naegi, sus expresiones se congelaron en un asombro colectivo.

—¿Naegi? —preguntó Natsumi, con los ojos entrecerrados, como si intentara confirmar que realmente estaba allí—. ¿Eres tú?

—¿Qué? —Naegi respondió, sintiéndose aún más confundido. Su voz sonaba tan infantil que le hizo querer esconderse detrás de su propia sombra.

Medium se acercó, inclinándose hacia él con curiosidad—. ¿Qué te pasó? Te ves… diferente.

—No tengo idea —Naegi se sintió abrumado—. Me desperté así. Necesitamos averiguar qué está pasando.

Aldebarán, siempre pragmático, tomó un momento para observarlo detenidamente. —Esto debe ser obra de Giorna. Tal vez tiene el poder de revertir a las personas a una etapa anterior de su vida. En este caso, a tu infancia.

—¿Pero por qué haría eso? —preguntó Medium, frunciendo el ceño, como si las piezas del rompecabezas comenzaran a encajar—. Quizás para debilitarte, para que no puedas luchar.

Naegi sintió un nudo en el estómago. La idea de ser un niño nuevamente, sin la capacidad de ser útil, lo llenó de desesperación, pero no podía dejar que eso lo detuviera. Tenía que encontrar una manera de revertir esto.

—Debo hablar con Abel —dijo, decidido a buscar respuestas. Sin embargo, al moverse, se dio cuenta de que su cuerpo infantil no respondía con la misma agilidad de antes. Tropezó, cayendo de rodillas en el suelo.

—¡Naegi! —exclamó Natsumi, corriendo para ayudarlo. Aldebarán la siguió, su rostro lleno de preocupación.

Mientras lo levantaban, Naegi sintió una mezcla de agradecimiento y frustración. La situación era desesperante, pero aún así, sus amigos estaban a su lado, dispuestos a apoyarlo. Al menos eso no había cambiado.

La idea de ser un niño en medio de una situación tan peligrosa era desconcertante, pero Naegi se recordó a sí mismo lo que siempre había hecho: enfrentar la adversidad con una sonrisa y el corazón abierto. Tenía que encontrar una solución, no solo para él, sino para todos ellos.

—Vamos, no hay tiempo que perder —dijo, intentando mostrar determinación, aunque su voz sonara más como un pequeño reclamo que una orden—. Necesitamos averiguar qué significa esto y cómo revertirlo.

Así, el grupo se dirigió hacia la habitación de Abel, con Naegi liderando el camino. A pesar de su nuevo cuerpo, el espíritu de lucha seguía vivo dentro de él. No sería la primera vez que enfrentaba lo desconocido, y no iba a ser la última. A medida que avanzaban, las voces y risas de sus amigos resonaban a su alrededor, recordándole que, sin importar su forma, siempre tendría a quienes lo apoyaran.

Finalmente, llegaron a la puerta de la habitación de Abel. Naegi tomó una respiración profunda, preparándose para explicar su extraño estado y buscar respuestas. Con un golpe firme, llamó a la puerta, listo para enfrentar lo que vendría, sin importar cuán pequeño se sintiera en ese momento.

—Abel, necesitamos hablar —anunció, su voz aún con ecos de niñez, pero con la firmeza que siempre lo caracterizaba. Era el momento de descubrir cómo seguir adelante, incluso en las circunstancias más inesperadas.

La noche anterior había sido una mezcla de emociones intensas y revelaciones sorprendentes. Tras regresar al campamento de Aggiormeme, donde la atmósfera se sentía cargada de tensión, Naegi, Aldebarán y Medium se habían reunido para discutir sus próximos pasos. Sin embargo, la sensación de calma que habían logrado construir se desvaneció rápidamente al caer en un sueño profundo, como si el mundo exterior no tuviera más importancia. Pero al amanecer, la calma se tornó en confusión y desasosiego.

Naegi despertó con una sensación extraña. Cuando se miró en el espejo, su corazón se detuvo por un instante. El reflejo que vio no era el de un joven de diecisiete años, sino el de un niño pequeño. La garganta se le heló mientras sus ojos se desorbitaban por la incredulidad.

—¿Qué es esto? —murmuró, tocando su rostro como si pensara que, al hacerlo, podría deshacer el hechizo que lo había atrapado en este cuerpo infantil. Sus manos eran más pequeñas de lo que recordaba, y la piel era suave, sin las cicatrices que había acumulado a lo largo de su vida. Era como si hubiera retrocedido en el tiempo, pero no era un regreso; era un cambio.

Rápidamente, salió disparado hacia la puerta, el pánico inundando su mente.

—¡Chicos! ¡Estoy en problemas! —gritó, su voz resonando en la habitación como un eco infantil.

Al abrir la puerta, se encontró con Medium, quien también parecía haber sido atrapada en este extraño fenómeno. Ella tenía una expresión de sorpresa, pero su alegría iluminó la habitación.

—¡Naegi! —exclamó, agitando sus manos, que ahora eran pequeñas y delicadas—. ¡Tú también te has vuelto más pequeño!

Sin embargo, Naegi no podía compartir su entusiasmo.

—No deberías festejar esto, Medium —respondió, tratando de mantener los pies en la tierra ante la alocada realidad que enfrentaban.

La situación se tornó aún más caótica cuando Louis, quien había estado observando desde un rincón, se abalanzó sobre Naegi, abrazándolo con la fuerza de un oso.

—Oh no, Louis, no hagas eso —gritó Medium, intentando forzar a Louis a soltar a Naegi, quien ahora se encontraba aplastado entre los brazos de la pequeña bestia.

La escena era un torbellino de risas, confusión y un ligero toque de desesperación. Sin embargo, en medio del caos, Naegi se dio cuenta de algo: a pesar de que había sido reducido a un niño, su mente seguía siendo la misma. Su experiencia y su carácter no habían cambiado.

—Gracias, Tarita —dijo mientras se recuperaba, observando a su amiga con gratitud. Ella siempre había sido un pilar de apoyo en momentos difíciles.

Mientras la risa y el alboroto continuaban, Naegi notó a Abel, quien observaba en silencio desde un rincón de la habitación. Con su característica máscara, el emperador no parecía tan afectado por la extraña transformación.

—¿Qué espectáculo más vergonzoso —murmuró Abel, cruzando los brazos con una expresión de desdén.

—Yo creo que soy bastante lindo y encantador —replicó Naegi, intentando aligerar el ambiente.

Pero la diversión pronto se desvaneció cuando Aldebarán apareció, revelando que él también había sido afectado por la misma extraña transformación. Su rostro oculto por un paño, giró hacia Naegi con una expresión que mezclaba confusión y alivio.

—Hermano, me alegra que estés aquí. Temía que te hubieras olvidado de mí.

El espectáculo de ver a Aldebarán, normalmente tan seguro de sí mismo, en un cuerpo infantil era desconcertante. Naegi sintió una ola de empatía hacia su amigo.

—¿Qué pasa con ese disfraz? —preguntó Naegi, intentando distraer la atención de la situación.

La conversación giró rápidamente hacia la extraña situación en la que se encontraban, y Naegi se dio cuenta de que no solo su cuerpo había cambiado, sino también el de Medium y Aldebarán. Era un fenómeno sin precedentes, y todos estaban atrapados en esta nueva realidad.

—Nuestras cicatrices siguen aquí —murmuró Naegi, levantándose la camiseta para comprobarlo. Era un alivio ver que, a pesar de su transformación, las marcas de su pasado aún permanecían.

—Eso significa que no hemos retrocedido en el tiempo —dijo Aldebarán, su tono serio contrastando con la incomodidad del momento.

Naegi asintió, dándose cuenta de que, aunque su apariencia había cambiado, ellos seguían siendo quienes eran en esencia. Pero la pregunta que todos tenían en mente era: ¿por qué les había sucedido esto?

—Es probable que esa sexy dama del castillo tenga algo que ver con esto, ¿verdad? —sugirió Aldebarán, mirando a Naegi con una mezcla de curiosidad y preocupación.

La conversación llevó a la conclusión de que su transformación estaba relacionada con su visita al castillo el día anterior. Pero a medida que discutían, Naegi comenzó a sentirse más tranquilo. No estaba solo; tenían a los demás para apoyarse, y juntos podían enfrentar cualquier desafío.

Mientras trataban de encontrar respuestas, la puerta se abrió de golpe, revelando a Tanza, la sirvienta de Lady Johanna, quien traía un mensaje importante.

—Disculpen por interrumpir —dijo Tanza con una reverencia—. Lady Johanna desea que se presenten en el castillo.

Naegi sintió una mezcla de alivio y ansiedad. ¿Podrían ser recibidos adecuadamente en su estado actual?

—¿Crees que podamos cumplir con las condiciones que ella mencionó? —preguntó Naegi, sintiendo la presión de la situación.

La incertidumbre pesaba sobre ellos, pero Naegi sabía que, independientemente de lo que sucediera, enfrentarían el desafío juntos. Tenía fe en su capacidad para adaptarse y encontrar una solución, así como había hecho tantas veces antes.

—No importa lo que pase, lo resolveremos —dijo con determinación.

Y así, a pesar de los desafíos que les esperaban, Naegi y sus amigos se prepararon para enfrentar lo desconocido, decididos a encontrar su camino en un mundo que, una vez más, les había lanzado una curva inesperada.

La tensión en la habitación era palpable, como una cuerda tensada al límite, lista para romperse en cualquier momento. Naegi, aún con el eco de la conversación anterior resonando en su mente, recordó las palabras de Abel y su grupo sobre la inminente reunión con Llorona, la gobernante de la ciudad demoníaca. Había algo en la atmósfera que le decía que el tiempo se deslizaba entre sus dedos como arena.

Sin embargo, en medio de ese clima electrizante, la voz de Naegi se alzó con determinación. "Abel y los que fuimos al castillo ayer somos esenciales". Al pronunciar esas palabras, notó cómo el grupo se quedó en silencio, todos sintiendo la necesidad de discutir y planear su próximo movimiento.

"El riesgo de enviar a Abel directamente al castillo es uno que estoy dispuesto a aceptar a estas alturas", continuó, sintiendo que su papel de mediador les traía calma. Pero su mayor preocupación era la condición de que los mensajeros de ayer deberían acompañarlo. El recuerdo de la situación en el castillo aún pesaba en su mente: la incertidumbre, el peligro, y cómo el humor oscuro de su mala suerte había intervenido en sus vidas una vez más.

"¿Qué pasa si todo esto se trata de una broma?", se preguntó en voz alta, mirando a los demás. La idea de que su misión pudiera ser una trampa lo inquietaba. Pero, al mismo tiempo, había una opción de contarle a Llorona todo sobre su situación, apelar a su humanidad. "Aunque, como bien dice Sabe, es ilógico mostrar tu mano cuando no sabes lo que hará tu oponente", reflexionó, dándole vueltas a la estrategia.

"No sabemos si realmente Llorona nos escuchará", replicó Naegi, sintiendo la presión de la incertidumbre. Abel, por su parte, se negó a mostrar todas sus cartas, y Naegi entendió su postura. Aún así, no podía dejar de pensar en su primera impresión de Llorona. Si tuviera que describirla, sin duda usaría la frase "mujer malvada". Su comportamiento no le daba la impresión de que fuera el tipo de persona que jugaría con sus oponentes.

Fue entonces cuando Aldebarán interrumpió, recordándoles que aunque hubieran esquivado ese problema, aún tendrían otros. "¿Te imaginas qué te dirá cuando se dé cuenta que eras un hombre vestido de mujer?", dijo, soltando una risa nerviosa. Naegi no quería pensar en los problemas que podrían surgir de esa situación, y sin pensarlo dos veces, sugirió que tal vez deberían hacer que Abel se disfrazara de mujer, una versión más atractiva de él.

"¡Espera! Esto se está volviendo cada vez más confuso para mí", se quejó Tarita, mirando a Naegi con incredulidad. La idea de que Naegi usara una mentira para disfrazar otra mentira era, sin duda, algo inusual para ella.

"Debemos hacer algo ya. Solo quedan tres horas para la hora acordada", insistió Naegi, sintiendo cómo el tiempo se desvanecía. Fue entonces cuando una voz desconocida interrumpió su reunión, resonando en la sala como un eco inquietante: "Ahora eres joven otra vez".

Todos se congelaron, la tensión se hizo más densa. Naegi sintió un escalofrío recorrer su espalda al reconocer la voz: Sol Vaart, un anciano que había sido un enigma desde el principio. A su lado, un té humeante en la mano, preguntó si alguien quería un poco, pero la amenaza implícita en su presencia era evidente.

Tarita, sin dudar, sacó su arco y apuntó su flecha hacia Sol Vaart. "¿Quién diablos eres?", exigió Tarita, sus ojos llenos de determinación. Abel, permaneciendo en su lugar, intercambió miradas con el anciano.

"Soy Sol Vaart, aunque parece que mi fama me precede", respondió el anciano con desdén. La tensión en la sala aumentó, y Naegi no podía evitar pensar en la posibilidad de que Sol pudiera ser un enemigo.

"¿Qué haces aquí?", preguntó Abel, su tono grave y directo.

"Los jóvenes de hoy no quieren escuchar las charlas ociosas de un anciano", dijo Sol, pero Naegi sabía que había algo más en juego. La conversación se tornó rápidamente en un juego de palabras y estrategias, mientras todos intentaban entender las verdaderas intenciones de Sol.

La revelación de que el hechizo que había encogido a Naegi y a los demás era obra de Sol dejó a todos en shock. A medida que las palabras del anciano se deslizaban por el aire, los pensamientos de Naegi se tornaron caóticos. Estaba claro que Sol no era alguien con quien pudieran jugar.

"¿Por qué estás aquí, en realidad?", preguntó Naegi, su voz firme a pesar de la incertidumbre que lo invadía.

"Vine a escuchar lo que tienen que decir", respondió Sol, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y diversión. "Quiero saber tus planes, Naegi", agregó, mirando al joven con interés.

Naegi sintió que el tiempo se detenía. Era una oportunidad, una ventana abierta para cambiar el rumbo de su destino. Pero, ¿podía realmente confiar en Sol? La habitación estaba llena de tensión, y las vidas de todos estaban en juego.

"Si no lo decimos, ¿qué sucederá?", preguntó Naegi, sintiendo que debía arriesgarse. La respuesta de Sol fue simple y directa, dejando claro que no había lugar para la duda.

Mientras los pensamientos se entrelazaban en su mente, una voz interna le decía que debía actuar, que había llegado la hora de revelar la verdad. "Él es el emperador de Bolatti", dijo Naegi, rompiendo el silencio, señalando a Abel.

La reacción de Sol fue inmediata. Su expresión cambió de incredulidad a asombro. "¿Es usted su excelencia?", preguntó, asumiendo un tono de respeto. La sala estaba en silencio, todos los ojos fijos en Abel.

"Sí, soy él", confirmó Abel, su voz resonando con autoridad. La atmósfera cambió, y aunque la tensión seguía presente, había un nuevo sentido de propósito.

Sin embargo, lo que siguió fue un giro inesperado. Sol, con una risa burlona, reveló que había sido engañado por la astucia de Abel y su grupo. La conversación se tornó más peligrosa, y Naegi sintió que el peligro se acercaba.

"¿Por qué estás aquí realmente?", preguntó Abel, su voz firme.

"Vine para escuchar, pero también para evaluar", respondió Sol, su mirada fija en el emperador derrocado. "Siempre quise asesinar al emperador más grande de todos los tiempos", dijo, su tono lleno de malicia.

Naegi sintió que el aire se le cortaba. La habitación se llenó de la inminente violencia, y antes de que pudiera reaccionar, Sol se lanzó hacia adelante. Un movimiento rápido y letal, y en un instante, Aldebarán y Medium yacían en el suelo, heridos de muerte.

El horror llenó a Naegi. "¡No!", gritó, su voz cargada de desesperación. Pero ya era demasiado tarde. La realidad se desmoronaba a su alrededor, y mientras la sangre se derramaba, Naegi comprendió que su mala suerte había tomado un giro fatal.

"Esto no es lo que queríamos", murmuró, sintiéndose impotente. El caos reinaba, y la lucha por sobrevivir había comenzado. La estrategia que habían planificado se desvanecía, y ahora se enfrentaban a un enemigo formidable en un juego mortal donde las cartas estaban muy bien ocultas.

Con el corazón latiendo con fuerza, sabía que debían actuar rápido, y que cada decisión contaría. La vida de todos estaba en la cuerda floja, y en ese momento, Naegi se dio cuenta de que era su turno de tomar las riendas de su destino.

Next chapter