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Si Te Portas Bien...

Nunca antes lo había visto de esa manera.

Y no me refería solamente a su estado tranquilo y dormido. También estaba limpio, aparte de las heridas en su espalda que estaban al aire y él durmiendo bocabajo.

Su rostro ya lo estaba sucio como antes. Lo habían bañado antes de tratarlo y supuse que sería lo normal y estándar, pero parecía que habían ido un paso más allá de lo que se les había pedido.

Creo que después de todo, esos dos sí se merecen unas buenas recomendsciones hacia el jefe.

Pensar en mi padre me amargó de inmediato el pensamiento, pero teniendo al perfecto espécimen enfrente de mis ojos ayudó a empujar esa idea hasta la punta de mi bota.

Ahora mismo estaba disfrutando de lo que mis ojos se estaban comiendo.

Aunque sus ojos en su momento habían sido hipnóticos, realmente que eran la cereza del pastel. Y esta vez me concentré en el pastel.

Incluso con las heridas en su espalda, no podían ocultar los tonificados músculos que tenía. Parecía un pequeño mapa con relieves reales de montañas, valles y depresiones aquí y allá. Y si ignorabas el hecho de qué eran, sus heridas parecían ríos que lo surcaban aquí y allá...

Tuve el enorme impulso de pasar un dedo por su piel. Sentir esa firmeza de nuevo. De verificar que no había sido un sueño lo que había sentido apenas el día de ayer.

Me mordí el labio, conteniendo ese ridículo deseo con un poco de dolor.

Fue inútil.

La celda estaba cerrada, pero había escuchado de los dos tipos de antes dejarlas en algún lado. Escuché su tintineo.

Estaba dormido, ¿Qué más daba si me acercaba a tocarlo un poco? Seguramente estaría en una sedación bastante profunda si es que no le había hecho nada a esos dos tipos. Él era el doble de tamaño de cualquiera de ellos. Algo me decía que si hubiera estado despierto, los hubiera derrotado aún a pesar de estar herido.

Fui a uno de los muebles donde había un montón de cosas de medicamentos a buscar las llaves.

En los nervios o no sé si era emoción, ni siquiera me percaté del ligero temblor de mis manos mientras buscaba.

Al encontrar las llaves, no supe si sentirme aliviada o decepcionada de lo descuidados que eran al guardarlas.

Eran seis y cada una tenía un número anotado con una estampa. No me había fijado cuál era la de la celda del taur, pero de todas maneras me llevé todo el aro.

Casi que doy saltitos al volver a la puerta, prestando más atención al número que era para fijarme de nuevo en las llaves en mis manos. Separé cada una buscando el número, haciendo tintinear las demás al descartarlas de mi palma y dejarlas a un lado hasta que encontré la indicada.

Volví los ojos al taur, confirmando que siguiera dormido y con otra mordida a mi labio intentando convencerme que no estaba soñando y que eso podría tener serias consecuencias, abrí la celda.

Debía estar loca para hacer eso. O quizás demasiado enojada con papá para que me importara ahora mismo cualquier castigo.

Antes de adentrarme más, algo se me pasó por la mente, viendo las llaves en mi mano. Quizás no estaría de más ser precavida...

Tras asegurarme que tendría un plan B en caso de que algo sucediera, escondí las llaves en mi bolsillo, donde quedaron ocultas a simple vista por ahora.

Luego alcé los ojos a lo que de verdad me interesaba.

Él seguía durmiendo sin ningún cuidado ni interés del mundo. Su respiración era tranquila, haciendo que su rostro se relajara y luciera dolorosamente más guapo. La vulnerabilidad de su estado, pero su tamaño y apariencia tan intimidante y poderosa era un contraste muy atractivo.

Sin contenerme más, estiré los dedos hacia su espalda. Ahí fue que me percaté de mi temblor y me detuve apenas encima de su piel caliente.

Esto está mal.

Muy, muy mal. ¿En qué demonios estaba pensando? La regla de mi padre era una muy simple y fácil de cumplir.

"No te acerques a menos de un metro de distancia de las celdas de los esclavos."

"No te acerques nunca a un esclavo."

Podía tomarme rehén, amenazarme o simplemente matarme si el tipo se sentía lo suficientemente loco y sin ninguna consideración a su estado vivito y coleando.

Reglas. Reglas y más reglas. Y por encima de todo, el maldito ego y poder.

Estaba harta de seguir las reglas de mi padre. Harta de que apenas apareciera la menor chispa, él la ahogara con el peso de su poder sobre mí.

Si me iba a vender de todas maneras sin siquiera preguntarme, bien. No tenía opción, es verdad... Pero ahora mismo había llegado ya muy lejos para estar pensando otra vez en él. Ya no quería pensar otra vez por unos momentos.

Bajé la mano temblorosa a su piel, tocando por fin la suavidad de esta, sorprendiendome por ello.

Es tan suave... Nunca había tocado nada así.

Viendo que nada había sucedido, la sensación me embriagó como si fuera una nueva adicción.

Bajé los dedos por sus músculos, dejando que sus relieves movieran mis dedos siguiendo el mapa de su cuerpo. ¿Por qué era tan suave? ¿Cómo era posible...?

El olor a café de repente me llegó a la nariz y antes de darme cuenta todos mis sentidos se pusieron alerta. Sentía cada fibra de su cuerpo retorcerse bajo mi caricia. El calor que desprendía me llegó a través de la mano y se extendió por todo mi cuerpo como una mecha de pólvora encendiendo cada nervio.

No sé qué estaba pasando... Pero me gustaba.

Antes de poder contenerme, puse la segunda mano encima de él y me di la libertad de explorarlo y sentirlo más. Era realmente como una droga a la que me estaba haciendo adicta.

Al tocar sus heridas, sentí como si me hubiera dado un ligero shock eléctrico.

Las odio. Ese desgraciado e inmundo humano tiene que pagar por dañar a mi...

Mi...

Sentí un repentino cambio en los músculos bajos mis manos, pero ni así logré reaccionar a tiempo a lo que estaba sucediendo. El tren de mis pensamientos se había estrellado con algo.

Como si fuera un imán, mis ojos viajaron al rostro del taur.

Ni siquiera registré el hecho de que estaba viendo sus ojos dorados...

¿Por qué son tan hermosos?

Fue lo último que pensé antes de que la enorme masa de músculo que hace un momento estaba disfrutando se moviera a una velocidad que ni siquiera registraron mis ojos ni mi mente.

Hace un momento estaba parada a un lado de la cama, y al siguiente estaba sobre ella. Solo pude soltar un quejido por el golpe contra el colchón antes de que se me cerrara la garganta.

—¿Qué... demonios...? —La profunda voz del hombre sobre mi resonó en todo mi cuerpo, provocándome extrañas sensaciones que no estaba comprendiendo.

No pude respirar. El miedo y algo más me congeló el cuerpo. La sorpresa de verlo despierto era demasiada para poder pensar con claridad.

Intenté respirar de nuevo, pero no pude una vez más.

Tardé un momento en entender que su mano estaba sobre mi garganta, cortando mi entrada de oxígeno.

Por un momento mi cuerpo tuvo un escalofrío, pero el miedo y el lado racional se instalaron de golpe en mi cabeza como si por fin estuviera reaccionando.

Con una mano intenté quitarme la suya de encima, pero ni siquiera se movió un poco cuando lo intenté empujar. Cuando estiré la otra mano a golpear su pecho, fue que sentí que su presión se liberó de mi garganta, permitiéndome respirar por fin.

Lo que no llegué a ver mientras recuperaba el aliento fue la sorpresa en su rostro y la manera en que sus ojos se dilataron al entender quien era la persona que tenía bajo su cuerpo. Y más concretamente, la reacción que le estaba provocando.

—¿Qué haces tú aquí? —Preguntó como si de repente hubiera salido de su estupor, pero su confusión fue más grande cuando empiezo a ver dónde "aquí" era. —No, ¿Dónde estamos?

Pero antes de que terminara de salir de su confusión, me escapé de abajo de su cuerpo y de inmediato corrí a la puerta de la celda.

¿En qué demonios estaba pensando cuando entré?

Pero antes de siquiera dar el primer paso, sentí su mano abierta sobre mi abdomen y una sensación de ingravidez vino acompañada con su agarre.

De una, volví a quedar entre su cuerpo y la cama. Por aquella acción mis manos volaron a estar encima de mi cabeza, y antes de poder regresarlas al frente para seguir forcejeando con él, las atrapó por las muñecas con una sola de sus enormes manos.

Mis instintos entonces me hicieron patalear de inmediato para defenderme, pero fue mala idea.

Apenas levanté mi pierna para darle un rodillazo, su mano que estaba en mi abdomen viajó de inmediato a detener el golpe y agarrar mi pierna.

Incomprensiblemente eso mandó escalofríos por todo mi cuerpo, pero no permití que eso me detuviera. Con sus manos ocupadas, alcé mi otra pierna para dar un golpe y está vez si que atiné a su costado.

Escuché un bajo gruñido venir de su parte que sonó más bien como una queja. Lo había golpeando por fin y sentí que su agarre en mis manos aflojó un poco. Agarré esa oportunidad para intentar zafarme, pero fue inútil. Un segundo después ya estaba sujetándome con más fuerza haciéndome gemir de dolor y antes de poder intentar otra cosa con las piernas, con su mano empujó mis dos rodillas hacia abajo, una encima de la otra. Entonces puso el peso de su cuerpo encima de mis pies y en un instante estuve inmovilizada por completo.

(Se cambiará la redacción a tercera persona para mejor comprensión)

—Resultaste ser una pequeña luchadora, ¿No gatita? —Se burló el taur al por fin tenerla bien sujeta, disfrutando en secreto el enorme contacto con ese diminuto cuerpo que le provocaba sensaciones nuevas. El gigante estaba sonriendo, pero no le agradó cuando vio que la pequeña tenía los ojos cerrados.

—¡Suéltame! —Gritó de inmediato, intentando luchar en vano contra su fuerza.

—¿Y por qué lo haría? —Se rió de la valentía de la pequeña, haciéndola sentir vulnerable y más asustada, pero aún había algo que le molestaba. —Abre los ojos.

No lo hizo. Tenía miedo y estaba temblando. No sabía qué iba a suceder ahora y podía sentir ese terror en cada nervio de su cuerpo.

Molesto de que no lo hubiera obedecido, cambió el peso del cuerpo a sujetar sus piernas para liberar su mano, llevándola inmediatamente a la delicada mandíbula de esa frágil chica. Esta se tensó ante el contacto, pero aún así no abrió los ojos. Ya no era cuestión de miedo, era solo de orgullo.

—Ábrelos. —Ordenó ahora el quentaur, más irritado que antes. Quería ver esos ojos tormentosos una vez más. Eran tan hipnóticos como los suyos, solo que en diferente perspectiva. Pero como no obedeció por tercera vez, se le ocurrió algo que probablemente funcionaría como amenaza sin serlo. Aquella pequeña aristócrata seguramente se escandalizaría más, en vez de pensar bien. —Si no lo haces, te voy a besar.

Su plan funcionó de perlas, pues Diane no esperaba nada como eso y la idea de ello la sorprendía mucho más que una amenaza contra su integridad física.

—¿¡Qué!? —Sin embargo, abrir sus ojos fue un gran error. No porque fuera a hacer algo malo aquel enorme sujeto encima de ella... Sino porque precisamente pudo ver a ese enorme sujeto encima. Sin poder contenerse, Diane pasó de ver sus ojos a ver descaradamente el cuerpo bien tonificado y con una que otra cicatriz del medio humano.

Viendo aquello, el ego del taur se hinchó con vanidad.

—¿Mejor, gatita? —Le ronroneó con su voz gruesa, notando con diversión cómo todo su rostro se ponía tan rojo como un tomate en pocos segundos. Desde hacia tiempo que sospechaba que esa humana no lo buscaba precisamente por curiosidad a quien era, sino a su físico. Y por esa razón, ya estaba sospechando que podría usarla.

Pero algo cambió ahí, de repente.

—N-no... —Diane no entendía nada de lo que estaba pasándole por la cabeza.

Aunque su hermano Raymond no era un santo y solía meterse con mujeres a diestra y siniestra, ella misma no tenía experiencia ni suficiente conocimiento de lo que se hacía en la intimidad.

Así como casi todas las chicas de su estatus y edad, para bien o para mal solían llegar a la edad adulta sin saber casi nada a absolutamente nada. Solo se enteraban de cosas como esas cuando se casaban y sus madres les informaban al respecto y qué se esperaba de ellas... Nunca antes.

Por eso, cada vez que su cuerpo reaccionaba a la presencia erótica y viril del taur, no sabía qué es lo que le sucedía.

En su mente, el miedo la estaba atormentando y vaciando su vejiga entre sus piernas... Pero el quentaur sabía perfectamente bien qué significaba, ya que esos temas eran todo menos tabú en su hogar.

Sin embargo, cuando le llegó un intenso aroma a frutos rojos a la nariz... Se congeló.

La respiración de Diane era entrecortada, pero lo atribuía a una mezcla de miedo y fascinación a esa criatura. Se sentía temblorosa, caliente y un tanto mareada. Sentía que podía desmayarse en cualquier momento.

Pero en cuanto menos lo esperó, la presión sobre ella se despejó, dejándola respirar una vez más y despejando su mente.

El taur se había movido de encima de repente y ahora estaba lejos de esa mujer. No se atrevía a tocarla de nuevo, a pesar de que los olores le estaban volviendo loco.

No es posible. ¿Después de tanto buscando...? ¿Por qué de repente? ¿Y por qué ella? ...Eran los pensamientos que lo estaban invadiendo en el momento.

—Dame las llaves. —Comandó el taur, alejando pensamientos que pudieran distraerlo. —Y si te portas bien, puede ser que no te mate aquí mismo.

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