El abogado ya se marchaba, por lo que me dio a entender, tenía todo lo necesario de mí para poder proseguir con lo pedido. Con eso, mis mayores problemas estaban solucionados. Incluso la idea de volver al colegio, ya no parecía tan lejana.
—Agradezco todo lo que hizo por mí, por ahora, me tengo que retirar al centro de La Serena. Tengo que alcanzar a llegar a la academia de taekwondo.
—No hay problema —me despidió con la mano.
—¡Adiós!
Estaba a punto de irme, cuando al salir de la puerta, me detuve por completo. Al notarlo el señor Philip se asustó.
—¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien?
—No tengo como irme —caí en mi situación.
—¡Jajaja! Chico, eres muy gracioso —dijo secándose el momento de euforia.
Me sentí un estúpido. Por mi mente no pasó la idea de cómo me vendría luego de vender el vehículo.
—Yo puedo llevarlo. Voy a la playa, pero puedo pasar a dejarlo.
Las palabras que esperé salieran del señor Philip, se originaban a un lado mío. Era Melaine la que estaba ofreciéndose para llevarme. Se me congeló la piel al pensarnos en un mismo vehículo.
—Si no hay ningún problema, sería ideal —me aseguré, tratando de parecer indiferente.
—Bien, vamos entonces —me respondió en un tono poco amigable mientras se daba media vuelta.
—Apúrate chico —me dijo el Señor Philip dándome un empujón.
Perseguí a Melaine, ella no me prestó atención. Se subió al mismo deportivo rojo que usaba en nuestro primer encuentro. El Porsche Cayman Gt4 era de una sola cabina por lo que me subí a su lado. Aunque hubiera sido de dos cabinas igualmente lo haría, para no ser descortés. En su vehículo, estábamos demasiado cerca. Cruzó la salida del terreno y aceleró hasta llegar a la recepción, ahí sin que hiciera nada se abrió antes de que nos detuviéramos.
Observé a la chica que conducía, se le notaba tranquila. Al parecer no quería que me entrometiera, así que tampoco lo hice. Para evitar la incomodidad de la situación, fui observando el paisaje a través de la ventana. Era distinta de lo que imaginaba al recordar lo de la playa. Se encontraba reflexiva y cautelosa, contrario a lo que demostró. Luego de un rato mirando la nada decidí comprobar algo. La miré con firmeza para que se diera cuenta. Si bien me devolvió la mirada, siguió sin hablar. Esto me hizo estremecer. Sabía que no podía tener mucho la vista por que estaba conduciendo así que pensé en dejar de molestarla. Justo antes de que decidiera voltear mi vista, ella fijó su mirada mientras seguía acelerando sin ver la carretera. Hizo el cambio. El vehículo rugía. Eso me emocionaba, en definitiva, era como la imaginaba. Rebasó los 170Km/h. Dejó que sus comisuras se alejaran, yo hice lo mismo con mayor énfasis. Era una sonrisa de entendimiento. Volvió su mirada al frente, así que yo también.
Al llegar al centro de la ciudad se detuvo en un estacionamiento vacío. No me bajé. En cambio, decidí ver cuál era su siguiente jugada. Se apoyó de la separación y con un movimiento que no me esperaba, se me acercó. Rozó su mano izquierda en mi pectoral, latía con fuerza. Se aproximó lo suficiente para poder sentir el aroma de su cabello. No podía moverme. Su cuerpo volvió a disminuir la distancia entre nosotros y finalmente, abrió mi puerta. Alejándose de mi, volvió a su asiento. A pesar de que no hablamos nada, me sorprendió su forma de actuar. Estaba claro que esa era su forma de ser.
—Gracias.
—No hay de qué.
—Antes de que me vaya, quiero preguntarte algo.
—Claro.
—¿Qué eres del señor Philip?
—Soy su nieta. Le pedí que me enseñara de negocios —decidió mencionar, al ver a donde iba dirigida mi curiosidad—. Por lo que me ordenó trabajar para él.
—Ya veo.
Sabiendo que eso significaría que nos veríamos en otras oportunidades, no sentí necesario seguir hablando. Ya habría tiempo para eso.
—Este sábado —continuó antes de que cerrara la puerta—. Tienes que ir a la casa del señor Philip.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Solo ven, no te arrepentirás.
—Entiendo, nos vemos entonces.
—Nos vemos.
Su "no te arrepentirás" me va a molestar un buen rato. Me sentí con esa extraña sensación de que te dieron un regalo al que le tienes grandes expectativas, pero no puedes abrirlo hasta que sea la hora correspondiente. Lo mejor será controlarme y pretender que no es nada fuera de lo corriente.
Crucé un par de calles y llegué al gimnasio. Al entrar no estaba el mismo recepcionista de siempre. Esta vez, atendía una mujer de treinta años, abrigada con un jersey deportivo.
—Hola, buenas —me atendió con amabilidad.
—Hola, buenas. Vengo a la academia de Taekwondo.
Sacó una hoja debajo del mostrador y la mostró encima. Cediéndome una lapicera que tenía en su poder.
—Tienes que firmar junto a tu nombre si es que ya estás inscrito.
Esperó mi respuesta. Preferí tomar la lapicera y firmar el vacío que me pertenecía. Le entregué el papel y le devolví la lapicera.
—Gracias —dije tan amable como pude.
—No hay de que —me sonrió de vuelta.
Estaba por irme cuando recordé que no sabía en qué zona quedaba la sala de entrenamiento.
—Ah, disculpe. ¿En dónde se encuentra la sala?
—Tiene que seguir y pasar la sala de baile la segunda sala a la derecha sería la de Taekwondo.
—Gracias.
Tal como me indicó, terminé llegado a la sala de entrenamiento en donde todos iban vestidos con sus Doboks blancos. Al entrar, presencié como estaban practicando unos movimientos, muy diferentes a lo que imaginé al ingresar a la academia. Mientras concluían una posición o pose, expulsaban todo el aire que tenían por la boca. Como eran muchas personas no me interesé en ninguna, aunque había gente de todo tipo. El entrenador que estaba viendo y corrigiendo los movimientos notó mi ser.
—¿Qué tal chico? ¿Está bien tu boca? —preguntó el recepcionista que ahora vestía con un traje blanco, amarrado de un cinturón negro con símbolos de color dorado que demostraban un significado que no terminaba de comprender.
—Sí.
—Genial. De momento, quítate los zapatos y siéntate enfrente, para que veas el tul de tus compañeros.
¿Los que? Iba a preguntar, preferí no parecer un ignorante. Luego de dejar mis zapatillas a un lado, recorrí el piso de goma por la orilla, mientras, él seguía contando en voz alta, marcando el inicio de un nuevo movimiento. Lo interesante es que cada persona, según su cinturón, concluía en uno diferente. Al llegar enfrente, distinguí la clara figura de Vania, estaba demasiado seria. Intenté saludarla, estaba tan concentrada, que no reparó en mi existencia. Me senté con los pies cruzados y me quedé observándolos. De a poco los cinturones bajos se iban retirando y sentándose a mi lado, para observar a los que quedaban. Al final quedó Vania, otro hombre ya adulto y el profesor. Por lo que entendí iban a realizar el tul de cinturón negro I Dan, no sabía que tan complicado debe ser llegar a ese nivel. Viendo que incluso las personas veteranas no lo han alcanzado, me dio una pista del tiempo que le dedicaron para llegar ese punto.
—Bien ahora vamos a hacer un poco de acondicionamiento para comenzar con combates de práctica.
Situó una serie de circuitos con distintas finalidades y todos la hicieron. Llevado por la corriente, pasé unas escaleras en el piso, golpeé los laterales de un saco con ambos pies, llegué a una barra que tenía que pasar colgado; corrí en velocidad de un cono hasta otro, a una distancia de diez metros, para finalmente golpear una paleta que el profesor tenía en la mano. Antes de que el primero en la fila llegara a él, gritaba los nombres de las patadas en cada vuelta, yo solo repetía lo que los de adelante mío hacían. Casi al finalizar me di cuenta de que tenía mejor condicionamiento físico que varios en la academia. Seguro es porque desde siempre fui deportivo, me hizo sentir orgulloso. Sin razón aparente, por mi mente fluyó la idea de burlarme de los demás. Como si me leyera, Vania hizo una patada magnifica que no podré sacar de mi mente. Giró su cadera 180° para poner el pie derecho adelante, guiada por el movimiento levantó la rodilla izquierda para dar una vuelta completa en sí y terminar golpeando con el pie derecho de una forma tan brutal y rápida que el entrenador Toledo se vio obligado a soltar la paleta.
—Buena patada hija, pero para la próxima podrías avisarme —dijo mientras se sobaba la mano.
Con eso terminó el trabajo físico y el entrenador nos movió a un uno contra uno, mi primer contrincante era el mismo señor Toledo. Fue sutil conmigo y me golpeaba con cuidado, ya que la idea del trabajo era tener buen control de las patadas y puños. Me enseñó que si mantenía los brazos abajo podía obtener mayor impulso en las piernas a la hora de golpear, pero que también estaba vulnerable a sufrir un golpe veloz del oponente, por lo que de momento sugirió que mantuviera mi guardia arriba todo el tiempo. Cambié de contrincante, practiqué con todos los del salón, algunos practicantes de mayor rango no sabían lanzar bien las patadas, otros en cambio, tenían bien merecido su cinturón. Traté de aprender y replicar sus técnicas en el mismo momento que la realizaban. Algunos eran un poco rudos y otros demasiado blandos, cada uno tenía una forma única de luchar. Me tocó enfrentarme contra Vania, su actitud siempre fue la misma. Comencé atacando con una patada frontal a gran velocidad, con un pequeño impulso logró bajar mi pie y se me acercó para patearme el estómago con el empeine de la zapatilla de goma. Me dolió, pensé que solo era práctica, pero ella no tenía ni un poco de restricción. Mantuve mi distancia, ella se volvió a acercar. Di una patada lateral similar a la que realizó, la esquivó con facilidad, sabiendo que lo haría, terminé girando mi cuerpo y apliqué lo mismo que vi en el enfrentamiento anterior; di una patada con el talón sin siquiera mirar. La alcanzó apenas, al parecer solo le rozó el pelo. Bajó su guardia. ¿Qué planea? Aprovechando que tenía la guardia baja, di una patada frontal con velocidad, ella levantó sus manos y justo antes del impacto, desvió mi patada a un lado. Trasladó su pierna desde atrás para patearme las costillas, ya preparado, baje un poco mi guardia para evitar el daño. Justo antes de llegar a mí, se desvió y como un látigo, subió sobre mi cabeza, para finalmente caer con una potencia impresionante en mi cara estupefacta. Su pie se mantuvo un buen tiempo en contacto y me desequilibró por completo, mandándome al suelo. Cerré los ojos al caer. Cuando los abrí para levantarme vi sangre en el suelo. Esta provenía de mi labio, al parecer se abrió la herida que me hicieron esa misma mañana. El profesor y los que lo notaron se detuvieron y se acercaron.
—¿Estás bien?
Para no provocar una escena lamí la sangre de mi labio.
—Si no hay problema, solo me desequilibré.
Vania me ofreció su mano.
—Disculpa.
La acepté y me ayudó a levantarme del suelo.
—Vania te dije que fueras suave, es solo entrenamiento —dijo el señor Toledo algo enojado—. Los demás sigan con el combate, esta vez sin contacto, solo practiquen técnica. Controlarse es una habilidad que también se aprende en Taekwondo.
Si bien lo dijo para todos, su mirada terminó en Vania. Continuamos tal como dijo hasta que dio terminó a la academia.
Estaba por irme una vez cambiado.
—Absalón —se acercó mientras todos se marchaban.
—Dígame señor Toledo.
—Perdón por lo de Vania.
—No hay problema, supongo que tendré que acostumbrarme.
—Qué bueno que te lo tomes así. Déjame decirte que tienes buenas habilidades, pronto te traeré tu Dobok y tu cinturón.
—Está bien, gracias.
—No hay problema —me guiñó el ojo.
—Me retiro entonces —dije agradeciéndole con un apretón de manos.
—Nos vemos. Ten cuidado.
Alcancé a subirme en el penúltimo bus que iba al sector poblado, cercano de la parcela de mi abuelo. Desde ahí, caminé con algo de apuro unos veinte minutos en la oscuridad, me sentía observado. Apenas llegué a la parcela la sensación se detuvo y pude caer rendido a la cama.