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cap 48

La escena anterior se había vuelto caótica; Reid había desatado un torrente de destrucción contra las ma bestias que invadían el lugar. Con su estilo inconfundible de utilizar palillos de madera como armas mortales, había partido en dos a una de las criaturas, y la batalla había comenzado con una intensidad que resonaba en cada rincón de la sala. Mientras las llamas de los ataques de las ma bestias iluminaban el entorno, Reid se enfrentaba a ellas con una confianza casi desafiante, mientras Julius luchaba a su lado, tratando de contener la creciente amenaza.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó Reid a Julius, con una mezcla de sorpresa y determinación.

—Ustedes solo hacen preguntas tontas, mejor comencemos la prueba —respondió Julius, retando a Reid mientras las bestias se reagruparon, listas para atacar.

Las criaturas, recuperándose rápidamente del asombro inicial, lanzaron llamas voraces hacia Julius y Reid. Sin embargo, Reid esquivó con agilidad, su expresión mantenía la calma a pesar del peligro inminente.

Con un movimiento fluido, una de las ma bestias se lanzó hacia él, sus espadas ardían con un calor infernal, capaz de carbonizar todo lo que tocaban. Pero Reid, con su destreza inusual, bloqueó los ataques utilizando sus palillos, los cuales, sorprendentemente, no se incendiaban a pesar de la intensidad del combate. Era como si los palillos se movieran con una velocidad sobrenatural, evitando el fuego y cortando a las bestias con precisión.

—Mira, Julius, esto es un juego. Es hora de ponerse serios —dijo Reid, observando cómo Julius batallaba contra las naves guías.

—¿De qué estás hablando? ¡Estas son bestias, están invadiendo este lugar! —gritó Julius, su voz llena de frustración.

—¿Y cuál es el problema? —replicó Reid con desprecio—. Estos caballos son tan molestos como gotas de lluvia para mí.

Mientras la conversación seguía, una de las ma bestias golpeó a Julius con una poderosa patada, dislocándole el hombro. Sin embargo, utilizando la inercia del ataque, Julius se dio la vuelta y cortó a la bestia, un movimiento impresionante que dejó a Reid con una sonrisa de admiración.

—No está mal, Julius —le dijo Reid, reconociendo el esfuerzo de su compañero que, aún herido, continuaba enfrentándose a la horda de bestias con determinación.

Julius, comenzando a tomar el control de la batalla, comenzó a eliminar a las ma bestias una a una. Mientras tanto, Reid, como un torbellino, se movía entre ellas, cortando con sus palillos como si no fueran más que ramas secas.

—¡Mueran, caballos inútiles! —gritaba Reid, su energía inagotable eliminando a las bestias con cada movimiento.

En un momento culminante, Reid desató una ráfaga de viento cortante que envió a diez ma bestias volando. En solo tres segundos, el primer piso estaba despejado, pero la invasión aún persistía.

—¡Dios, ya basta! —exclamó Reid, escuchando los cascos de más bestias acercándose desde el piso subterráneo.

Julius se volvió hacia Reid, el sudor goteando de su frente.

—¿Aún piensas que puedes salir de este lugar? —preguntó, preocupado por la magnitud de la batalla que aún se avecinaba.

—Estas criaturas son como gotas de lluvia para mí, no me molestan en absoluto. De hecho, solo hay una persona que puede luchar contra mí. Los demás son insignificantes —respondió Reid con una arrogancia que casi desbordaba.

Mientras tanto, desde una altura, Naegi observaba la batalla, sintiéndose impotente. Aunque había sido testigo de la valentía de Reid y Julius, se sintió abrumado por la realización de su propia debilidad. Recordó lo que había hecho en el pasado, el dolor que había causado, y se dio cuenta de que había subestimado la fuerza de las personas a su alrededor.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando un centauro más grande apareció, cargando llamas en su estómago.

—¡Julius, detrás de ti! —gritó Naegi, pero fue demasiado tarde. Las llamas lanzadas por el centauro enviaron a Julius a volar, dejándolo gravemente herido en el suelo.

Sus miradas se encontraron, y Julius le dijo con voz entrecortada:

—Ve a salvarlas...

En ese momento, Naegi sintió un peso en su corazón. Corrió lo más rápido que pudo, decidido a cumplir la última voluntad de Julius. Sin embargo, la voz de Mail resonó en su mente, susurrando palabras crueles.

—Lo dejaste morir, es como si lo hubieran matado, ¿verdad?

Ignorando la voz, Naegi siguió corriendo hasta que se encontró con Beatriz y Equidna.

—Al fin mostraste tu verdadero rostro, Naegi —dijo Equidna, sus ojos llenos de desconfianza.

—No es el momento de hablar de eso, ven aquí —interrumpió Beatriz, sujetando la mano de Naegi.

Equidna la miró con incredulidad.

—¿Te escapaste de tu celda en una situación como esta? No recuerdas lo que dijo Rahm, él no es el verdadero Naegi.

—Eso no es cierto, Beatriz lo sabe. Cuando tomé su mano, pude saberlo. Tú también eres un espíritu, sabes que mi contrato con él aún está activo —respondió Beatriz, defendiéndolo.

Naegi, agotado y frustrado, sintió que no podía lidiar con la situación.

—Ya no sé qué hacer contigo, así que haz lo que sea —dijo, su voz llena de rendición.

Equidna, sin embargo, no se dejaría engañar.

—¿Crees que con esa actitud bajaré la guardia? Es inútil. Desde el fondo de mi corazón, no puedo perdonarte.

La tensión en el aire se palpaba. Naegi se sintió aún más perdido.

—¿Ya cumpliste tu objetivo? Ya destruiste la torre, ¿verdad? —preguntó Equidna, sus ojos fríos.

—No lo sé, solo sé que estoy atrapado aquí —Naegi se sintió desesperado, sintiendo que cada palabra pronunciada era un recordatorio de su fracaso.

La conversación continuó, llena de acusaciones y verdades no dichas. La ausencia de claridad pesaba sobre ellos, y Naegi solo deseaba que todo terminara.

—¡Déjame en paz! —gritó, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros.

Beatriz, preocupada, intentó calmarlo.

—Cálmate, Naegi. Lo que sea que estés sintiendo, no estás solo en esto.

Pero Naegi se sentía cada vez más atrapado en su propia oscuridad.

—No puedo seguir así… —murmuró, su voz temblando.

En ese momento, un escorpión negro, gigantesco como el pasillo, avanzó hacia ellos, su aguijón brillando ominosamente.

—¡Cuidado! —gritó Beatriz, invocando un hechizo defensivo en un instante.

El escudo que creó protegió a todos del ataque, pero el pasillo se derrumbó a su alrededor, dejando a Equidna y Naegi en una situación precaria. Con su brazo herido, Naegi luchó por sostener a Equidna para evitar que cayera en el abismo que se había formado.

—No intentes hacer algo que está fuera de tu alcance —advirtió Equidna, pero Naegi le respondió con una determinación que provenía de su instinto protector.

—No estoy intentando; esto es instinto —respondió, sintiendo que su cuerpo actuaba por su cuenta.

La presión aumentaba, y en medio de todo, Beatriz y Naegi se unieron en un esfuerzo para mantenerse a flote. Pero Naegi sabía que no podían permanecer ahí por mucho tiempo.

—¡Debemos movernos! —gritó, y juntos, avanzaron hacia un camino incierto, buscando una salida.

Sin embargo, el escorpión había dejado su cola como una mina terrestre, y al activarse, una explosión los lanzó a todos, lastimando a Naegi gravemente.

—¡Esto es un desastre! —gritó Naegi, sintiendo que todo lo que había hecho no había sido suficiente.

—No te culpes, Naegi. Has hecho suficiente —le dijo Equidna, su voz llena de dolor.

Pero Naegi sentía que no era suficiente.

—¡No! —exclamó, viendo cómo la situación se deterioraba. Beatriz se desvaneció en un destello de luces, y Naegi sintió que todo se desmoronaba a su alrededor.

—Lo siento, Beatriz… —susurró, sintiendo la pérdida de su amiga, y luego se volvió hacia Anastasia, que yacía gravemente herida.

—Naegi, por favor… —dijo ella entre susurros, su rostro pálido y lleno de dolor. —Termina con esto…

El corazón de Naegi se rompió. Sabía que debía actuar, pero no podía.

—No puedo… —respondió, su voz temblando mientras levantaba un escombro, incapaz de golpearla.

—Lo siento mucho, nunca debí haber dudado de ti —murmuró Equidna, pero fue demasiado tarde. Anastasia cerró los ojos, y la vida se desvaneció de su ser.

Naegi, abrumado por la culpa y la desesperación, se sintió como si todo su mundo se desmoronara. Deseaba desaparecer, que nada de esto hubiera sucedido. La oscuridad lo envolvió, y su mente se llenó de pensamientos de autodestrucción.

—Quiero convertirme en cenizas… —susurró, sintiéndose más perdido que nunca.

Pero en medio de su desesperación, una voz suave e insistente interrumpió sus pensamientos sombríos.

—Te amo…

Naegi sintió que su corazón se detenía.

—Cállate... —respondió, sintiendo que la oscuridad lo consumía.

La chica cubierta por un velo negro apareció, extendiendo sus manos hacia él, cubriéndolo con una oscuridad que parecía devorarlo.

—No quiero vivir más… —murmuró, y la chica solo repetía la misma frase, llenándolo de confusión.

Pero justo cuando todo parecía perdido, el sonido de fragmentos de hielo rompió la oscuridad, liberándolo de su prisión. Al mirar hacia el origen del ataque, Naegi vio a Emilia, que lo había salvado.

—¿Por qué viniste a salvarme? —preguntó, sintiéndose culpable por lo que había hecho.

—Porque quería escuchar tu versión de la historia. —respondió Emilia, su voz cálida y reconfortante.

Naegi sintió un destello de esperanza, y decidió abrir su corazón. Compartió todo lo que había pasado, cómo había perdido a las personas más importantes para él.

Pero Emilia no se detuvo ahí. Comenzó a contarle sobre su historia, sobre su amistad, sobre cómo ella había estado a su lado incluso cuando él no lo recordaba.

—Aunque no lo recuerdes, yo lo recuerdo. Te prometo que haré lo que sea necesario para que recuerdes —dijo, su voz llena de determinación.

Naegi, abrumado por las emociones, sintió que su corazón latía con fuerza.

—Mi nombre es Naegi… —dijo, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo, la esperanza comenzaba a florecer en su interior.

A medida que la oscuridad se desvanecía, se dio cuenta de que no estaba solo en esto. Tenía a Emilia a su lado, y por primera vez, se sintió valioso, como si su vida tuviera un propósito.

—Gracias, Emilia… —murmuró, sintiendo que su vida comenzaba a renacer en medio del caos.

Y así, con una nueva determinación, se preparó para enfrentar lo que vendría, decidido a no rendirse y a luchar por aquellos que había perdido y aquellos que aún podía salvar.

La luz del amanecer se filtraba a través de las ventanas de la habitación donde todos se reunían para el desayuno. Naegi Makoto, aún sintiendo el peso de la confusión en su mente, se sintió aliviado de ver que Emilia y Beatriz estaban a salvo. La ansiedad que había experimentado durante sus bucles anteriores parecía desvanecerse lentamente. Después de todo, había recuperado parte de sí mismo, aunque aún quedaba un largo camino por recorrer antes de volver a ser el Naegi que todos conocían.

—Buenos días, todos —dijo Naegi con una sonrisa tímida mientras se sentaba a la mesa. La atmósfera era tensa, y pudo ver en las caras de sus amigos una mezcla de preocupación y curiosidad. Era evidente que su reciente pérdida de memoria había dejado una marca en ellos.

—Naegi, ¿qué pasó exactamente? —preguntó Julius, su voz cargada de ansiedad. Naegi tomó una respiración profunda, sintiendo que debía ser honesto con ellos.

—He perdido mis recuerdos en la biblioteca de tarjeta… —comenzó a explicar, recordando las palabras de Beatriz y Emilia. Era un alivio poder contar con su apoyo, especialmente en un momento tan incierto.

Justo cuando Naegi pensaba que podría tener un momento de calma, Real, con su habitual actitud desafiante, intentó confrontarlo de nuevo. Sin embargo, esta vez, Naegi había hecho un plan. Había hablado con Beatriz y Emilia antes de llegar, pidiéndoles que lo apoyaran en su intento de comunicar su mensaje. Con un gesto de confianza, Emilia y Beatriz miraron a Real, instándola a confiar en Naegi.

—Naegi, ¿también has olvidado lo que pasó ayer? —preguntó Emilia, su voz temblando ligeramente. Recordaba claramente el momento en que Naegi había sido poseído, y las palabras extrañas que había pronunciado. Él asintió.

—Es un caso de pérdida de memoria episódica. Recuerdo los nombres y las cosas, pero no los recuerdos con las personas —respondió Naegi, intentando mantener la calma ante la creciente inquietud de sus amigos.

Julius, que había estado observando con atención, pareció aliviado. Esta situación era favorable para él, especialmente después de la tensión de haber descubierto la reunión secreta entre Kitna y Naegi, así como la revelación de que ella había poseído el cuerpo de Anastasia.

Mientras tanto, Chawla, con su habitual tono burlón, se quejó con Naegi.

—Maestro, perdiste tus recuerdos otra vez. ¿Cuántas veces más te olvidarás de mí? —dijo, jugando con la situación pero con un trasfondo de preocupación genuina. La sonrisa de Naegi no pudo evitar aparecer ante el comentario de su maestro, incluso mientras su mente intentaba absorber la seriedad de su amnesia.

—¿Tu maestro pierde sus recuerdos a menudo? —preguntó Naegi, curioso.

—Sí, a veces despierta y no recuerda quién soy. Me trata como una extraña —respondió Chawla, y aunque su tono era ligero, Naegi pudo notar la tristeza en su voz.

La conversación avanzó mientras Naegi trataba de entender la gravedad de su situación. Se dio cuenta de que, a pesar de la confusión, aún podía ser útil. Beatriz y Emilia habían confiado en él, y eso le daba fuerzas.

—Parece que el que se robó tus recuerdos lo hizo en la biblioteca de tarjeta, ya que fue allí donde te encontraron desmayado —dijo Chawla. Naegi asintió, recordando cómo Emilia lo había rescatado y llevado al cuarto verde. Sin embargo, notó que Emilia se había quedado en silencio, cabizbaja.

—Emilia-chan —dijo, sintiendo la necesidad de reconfortarla—. Lo siento por sorprenderlos a todos. No quiero que se sientan obligados a seguir el mismo ritmo de siempre. Tal vez deberíamos tomar un descanso.

Naegi decidió salir a buscar agua con Rahm. En el camino, Rahm lo miró con desconfianza.

—Ahora sí, dime el verdadero plan —dijo, su voz llena de escepticismo. No creía que Naegi había perdido sus recuerdos; pensaba que todo era parte de su estrategia para superar la torre.

—Rahm, de verdad he olvidado mucho. Tengo una idea de los nombres y las relaciones, pero no puedo recordar nada más —explicó Naegi, sintiendo la presión de la situación.

—¿Pretendes que confíe en ti? En un Naegi que ha olvidado a Rem —respondió Rahm con ira, y Naegi sintió que el dolor de esa verdad lo atravesaba. Había perdido a Rem, y eso pesaba sobre su corazón.

—Aún así, voy a recuperar a Rem y mis recuerdos. Mi objetivo es superar las pruebas de esta torre y recuperar todo —declaró Naegi con determinación. El fuego de la rabia y el miedo en los ojos de Rahm se desvaneció lentamente, y él se sintió aliviado de que sus palabras pudieran resonar en ella.

El enfrentamiento entre los dos se intensificó, y las emociones estaban a flor de piel. Cuando Naegi tomó las manos de Rahm, ella intentó separarse, pero él la sostuvo firmemente.

—Si rompo esta promesa, si me rindo, siéntete libre de hacer lo que quieras conmigo —dijo, sus ojos fijos en los de Rahm.

Las palabras de Naegi hicieron eco en su corazón, y la ira en los ojos de Rahm se atenuó. Era un deseo profundo y sincero que resonaba no solo en él, sino en todos los que estaban en esta torre. Era la esperanza de recuperar lo perdido.

Finalmente, lograron llegar a un entendimiento. Rahm se dio cuenta de que Naegi estaba dispuesto a luchar por lo que había perdido, aunque él mismo no lo recordara.

—Espero que realmente seas capaz de recuperar a Rem, Naegi. Pero no olvides que necesitas recordar a todos los demás también —dijo Rahm, su voz más suave, como la luz del sol que comienza a calentar el frío invierno.

—Prometo que lo haré —respondió Naegi con firmeza. La conexión entre ellos había cambiado, y aunque las heridas del pasado aún estaban presentes, había un camino hacia la sanación.

Mientras regresaban al lugar de reunión, Naegi reflexionó sobre todo lo que había aprendido en sus bucles. Ya no había desconfianza entre él y sus amigos. Había visto los sacrificios que todos habían hecho y, por descarte, solo quedaba una persona de quien desconfiar.

De repente, sintió una presión en su espalda, un movimiento rápido que lo llevó a actuar instintivamente. Se movió a un lado y atrapó a su atacante con una sonrisa.

—Oye, ten cuidado, no te caigas en mi lugar —dijo, reconociendo a Male, quien había intentado empujarlo hacia el vacío. La situación se volvió tensa, un giro inesperado que ahora marcaba el clímax de su historia.

—Hablemos, entonces. Haré que te hagas responsable de matarme, Male —sonrió Naegi, su voz llena de confianza.

Era un nuevo comienzo, un giro inesperado en el camino, y Naegi estaba listo para enfrentarse a lo que viniera. La torre tenía secretos y desafíos, pero con la determinación renovada y el apoyo de sus amigos, sabía que podía enfrentarlos. En el fondo, sentía que sus recuerdos, aunque frágiles, aún podían ser recuperados.

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