—¿Por qué no te vas? —se preguntaba internamente.
Había sido testigo de su pánico cuando se dio cuenta de que la había dejado. También la había visto alejarse como si ya hubiera comprendido la oportunidad que él le abrió. Pero para su sorpresa, Aries regresó y se sentó en la banca.
Se quedó allí, cerca de donde él la había dejado por horas ahora. No se movió ni un músculo incluso cuando cayó la noche y la ola de gente cambió.
—Es tan tonta al atreverse a encariñarse —murmuró él, mirando hacia arriba cuando una gota de agua cayó sobre él. El cielo nocturno estaba siendo sofocado por nubes espesas, indicando que pronto comenzaría a llover a cántaros.
Abrió la palma de su mano mientras el delgado patrón de la lluvia golpeaba contra sus hombros. La gente alrededor también aumentó su paso, corriendo para encontrar refugio del aguacero que arrasaba con el ambiente festivo. Los comerciantes también montaron sus equipos de protección a toda prisa.
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