—Escucha a tu cuerpo. Solo empuja cuando sientas la necesidad de hacerlo y cuando no, toma un respiro —instruyó la partera.
A Roxana le dijeron que no observara a otra mujer dar a luz hasta que tuviera su propio hijo. Ahora entendía por qué. Era aterrador y parecía que nunca terminaría. Se volvía ansiosa y trataba de ocultarlo para brindar apoyo a Angélica. Estuvo a su lado todo el tiempo. El rostro de Angélica estaba sonrojado y húmedo de sudor.
—Bien. Ahora veo la cabeza. Empuja de nuevo cuando lo sientas.
Angélica tomó aire y luego, cuando sintió el dolor, gimió y empujó.
Oh, Dios. El rostro de Roxana se estaba poniendo pálido. ¿Cuándo terminaría esto?
—Bien hecho. La cabeza está fuera —celebró la partera.
¿Solo la cabeza?
Angélica se recostó en su almohada tomando algunas respiraciones. —Bien, descansa y respira. Cuando sientas el dolor otra vez, empuja.
El Señor Rayven, que ya estaba pálido, estaba azul en su lugar. Aún así, nunca soltó la mano de su esposa.
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