Conan le preguntó a Aries antes de que ella partiera hacia Maganti. Sus palabras fueron: «Entiendo que el príncipe heredero debe caer lentamente, pero ¿no podrías simplemente envenenar al resto?»
Aries recordó la curiosidad en sus ojos mientras el borde de sus labios se curvaba en una sonrisa burlona. Conan era la persona que prefería terminar o resolver las cosas de la manera más eficiente y rápida.
Su respuesta fue: «Los estoy envenenando», y luego soltó una risa cuando su ceño se frunció, así que se lo aclaró: «Soy una perra venenosa, ¿no es así?»
Un veneno que podía cegar. Una droga que los haría perder la razón, una pagana impura que los corrompería con su belleza... y luego los castraría.
Después de todo lo que había hecho para llegar hasta aquí, Aries ahora estaba lista para tocar las cuerdas de sus corazones. Para dejarlos a todos desnudos de la misma forma perversa en que le arrancaron la ropa y mancillaron su inocencia.
De la misma manera. Ni más, ni menos.
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