Roxana entró a la habitación donde el aroma de la comida le llegó a las fosas nasales. Delante de ella, sólo podía ver el brazo de Alejandro mientras él estaba sentado en el sillón de espaldas. En frente de él en la mesa, había muchos platos servidos.
Ella se acercó y cuando entró en su campo de visión, su mirada voraz cayó sobre ella. Ella podía sentir la intensidad en sus ojos mientras se sentaba en el sofá a su derecha antes de mirarlo. Él llevaba una bata de seda negra que le cubría las rodillas y era lo suficientemente holgada para mostrar la mitad de su pecho esculpido.
Su mirada viajó por su cuello, pasó por sus labios tentadores y hasta sus ojos.
Sus ojos. Eran definitivamente diferentes. Le hacían estremecerse por dentro. No había sutileza en ellos. Solo una necesidad cruda. La miraba como si ella fuera carne fresca y él un león.
—Deberías comer antes de que se enfríe —le dijo. Su voz era calmada, a diferencia de sus ojos.
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