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Acciones primitivas

(Verán la perspectiva del quentaur; escenas gráficas y sepsuales, leer con discreción)

Por la manera en que reaccionó de repente, supe la respuesta a mi pregunta de inmediato.

Estaban todas las señales ahí, pero no las quería ver. No quería darles la atención que debería.

Al inicio había sido divertida la perspectiva de jugar con la hija de nuestro mayor enemigo, hacerla desear lo prohibido y destruirla después. Era lo menos que se merecía ese monstruo por matar, torturar y capturar a los míos... Pero la noche anterior había aparecido débil, llena de fiebre y completamente agotada mentalmente.

Algo le había sucedido y le estaba sucediendo. Y por sus síntomas, empecé a tener mis propias sospechas. Pero no las quería aceptar porque hasta esos momentos, las había ignorado de forma efectiva.

La manera en que me llamaba la atención, el leve aroma que despedía y llenaba todos mis sentidos. La noche en la celda de la enfermería había iniciado mis dudas, pero lo arrinconé en mi mente como solo los bajos instintos primitivos tomando las riendas para divertirme un rato.

Imaginaciones mías para aprovecharme de una niña débil.

Pero ahora, la mujer que había "despertado" frente a mi, era completamente diferente.

No soportaba su olor. Ni siquiera mi mano tapando mi nariz era suficiente. Su olor era demasiado pesado y fuerte, y no sé si podría resistirme igual ahora que la vez pasada.

—Ayú...dame... —Su voz fue seductora, suplicante, cargada de dulzor. Ya no era la misma que antes. Estaba perdida en sus propios instintos primitivos. En su primer celo de vida adulta. —Tengo mucho... Calor...

Sus ojos estaban perdidos y desenfocados. Me veían como si fuera un pedazo de carne después de estar hambrienta por décadas. ¿Es que nunca lo había hecho con nadie antes? ¿Era verdad que era virgen como lo estaba sospechando?

La sola idea de ello hizo que se me pusiera dura... Pero fue un gran error. Había hormonas que no podía controlar como mi excitación involuntaria y pareció dar el efecto que ella necesitaba para abrir los ojos todavia más y actuar según su naturaleza.

Su mano herida atrapó mi pantalón y la otra de inmediato se puso sobre mi muslo. Los cosquilleos que me provocaron solo aumentaron mi excitación, pero me alejé de inmediato.

—¡Aléjate! —No podía estar con ella. No siendo la persona que era, no cuando todos mis planes dependían de que no tenía ninguna debilidad que usaran en mi contra.

Noté que quería decir algo, abriendo sus hermosos labios en mi dirección, pero nada salió de su boca. Al contrario, sus lágrimas fueron más notorias. Eso se sintió como una daga en mi pecho, pero sabía y me obligaba a pensar que solo era una absurda e inútil conexión que no necesitaba.

—Ni siquiera sé tú nombre. ¿Eso es lo que querías? ¿Que no supiera qué gemir cuando me tocaba pensando en ti? ¿Cuando lo único que quería era tenerte dentro y suplicarte seguir...?

Eso estaba resultando ser más difícil de lo que pensé.

Su rostro solo gritaba inocencia, pero sus palabras eran tan sucias y provocativas que no podía evitar sentirme más y más excitado.

Y las hormonas que aún se colaban entre mis dedos no ayudaban en absolutamente nada.

—Cállate, maldita víbora. —Le espeté con rabia. No iba a ser el esclavo de una. Tenía que salir de ahí si es que ella no lo hacía. —¿Es que no te enseñaron nada? Deberías saber controlarte. Y si no lo haces, solo quédate aquí.

Empecé a darme media vuelta para salir huyendo, pero antes de hacerlo, escuché algo detrás y en una velocidad que no comprendí ya la tenía encima.

Me abrazó por atrás. Sentí sus lágrimas humedecer los jirones de camisa que tenía y su calor quemar la frialdad de mi cuerpo. Pero lo que me hizo detener fue la mano que sentí en mi erección.

—¿Qué es eso? Huele bien. —La escuché ronronear detrás y la mitad de la sangre en mi cabeza se fue volando a la otra.

—¡Suéltame! —Las tornas se habían cambiado. Ahora era yo quien no se libraba de una minúscula gatita que no estaba pensando bien.

Pero mi mayor error fue voltear para quitarle su mano de mi cuerpo y quitar la mía de mi nariz. Tomé sus muñecas para alejarlas de mi, y cuando pensé en empujarla, respiré de golpe toda la carga de aromas que ella estaba cargando.

Frutos rojos, jazmín y algo cítrico un poco menos notable, pero que hizo mi boca salivar.

Me mareé y actuando a puro instinto, la azoté contra la pared. La escuché gemir y yo bajé mi nariz a respirar el intoxicante aroma de su cuello. Lo último que me quedaba de racionalidad saltó por la ventana de inmediato.

Era imposible resistir al aroma en celo de tu pareja destinada, sin importar quién o qué era.

—Ambos nos arrepentiremos en la mañana. —Le susurré al oído con un bajo gruñido. Era lo único que podía decir con la presión que estaba ejerciendo sobre mi cuerpo.

—Te necesito, ahora. —Dijo ella a respuesta, enloqueciendome más. No era la única que necesitaba de mi. Yo la necesitaba a ella.

Pero primero...

Me agaché a arrodillarme. Estaba desesperado por saber qué era y a qué sabía ese exquisito aroma cítrico que me estaba llamando.

Levanté su delgada pijama y le separé las piernas, poniendo su rodilla sobre mi hombro para tener mejor acceso. Le arranqué sus delicadas telas interiores y el olor fue aún más intenso.

—¿Qué ha...? ¡Aahh! —Su primer gemido fue delicioso, a la par que el sabor que inundó mi lengua. Mandarina.

Joder, ¿Por qué este sabor?

Y aún detestando los recuerdos que las mandarinas me traían, no podía detenerme de saborearla. La comía sin reparo ni pudor. Quería ahogarme en ella, de forma desesperada.

—E-espera... Se siente... Raro... ¡Ah...!

La sentía temblar sobre mi. El olor aumentaba dolorosamente en mi nariz y me dolían glándulas por la acidez que me provocaba. Pero era delicioso.

No le di descanso. Moví la lengua más profundo y fuerte. La sentía apretar sus interiores y hasta que no pudo más, la sentí correrse y temblar.

Una parte de mi se relajó entonces. Parecía que sus hormonas habían bajado un poco. Quizás con esto ya volvería a su yo normal y podría...

Sentí un tirón fuerte en mi cabello y gruñí de dolor, pero abajo reaccioné con placer.

—Más... Necesito más. —Su rostro estaba perdido. Sus ojos grises parecían una tormenta y me estaba hundiendo en ellos. Esa mujer... Estaba loca.

De repente se agachó a mi lado y antes de poder detenerla, empezó a besarme. Iba rápido, y no parecía importarle que apenas había tocado sus otros labios.

Pero lo hizo torpemente, sin realmente saber lo que hacía.

¿Era verdad entonces...?

Me levanté cargándola. Era como una pluma en mis brazos. Podía moverla sin ninguna dificultad y ella tampoco ponía resistencia. No como la primera vez.

—Debes aguantar con esto... Gatita. —Le susurré contra sus labios, tratando de ejercer todo el autocontrol que tenía. Pero sus piernas rodeando mis caderas invitaban a ideas más tentadoras. Y no era el único que las tenía, sintiendo su propia pelvis moverse contra mí. La fricción me provocaba bajos ronroneos, pero hacia lo imposible por contenerlos. —No quiero nada que ver contigo.

—Mentiroso. —Me mordió el labio de repente y sentí dolor. Me lo había cortado a juzgar por el sabor metálico en mi boca. Tenía colmillos, aquella mocosa. —Me pediste venir. Me hiciste desesperar. Me protegiste de ser descubierta y yo te ayudé a sanar. Lo sientes. Igual que yo.

Presionó más su cuerpo contra el mío y sentí la incomodidad entre mis piernas.

Pero si daba ese paso extra, perdería el control sobre mi mismo. Y muchas cosas se caerían como un dominó después. No necesitaba eso. Y ella tampoco.

—Cobarde. —Soltó antes de poder decirle que tenía que detenerse. Subí la mirada a su rostro. Aún tenía lágrimas y parecía enojada. Tenía un pequeño rastro de sangre en sus labios; mi sangre. —Ni siquiera das tu nombre. No pierdes nada, mientras yo pierdo todo. ¿Y crees que me importa? Si no terminas lo que empezaste, nunca más lo harás.

—No me importa. —Intentaba provocarme, era obvio. Pero si ella realmente no sabía qué era ni qué le estaba pasando, entonces yo tenía la mejor carta de conocimiento ahí. Esto le volvería a pasar por lo menos cada ciertos meses, y yo podría estar ahí y jugar con ella...

—Me voy a casar. —Me congelé a esas palabras. ¿Qué había dicho? Empezó a reírse de forma un poco histérica. Las lágrimas caían en más cantidad ahora y sus ojos solo parecían pasar sufrimiento interno. —Con un maldito loco, si es que tengo razón...

Apreté la mandíbula. ¿Casarse? ¿Con quién? ¿Por qué?

Sin percatarme, algo en mí se rompió a la idea de alguien más tocandola. No se me había pasado por la cabeza. Ingenuamente pensé... Que por estar aquí, ella nunca se iría con nadie más. La volvía loca aunque no se diera cuenta. No se escaparía de mi.

¿Pero no sería lo mejor aquello? ¿Que se mantuviera oculta entre humanos...?

—Tú no te irás con nadie. —Los celos y mi posesividad ganaron la guerra. Ella era mía. De nadie más. —¿Qué te hace pensar que podrías?

—Solo eres un maldito esclavo. —Me encajó las uñas en los hombros, pero apenas y noté aquello. Me estaba hirviendo la sangre. —¿Qué puedes hacer tú para impedir cualquier cosa?

¿Un esclavo? ¿Y qué podía hacer?

Le sonreí. Oh, vaya que podía hacer muchas cosas.

—¿Eso crees tú, gatita? —Ella no sabía ni cómo estaba ahí. No tenía la más remota idea de hasta donde iba mi influencia, mi poder. Los quentaur éramos más poderosos de lo que pensaban y estábamos más envueltos en su sociedad de lo que creían. Y ella lo descubriría a la mala si se atrevía a estar con otro hombre. —Inténtalo, y verás que de verdad puedo arruinar tu vida...

—Ni siquiera te atreves a arruinarme aquí. Cobarde.

Con mis celos como combustible, decidí darle lo que quería. De cualquier manera, necesitaría entender que nadie más le podría dar lo que yo.

Me bajé los pantalones, lo justo para obtener libertad. Ella no pude ver nada, pero cuando lo pegué en sus labios, abrió mucho los ojos.

—¿Qué es eso?

—Eso, gatita... Es por lo que estabas llorando. ¿Ahora te arrepientes? —Le sonreí de medio lado, viendo su rostro de miedo con satisfacción. Yo no era pequeño, y no pensaba en ser gentil.

Ya estaba bastante preparada ahí abajo, así que en el momento en que lo metí, se deslizó como un guante.

—¡N-no espera, duele...! ¡DUELE! —Gritó solo un segundo, porque al siguiente, callé su voz con mi boca. No quería que nadie se enterara que estábamos ahí, después de todo.

—¡Mgh!

Esta vez la besé bien. Cómo debería, sin prisas ni presión, nada de torpeza. Tenía que aprender a hacerlo, o perdería todo el gusto a besarla sino.

Solo había metido la punta, pero estaba bastante apretada. Sentí algo más caliente que su interior deslizarse por mi piel y mis sentidos agudizados me avisaron que era sangre.

No sabía que era posible, pero la idea de ser su primero me puso más. Y creo que ella lo notó cuando se quejó otra vez. Se removió entre mis brazos, pero no la dejé ir.

—¿Ahora ves porqué te ibas a arrepentir? —Le susurré sobre sus mejillas, disfrutando ahora cada reacción que tenía. Dolor, placer, miedo, dudas...

—¿Qué...? —Antes de que hablara más, apreté sus muslos con más fuerza y la hundí más en ella. Ella volvió a gemir, pero no la dejé. A pesar de ello, alcanzó a murmurar algo más mientras comía su boca. —¿Cuánto... Más...?

Me hizo sonreír. Parecía estar sufriendo.

En vez de responderle, la metí toda por fin y todo su cuerpo empezó a temblar en un silencioso grito final. Creo que estaba tocando fondo.

—Estás hecha a mi medida, gatita... —Le gruñí con placer en su oído. Ella ya ni siquiera tenía palabras. Creo que se estaba acostumbrando a la sensación.

Por supuesto, no la dejé.

—Si no quieres que alguien entre y vea cómo te coge tu esclavo, cierra la boca. —La provoqué.

Nos acomodé mejor en la pared. La sostuve con facilidad de sus caderas y solo le eché un vistazo rápido a su rostro antes de volver a salir y entrar de golpe.

Dió un grito inicial, pero se lo calló con rapidez tapándose con la mano libre. Con la otra, sentí con delicia cómo me volvía a hundir las uñas. Le dolía, pero se notaba que le encantaba.

Volví a repetir la acción, cada vez más rápido y fuerte. Podía ver en su rostro cómo cada golpe la estaba volviendo loca y le costaba más trabajo mantenerse callada. Yo perdí cualquier rastro de pensamiento humano y ya solo se trataba de mí placer. La bodega olía intensamente a sexo y jugaba con mis instintos.

La usé a gusto y placer. La sentí correrse una vez, pero ni siquiera así la dejé en paz. Seguí mi ritmo sin piedad, haciendo rebotar su cuerpo con cada estocada. Besé y mordí su cuello sin llegar a marcarla, pero por lo menos si dejando mi presencia en ella. Apreté y azoté su trasero con mis manos, dejándola roja y dolorida. No había manera de detenerme. Ella parecía que ni siquiera podía seguir, pero yo no me detuve hasta sentir por fin que podía llegar a mi climax.

Cuando lo sentí, mi primer reacción fue querer correrme dentro, dejarla más que marcada en su interior así como en el exterior... Pero algo se interpuso sobre la bestia.

No crees una debilidad.

Por más que lo deseaba, salí de su interior antes de liberarme. Con un gruñido, lo dejé salir todo sobre su torso, manchando su ya maltratada pijama y por la fuerza de mi liberación, llegó hasta su cuello. Las gotas obedecieron las reglas de la gravedad y se deslizaron entre sus pechos. La sola imagen me dió combustible para seguir... Pero me di cuenta entonces que ella ya estaba a punto de desmayarse.

Se la veía exhausta, acabada.

Supongo que para su primera vez, me excedí un poco.

Aunque era mi enemiga... ¿Por qué pensaba eso siquiera?

—¿Cómo... Te... llamas...? —La escuché susurrar, pero no parecía ya muy consciente. Aunque le dijera, no creo que lo recordara.

—Soy...

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