[Mansión principal de la familia real Silverlight]
En una habitación…
Eran las dos de la tarde, y los rayos del sol se reflejaban con intensidad en la ventana de cierta joven. La pequeña chica caminaba de un lado a otro sin saber qué hacer con su situación. Ella había sido salvada nuevamente por aquella persona. Ella nunca le había dado las gracias a un humano, y ahora tenía problemas para entablar conversación con uno. Le había comentado a su padre que quería darle las gracias a la persona que la salvó, pero su padre se negó. Dijo que no necesitaba darle las gracias. Desde pequeña le habían enseñado que los seres humanos eran malas personas; se traicionaban y se asesinaban entre ellos a pesar de ser de la misma raza; no tenían piedad. Ella creyó esa historia; creyó en las palabras de su abuelo, de su padre, de su madre, de su tía. Pero ahora, en estos instantes, no podía creer en esas palabras. Había presenciado con sus propios ojos cómo un humano la había salvado. Aquellas criaturas denominadas humanos, a las que le temía, ya no se veían terroríficas para ella.
"¿Qué debería decirle?".
"¿Cómo debería hablarle?".
La persona con la que quería hablar se encontraba justo al lado de su habitación; se encontraba tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Su abuelo le había dicho que esa persona no era malvada y que se quedaría un tiempo con ellos; después de todo, tenían que darle una recompensa por haberla salvado.
"Mamá, papá, la tía, el abuelo y el señor Flurris me mintieron".
Desde pequeña le habían estado inculcando ideas erróneas de los humanos. Ahora que había descubierto la verdad, tenía que ver con otros ojos a los humanos. Por esa misma razón estaba pensando en cómo agradecerle a esa persona. Había intentado ir varias veces a la habitación de esa persona, pero cada vez que llegaba a la puerta, una sensación extraña la invadía y salía corriendo de regreso a su habitación. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había intentado visitar a esa persona.
"Si tan solo el señor Flurris estuviera aquí".
En algún momento el señor Flurris había desaparecido. Lía aún era capaz de recordar el momento en que fue atravesada por la daga; desde ese momento no volvió a saber del señor Flurris. Su madre le preguntó muchas veces si recordaba lo que había pasado, pero ella mintió y dijo que no recordaba nada. Ella sabía mejor que nadie que su madre se preocuparía mucho; por lo tanto, optó por mentir.
"¿Ese chico estará bien?".
Lía le había preguntado a las personas encargadas de la limpieza y de la comida que habían entrado en la habitación del chico de cabello blanco y ojos azules si él se encontraba bien. Ya se había convertido en una rutina para ella preguntar, ya que no se atrevía a ir personalmente a verlo. Para su sorpresa, la información que recibió de las empleadas no era muy agradable; todas dijeron que esa persona estaba lastimada de su mano y que estaba sanando lentamente.
"Está bien. Hoy lo voy a hacer. Soy una princesa; él es quien debería estar nervioso".
Con esos pensamientos, Lía se llenó de valor. Pensaba que, por ser una princesa, ese chico debía respetarla y temerle. Nadie en el palacio se atrevería a faltarle al respeto. Desde siempre ella ha sido tratada con mucho respeto; todos los sirvientes del palacio, la guardia real e incluso las familias de nobles se dirigen a ella con respeto. Nadie se atrevería a faltarle el respeto. Con eso en mente, Lía se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. Cuando estuvo a punto de abrir la puerta, se sorprendió: la puerta se abrió de repente, y una figura apareció frente a ella. Era la persona en cuestión.
"Pequeña insolente".
Quedó petrificada ante la aparición de ese chico. Las palabras que soltó ese chico la sorprendieron enormemente. Su cuerpo estaba estático; apenas y podía procesar las palabras que había soltado el chico. Él tenía una sonrisa en su rostro, una que iba de punta a punta; sus ojos azul claro la miraban fijamente. No sabía la razón, pero su cuerpo se negaba a moverse. Todo su cuerpo comenzó a temblar de manera involuntaria: brazos, piernas, abdomen, espalda, cabeza; un extraño hormigueo invadía cada parte de su cuerpo. Todo comenzó desde el mismo momento en que miró esos ojos azules.
"¿Qué le pasó a tu lengua, niña elfo? ¿No sabes hablar?".
Lía no supo responder a esa pregunta; su cabeza estaba vuelta un desastre. Una parte de su cerebro sabía lo que le decían; la otra parte estaba ocupada mandando corrientes por todo su cuerpo. El chico de cabello blanco y ojos azules, al ver que ella estaba congelada en el mismo puesto, esperó pacientemente a que la chica hablara y se recuperara de su estado anormal. Después de un par de minutos de espera, la chica por fin pudo reaccionar con el suficiente tiempo para procesar la situación. Lía dijo sus primeras palabras:
"Hol-".
Pero desgraciadamente fracasó y se mordió la lengua. Esto no pasó desapercibido por la persona que tenía frente a ella.
"Puff, no necesitas estar tan nerviosa, niña".
Al escuchar eso, Lía se puso aún más nerviosa y respondió:
"No estoy nerviosa; soy una princesa".
Dijo Lía con un tono de voz poco convincente y una cara de vergüenza. Era evidente que quería aparentar valentía.
"Está bien, niña, te creo".
Esta vez Lía respondió con más confianza:
"No soy una niña; los plebeyos deben dirigirse hacia mi persona como 'señorita Lía', ¿entendido?".
Las palabras de la niña me hicieron querer reír, pero me contuve. Afuera había un guardia real invisible que custodiaba la entrada; parecía tener ganas de detenerme y prohibirme el paso, pero después de lanzarle una mirada de muerte, se le quitó la idea. Después de pensar bien las cosas, decidí jugar un poco con la niña elfo.
"¿Wow, así que usted es una princesa?".
"S-sí".
"Mis disculpas, señorita Lía; perdone a este pobre plebeyo que se atrevió a faltarle el respeto".
Dije mientras hacía una reverencia y me arrodillaba sobre una rodilla. Al hacer eso, pude notar que la confianza de la niña elfo aumentaba; era mejor hacerlo de esta manera. Necesitaba que la niña no me tuviera miedo; después de todo, tenía un plan en mente que la involucraba.
"Veo que eres un plebeyo respetuoso".
Lía había sido completamente engañada; se podía ver lo contenta que estaba. Si mirabas sus orejas puntiagudas, se movían de forma curiosa y se veían un poco rojas por la vergüenza.
"Gracias por su halago, señorita Lía".
Estos últimos días había estado usando el poder que me permitía leer las mentes de las personas. Era un poder extremadamente difícil de usar; entre más poderosa era la persona a la que le deseabas leer la mente, más difícil era hacer una lectura de ella; la cantidad de energía que gastaba era insana, pero valió la pena. Fue divertido leer los pensamientos de las demás personas, en especial los de la niña elfo, que no paraba de tener pensamientos locos sobre cómo debería actuar frente a mí y cómo debería darme las gracias. Lo malo de ese poder era que de vez en cuando escuchaba voces aterradoras; según el análisis de D, se trataban de seres de otros planos. Al escuchar eso, me asusté; no quería saber nada de esos seres.