Bell y Galen hablaban por teléfono todas las noches y la mayoría de las mañanas. Unos minutos, unas horas. No importaba siempre que pudieran conectarse cada día aunque fuera por un rato.
Habían pasado solo unas semanas desde que habían comenzado su relación. Sin embargo, Bell ya estaba viendo los efectos de esta nueva felicidad que estaba sintiendo. Sus pesadillas eran menos frecuentes, e incluso cuando las tenía, ya no la abrumaban como antes.
Aunque solo lo había hecho una vez, saber que podía llamar a Galen en cualquier momento y simplemente escuchar su voz cálida y reconfortante era suficiente para ayudarla a volver a dormir.
Tan feliz como se sentía, aún no podía evitar preguntarse cuánto podría durar. Bell estaba atrapada en Invierno. Si se marchaba, ese bastardo podría encontrarla dondequiera que fuera. Quedarse aquí era lo único que la mantenía segura.
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