La Stark Expo era el sueño de cualquier amante de la ciencia. Un evento anual que reunía a los mejores y más brillantes inventores y científicos de todo el mundo para exponer sus avances en tecnología y ciencia. Las luces brillaban con intensidad, reflejando el vibrante entusiasmo que se respiraba en el aire. Las calles estaban llenas de gente, familias paseando, soldados disfrutando de su tiempo libre antes de ser enviados al frente, y jóvenes que soñaban con el futuro. Entre esa multitud se encontraba Steve Rogers.
Steve no era alguien que destacara físicamente entre la multitud. Era bajo, delgado y frágil, pero lo compensaba con una determinación que muy pocos poseían. Había sido una semana dura para él; el constante rechazo por parte de los reclutadores del ejército lo tenía al borde de la frustración, pero su esperanza, inquebrantable como siempre, lo empujaba a seguir intentando. Esa misma noche, había asistido a la expo con su mejor amigo, Bucky Barnes, quien ya había sido aceptado en el ejército.
Mientras caminaban entre las exhibiciones de tecnología de vanguardia, Bucky desapareció entre la multitud, y Steve se quedó solo, disfrutando del ambiente. La Expo estaba llena de maravillas, aunque la mayoría de los proyectos que se presentaban no estaban completamente desarrollados. A veces parecía como si el nivel de la tecnología de ese tiempo hubiera alcanzado un punto de desequilibrio, como si alguien hubiera empujado la ciencia más allá de sus límites y ahora las invenciones no pudieran mantenerse en pie. Y como en los años anteriores, había una exposición destacada: Industrias Stark. Howard Stark, uno de los científicos más célebres de la época, siempre tenía un lugar central en la Expo. Justo al lado de su exposición, había una plataforma vacía, una especie de tributo tácito a aquellos que podían competir con él, aunque nadie lo lograra del todo.
La multitud zumbaba de emoción mientras Steve se abría paso. No estaba tan interesado en las exhibiciones como otros. Tenía otro objetivo en mente: alistarse en el ejército. Para él, la guerra no era solo un conflicto distante. Sentía que, si no hacía algo, estaba traicionando todo lo que significaba ser estadounidense. Bucky ya había sido aceptado, y eso solo alimentaba su deseo de unirse a la lucha. No podía quedarse atrás mientras otros arriesgaban su vida.
De repente, en medio del bullicio, Steve vio lo que buscaba: la cola para enlistarse. El cartel brillaba en la distancia, llamándolo con promesas de servicio, de propósito. Sus pasos se aceleraron. Sabía que lo rechazarían. Había sido rechazado muchas veces antes por su complexión física, pero no podía dejar de intentarlo. No mientras hubiera una posibilidad, por pequeña que fuera.
Cuando llegó al final de la cola, el ambiente cambió. La emoción de la Expo fue reemplazada por un aire de seriedad y nerviosismo. Los hombres a su alrededor, algunos más jóvenes que él, otros mayores, esperaban su turno para ser examinados por el oficial de reclutamiento. Cada uno de ellos parecía más adecuado para el servicio que Steve, pero eso no lo desanimó. Había aprendido a ignorar las miradas desde hacía mucho tiempo.
Al avanzar en la fila, su mente vagaba hacia sus razones para estar allí. Recordaba las noticias, las imágenes de soldados luchando en Europa. La crueldad del régimen nazi y la necesidad urgente de detenerlo. Todo lo que quería era contribuir, dar lo mejor de sí, aunque sabía que su mejor versión no era físicamente impresionante.
Finalmente, llegó su turno. El oficial de reclutamiento, un hombre de mediana edad con un bigote espeso y una mirada que reflejaba años de experiencia, lo miró de arriba abajo. Sin decir una palabra, su expresión lo decía todo: desdén, incredulidad. Tomó la ficha médica de Steve y comenzó a revisarla.
"¿Otra vez tú, Rogers?" murmuró el oficial con una mezcla de exasperación y desprecio. "No te he visto ya unas cuantas veces?"
"Sí, señor", respondió Steve con respeto. "Pero quiero intentarlo de nuevo. Quiero hacer mi parte."
El oficial dejó caer la ficha en la mesa con un gesto de burla. "Hacer tu parte... chico, tú no estás hecho para esto. Mírate. No aguantarías ni un día en el campo de batalla. El ejército no es para todos, especialmente para alguien como tú."
La dureza de esas palabras no afectó a Steve como lo habrían hecho en el pasado. Había escuchado lo mismo tantas veces que había aprendido a dejar que resbalara. Pero, en su interior, su determinación solo crecía.
"No importa cuántas veces me lo digan, seguiré intentándolo", dijo Steve, su voz cargada de firmeza. "Porque sé que puedo ayudar. Sé que puedo hacer la diferencia."
El oficial suspiró, claramente cansado de tener esta conversación. "Es un desperdicio de tiempo. Vuelve a casa, Rogers. No te queremos aquí."
Steve no respondió. Sabía que sus palabras no cambiarían nada en ese momento. Dio media vuelta y salió de la fila, su corazón pesado pero su espíritu aún indomable. Mientras caminaba, perdido en sus pensamientos, algo llamó su atención.
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Mientras vagaba por la Expo, frustrado por su nuevo intento fallido, Steve se topó con una discusión cercana. Un hombre de mediana edad, bien vestido y con acento extranjero, estaba siendo acosado por unos tipos corpulentos que claramente no estaban ahí por curiosidad científica. Los hombres, con una actitud agresiva, lo empujaban mientras reían entre dientes.
"Vamos, doctor. Queremos una demostración... ya que eres tan listo," se burlaba uno de los hombres, riendo mientras su amigo le daba un empujón al hombre más pequeño.
Steve, al verlo, no lo pensó dos veces. Corrió hacia ellos y se interpuso entre el doctor y los agresores.
"¿Por qué no le dejan en paz?" dijo Steve con firmeza, su mirada fija en los matones.
Los hombres lo miraron de arriba abajo, casi riéndose al ver a alguien tan pequeño enfrentarse a ellos. Pero antes de que pudieran responder con violencia, una voz autoritaria los detuvo.
"Eso es suficiente", dijo el doctor, recuperando su compostura. "No hay necesidad de más conflictos. Este joven ha hecho más que cualquiera de ustedes."
Los matones retrocedieron, aunque claramente no por Steve, sino por la autoridad que emanaba el hombre al que habían acosado. Steve se dio cuenta entonces de quién era: el Dr. Abraham Erskine, un científico renombrado que trabajaba en un proyecto secreto para el gobierno.
Erskine sonrió levemente a Steve, agradecido por su intervención. "Gracias, muchacho. No muchos harían lo que has hecho."
Steve asintió, un poco incómodo con el elogio. "Solo hice lo que debía."
Erskine lo miró más detenidamente, como si pudiera ver algo más allá del exterior frágil de Steve. "Cuéntame, ¿por qué intentas alistarte?"
Steve dudó por un momento. ¿Cómo explicar su necesidad de luchar, su deseo de ayudar, cuando todo su ser gritaba que no era apto para ello?
"Solo quiero hacer lo correcto," respondió finalmente. "No puedo quedarme de brazos cruzados mientras otros lo arriesgan todo."
Erskine sonrió con satisfacción, como si hubiera encontrado lo que buscaba. "Creo que has hecho lo correcto esta noche. Y quizás... solo quizás... puedas hacer algo mucho más grande."
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Steve no sabía que esa noche cambiaría el curso de su vida. La perseverancia que había demostrado al querer alistarse, sumada a su carácter noble y desinteresado, no pasaron desapercibidos para el Dr. Erskine. Al día siguiente, Steve fue contactado por representantes del gobierno para participar en un programa especial. Un programa que cambiaría su vida para siempre.
La trama avanzaba hacia un punto culminante cuando, después de una serie de pruebas, Steve fue seleccionado para el Proyecto Renacimiento. Un experimento que buscaba crear el soldado perfecto a través de la ciencia. Bajo la supervisión del Dr. Erskine y otros científicos, Steve se sometió a un proceso que alteraría su físico para siempre.
Cuando la máquina se activó y el suero del súper soldado fue inyectado en su cuerpo, Steve sintió un dolor intenso. Las luces brillaban, y la máquina zumbaba con una energía casi sobrehumana. Pero Steve aguantó. No gritó, no se rindió. Y cuando todo terminó, el hombre que emergió de la cápsula ya no era el mismo Steve Rogers que había entrado.
Su cuerpo había cambiado; se había convertido en el símbolo de lo que el ejército estadounidense quería representar: fortaleza, coraje y sacrificio. Steve Rogers era ahora el Capitán América.
Pero su transformación no pasó desapercibida para todos. Al salir de la cápsula, un espía infiltrado en las instalaciones, que había estado esperando su momento, actuó. El hombre desenfundó un arma y disparó al Dr. Erskine antes de que alguien pudiera detenerlo.
Steve Rogers se lanzó en una persecución frenética por las calles después de que el espía disparara al Dr. Erskine. Sus piernas, más rápidas y poderosas que nunca, lo impulsaban con una velocidad que nunca había experimentado antes. Las calles de Brooklyn se desdibujaban a su alrededor mientras corría tras el atacante, que zigzagueaba entre los transeúntes, disparando al azar para ralentizar su avance.
El corazón de Steve latía con fuerza. Cada zancada le recordaba lo mucho que había cambiado en un instante. Sus músculos, antes débiles y delgados, ahora lo impulsaban como una máquina imparable, pero el dolor de la pérdida de Erskine quemaba aún más. Su mente estaba nublada por la rabia, sabiendo que el hombre que había creído en él, quien había visto en su interior lo que nadie más veía, yacía muerto por culpa de ese traidor.
Finalmente, Steve lo alcanzó en una esquina, donde el espía había intentado robar un coche para escapar. Con un último empujón, Steve lo arrancó del asiento del conductor, arrojándolo contra el pavimento con una fuerza que apenas había calculado. El espía, herido y sin salida, tomó una píldora de cianuro antes de que Steve pudiera detenerlo. En segundos, el cuerpo del espía quedó inerte, su misión completa, pero su información perdida para siempre.
Steve se quedó allí, jadeando, mirando el cuerpo sin vida. La victoria se sentía vacía. Había perdido al único hombre que creía en él y ahora tenía más preguntas que respuestas. Regresó a la base con la certeza de que su vida ya no sería la misma, pero sin saber que aunque la información del espía no cambie de manos, algo aún más valioso vaya en camino a Alemania, el suero del super soldado, o al menos una muestra fue robada con éxito.
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Días después, la transformación física de Steve Rogers era el centro de atención, no solo entre los científicos que lo habían ayudado, sino también en el ámbito militar y político. Sin embargo, en lugar de ser enviado directamente al frente, donde creía que podía hacer la diferencia, Steve se encontraba atrapado en una especie de limbo, siendo tratado como un objeto de curiosidad científica más que como un soldado.
El gobierno, dándose cuenta del valor propagandístico de un "súper soldado", decidió utilizar a Steve de una manera completamente diferente a la que él había imaginado. En lugar de luchar contra los nazis en Europa, fue asignado a giras de entretenimiento, vendiendo bonos de guerra y apareciendo en espectáculos como "Capitán América", una figura heroica creada para inspirar al público estadounidense a apoyar el esfuerzo bélico.
Al principio, Steve trató de aceptarlo. Sabía que el apoyo en casa era importante para ganar la guerra, pero con cada espectáculo que pasaba, la frustración crecía. Se sentía como una broma. Mientras sus compañeros soldados luchaban y morían en las trincheras de Europa y el Pacífico, él estaba atrapado en un uniforme ridículo, pateando a actores disfrazados de nazis en escenarios de teatro, rodeado de fuegos artificiales y gritos ensayados. El "Capitán América" se había convertido en un símbolo vacío, muy lejos del soldado que Steve había soñado ser.
Una noche, después de uno de los espectáculos más grandes en Nueva York, Steve se encontraba en los camerinos, despojándose del llamativo traje azul y rojo que llevaba puesto. En el espejo, la imagen que veía lo perturbaba. Era el mismo cuerpo que había adquirido gracias al suero del súper soldado, pero el uniforme y la máscara lo hacían sentir como una burla de lo que realmente era. Respiraba hondo, tratando de calmar la mezcla de frustración y tristeza que lo invadía.
Una voz familiar lo sacó de sus pensamientos.
"¿No te parece que estás perdiendo el tiempo?"
Steve se giró para ver a Peggy Carter, la agente británica con la que había trabajado durante su entrenamiento. Peggy, con su impecable uniforme militar y una expresión que mezclaba simpatía y dureza, se acercó lentamente.
"Lo intenté", dijo Steve con voz amarga, mirando el escudo de utilería que estaba apoyado en una esquina. "Intenté ser útil. Pero solo soy un símbolo ahora, no un soldado. Mientras otros están allá afuera arriesgando sus vidas, yo me pongo este disfraz ridículo y pateo a actores. No es lo que quería, Peggy."
Peggy lo observó en silencio por un momento, midiendo sus palabras antes de hablar. "No eres solo un símbolo, Steve. Eres la prueba de que el Proyecto Renacimiento funcionó. Pero lo que estás haciendo ahora, vendiendo bonos de guerra, no es lo que debería definirte. Lo sabes tan bien como yo."
Steve apartó la mirada, su mandíbula apretada. "Quiero estar en el frente. Quiero pelear. No vine hasta aquí para ser una atracción de feria."
Peggy se acercó un poco más, su mirada más suave. "Lo sé. Pero también sé que esa voluntad de luchar, esa perseverancia que te trajo hasta aquí, es lo que te hace diferente. Erskine lo vio en ti. Y estoy segura de que el momento en que puedas hacer algo más, llegará.
Por ahora. ¿Porque no eliges dónde harás tu próximo espectáculo?"
Steve la miró de nuevo, buscando consuelo en sus palabras, pero aún así sentía el peso de la impotencia. Sabía que había más en él de lo que el mundo estaba viendo, pero se encontraba atado por las decisiones de otros.
"Si voy ha hacer de payaso, al menos lo haré donde a mí me gusta, desde que tuve mi nuevo cuerpo, no e podido comer en mi restaurante favorito "
"Oh ...¿El restaurante favorito del capitán América? Alguien va a tener publicidad gratis." Sonríe Peggy.
En un restaurante a las afueras de la ciudad, pero aun así bien transitado, el capitán llamó la atención al salir de su vehículo con 'más soldados'
El espectáculo va a ser pequeño, se le tomarán algunas fotos con el restaurante hablando de la patria y luego tendrá libre acceso al menú.
La foto fue todo un éxito y los espectadores que transitaban la plaza de aparcamientos siguieron con su día a día después de ver al capitán América dar un pequeño discurso.
Fredbear's Family Diner.
Es un restaurante en el que comió con su madre de pequeño y que visitó aveces con su amigo Bucky.
El restaurante Fredbear's Family Diner estaba lleno de vida. Los niños correteaban entre las mesas, las familias charlaban animadamente, y los animatrónicos, con sus chillones colores dorados y metálicos, realizaban su espectáculo en el escenario. Steve Rogers, vestido de civil después de su evento propagandístico, estaba sentado en una esquina, disfrutando de la pizza que tanto recordaba de su juventud. La nostalgia lo invadía, pero también había algo más. Una sensación de inquietud.
A pesar de la ruidosa atmósfera, los reflejos de Steve captaron algo fuera de lugar
Entre la ruidosa atmósfera, Steve notó a un hombre de actitud sospechosa. Aunque parecía un empleado más, Steve lo reconoció como alguien del equipo de publicidad de su gira. El hombre se acercaba sigilosamente a la puerta que conducía a la sala de mantenimiento de los animatrónicos. Sin dudarlo, Steve lo siguió.
La penumbra dominaba la sala de mantenimiento, solo interrumpida por las luces intermitentes de los paneles de control y el débil resplandor que se filtraba por las rendijas de la puerta. El zumbido de los animatrónicos y el olor a metal caliente se mezclaban con un ambiente cargado de tensión. Steve, alerta, se movía en silencio mientras observaba cómo el espía manipulaba los sistemas internos de Golden Freddy. El hombre extrajo una pequeña caja negra pulsante del animatrónico, una pieza vital del sistema energético.
Steve vio que el espía no era un simple técnico. Con movimientos precisos, el hombre continuó extrayendo partes del animatrónico. Steve decidió actuar. "¡Alto ahí!", gritó mientras se lanzaba hacia él.
El espía, sorprendido, intentó evadirlo y, en su lucha, activó accidentalmente a Golden Freddy, quien comenzó a moverse de manera errática. Sus engranajes chirriaban violentamente mientras se dirigía hacia el escenario. El caos se intensificaba y, sin saberlo, los empleados llevaron al animatrónico al espectáculo, ajenos al peligro.
La lucha entre Steve y el espía nazi se intensificó en la sala de mantenimiento. A pesar de la fuerza del Capitán, el espía mostró agilidad y persistencia. Los golpes resonaban en la pequeña sala, mientras Steve intentaba contener al hombre. En medio del enfrentamiento, el espía manipuló más controles, desatando aún más caos en el sistema de los animatrónicos.
Los empleados, ignorando el peligro, llevaron a Golden Freddy al escenario, siguiendo la rutina diaria, mientras Steve intentaba advertirles en vano.
Mientras la pelea se trasladaba al comedor, uno de los niños, entusiasmado por la llegada de Golden Freddy al escenario, se acercó demasiado al animatrónico. La cabeza del animatrónico dorado se movía de manera errática, y un profundo ruido mecánico resonaba desde su interior. Steve, aún en medio del enfrentamiento, observó con horror cómo la mandíbula del animatrónico comenzaba a cerrarse peligrosamente cerca del niño.
Con todas sus fuerzas, Steve corrió hacia el escenario para detener la tragedia, pero fue interceptado por el espía, quien lo derribó justo en el último segundo. Golden Freddy se abalanzó sobre el niño pequeño, cerrando sus mandíbulas metálicas con un crujido ensordecedor. El grito desgarrador del niño resonó en el restaurante, seguido de un silencio sepulcral.
La confusión fue inmediata. Los padres del niño corrieron hacia él, pero era demasiado tarde. Los empleados, horrorizados, intentaban detener al animatrónico, pero Golden Freddy se había descontrolado por completo. Los engranajes del animatrónico se cerraron con tanta fuerza que ni siquiera la fuerza sobrehumana de Steve pudo abrirlos a tiempo.
El espía, aprovechando el caos, escapó entre la multitud mientras Steve permanecía en el escenario, impotente ante lo sucedido.
De repente, una figura encapuchada apareció en la puerta del comedor. Era Henry Emily, el antiguo socio de William Nerdy ton y uno de los colaboradores de Fredbear's Family Diner. En sus manos sostenía un arma extraña, un cañon laser de otro tiempo, parecida a la de los soldados nazis. En su bolsillo se podía ver el cubo púrpura oscuro cubierto de sangre. Obviamente no se podrá ver al espía de nuevo.
"Esto tiene que terminar", murmuró Henry, apuntando con el arma hacia Golden Freddy. Con un disparo certero, destruyó el pecho del animatrónico. Golden Freddy se desplomó al suelo, inerte. Junto a Steve, que fue arrojado por la presión.
Steve, aún aturdido, se levantó y se acercó a Henry. "Lo lograste", dijo con voz débil.
Henry lo miró con tristeza. "Demasiado tarde... Quizás William no salga de esto."
Los paramédicos llegaron rápidamente, pero la tragedia ya estaba consumada. El restaurante se sumió en el caos, con familias llorando y empleados tratando de explicarse lo que había ocurrido. Steve, con el corazón pesado, observaba el cuerpo del animatrónico y la tragedia que había marcado el día. Había derrotado su segundo espía, pero no había podido salvar una vida inocente.
Para Steve, esto no era solo un fracaso como Capitán América, sino una dolorosa lección sobre los límites de su poder. No siempre se trataba de luchar contra enemigos visibles, había muchos más espías, ocultos tras una fachada de normalidad, que aún representaban un peligro constante.
Días después del incidente, el restaurante cerró sus puertas permanentemente, y las leyendas comenzaron a surgir. Algunos decían que el espíritu del niño asesinado aún vagaba por el restaurante, buscando venganza. Otros aseguraban que Golden Freddy seguía activo en algún lugar, esperando el momento adecuado para volver a atacar.
Para Steve, el recuerdo de aquella noche sería una sombra constante, una tragedia que lo perseguiría por el resto de sus días.
Por suerte o desgracia, Steve recibió noticias que cambiarían su destino. El 107º Regimiento, la unidad a la que pertenecía Bucky Barnes, había sido capturada en Europa por las fuerzas de HYDRA, una división científica del Tercer Reich que desarrollaba armas avanzadas bajo el mando de Johann Schmidt, conocido como Red Skull.
El corazón de Steve se hundió al escuchar la noticia. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su mejor amigo y otros hombres enfrentaban una muerte segura en manos de HYDRA. Se dirigió inmediatamente a los superiores para exigir que lo enviaran al frente, que le permitieran hacer algo útil con las habilidades que había ganado.
"¡Merezco estar allí!", dijo Steve con vehemencia a uno de los oficiales de alto rango. "Sé lo que puedo hacer. Si me envían, podré salvarlos."
El general Phillips, un hombre curtido por años de guerra, lo miró con escepticismo. "¿Salvarlos? Rogers, no tienes ni idea de lo que está pasando allá. No eres un soldado, eres... una herramienta de propaganda. ¿Y ahora quieres ir a enfrentarte a HYDRA? Es un suicidio."
Las palabras del general golpearon a Steve como una bofetada. Era el mismo sentimiento de rechazo que había experimentado una y otra vez cuando intentaba alistarse antes de su transformación. No importa cuánto hubiera cambiado físicamente, para los que estaban al mando, él seguía siendo el mismo Steve Rogers: un hombre demasiado pequeño para la guerra.
Peggy Carter, que estaba presente en la conversación, dio un paso adelante. "General, con todo respeto, este no es el mismo hombre que era antes. Y si alguien puede enfrentarse a HYDRA, es él."
Phillips suspiró, claramente cansado del debate. "Rogers, tu misión es aquí. En el frente doméstico, inspirando a los ciudadanos. No me hagas perder el tiempo con tus fantasías de héroe."
Con esas palabras, Steve se dio cuenta de que, si quería hacer la diferencia y salvar a su amigo, tendría que actuar por su cuenta. La frustración que había sentido durante tanto tiempo ahora se convertía en una resolución firme. No podía seguir esperando que otros decidieran por él. Si el gobierno no lo iba a enviar al frente, entonces tendría que encontrar una manera de llegar allí por sí mismo.
Y lo haría, aunque tuviera que desobedecer órdenes.