Louise no se dio cuenta de la presencia de la sombra hasta que fue demasiado tarde. El viento se detuvo de repente, como si el mundo contuviera la respiración, y el murmullo del bosque se desvaneció en un silencio tan profundo que hizo que sus oídos zumbaran. Un escalofrío recorrió su columna mientras sus instintos le gritaban que corriera, pero no tuvo tiempo.
Una figura emergió de entre los árboles, moviéndose con una gracia que solo podía pertenecer a un vampiro. Louise no necesitó ver sus ojos para saber que era uno de ellos; el aura de poder que lo rodeaba era tan palpable que el aire parecía vibrar a su alrededor. Pero cuando la luz de la luna finalmente iluminó su rostro, se quedó paralizado.
El vampiro era alto, con una piel tan pálida que parecía casi translúcida bajo la luz tenue. Sus cabellos rubios caían como oro líquido sobre sus cejas, enmarcando un rostro que parecía esculpido en mármol, hermoso de una forma inhumana, aterradora. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: un par de rubíes que brillaban con un fulgor antinatural, devorando la oscuridad con una intensidad que hacía que el corazón de Louise se detuviera.
—Así que al fin te encontré —la voz del vampiro era suave, casi un murmullo, pero resonó en el aire como el rugido de una bestia. Louise sintió que cada palabra se filtraba en su mente, envolviéndolo, controlándolo. Dio un paso atrás, su cuerpo temblando.
—¿Q-Quién eres? —la pregunta le salió como un susurro, su garganta seca por el miedo.
El vampiro sonrió, y fue como si una grieta se abriera en la perfección de su rostro. No había nada cálido en esa expresión, solo una promesa de poder y destrucción.
—Mi nombre es Dorian Vespera, rey del Imperio Vespera —dijo, y el título resonó como una sentencia—. Y tú, pequeño, eres más especial de lo que imaginas.
Louise sintió que el suelo se deslizaba bajo sus pies. Había escuchado historias sobre Dorian Vespera, el rey de la Noche Eterna, el líder más temido entre todos los vampiros. Un ser que había conquistado imperios, reduciendo a cenizas a quienes osaban desafiarlo. ¿Qué podía querer un monstruo como él con alguien como Louise?
Dorian se acercó, su figura proyectando una sombra que parecía envolver a Louise como un manto. Cada paso era una declaración de dominio, cada movimiento un recordatorio de que el poder de los vampiros era absoluto. Louise intentó retroceder, pero sus piernas no respondían, como si la misma oscuridad lo mantuviera en su lugar.
—Tu sangre, tu esencia... —murmuró Dorian, inclinándose hacia él hasta que Louise pudo sentir el frío de su aliento en la piel—. Hay algo en ti que me llama, algo que he estado buscando durante mucho tiempo.
Louise intentó hablar, pero no encontró las palabras. Solo podía mirar esos ojos rojos que lo devoraban con una mezcla de curiosidad y deseo. En ese instante, supo que estaba perdido.
Dorian lo tomó de la muñeca con una fuerza suave pero inquebrantable, y el mundo de Louise se volvió difuso. El último pensamiento que cruzó su mente antes de que la oscuridad lo envolviera fue la promesa que había hecho a su hermana: que la encontraría, que no se rendiría.