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—Dos asistentes se sentaron en pequeños taburetes a cada lado de la cama, bostezando sin interés.
Atendían al niño con negligencia, intercambiándose miradas de disgusto de vez en cuando.
En sus ojos, el niño sustituto no era diferente de una persona muerta.
Sus propios familiares lo habían abandonado, vendido a los agentes secretos y dejado a su suerte.
Como sirvientes, sentían aún menos obligación de cuidar a tal niño.
Si no fuera por la autoridad de la Corte Imperial, no se habrían atrevido a marcharse sin permiso y ya habrían vuelto a dormir en sus cuartos.
—¡Esclavos malvados engañando a su amo! —el agente secreto de la Corte Imperial estaba ciego al haber organizado que escoria de este tipo atendiera al falso Pequeño Príncipe.
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