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Artem - Un rescate fatídico

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Artem

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Cuando irrumpí entre los árboles en el borde del claro rugí por segunda vez. Mi furia estaba hirviendo. Tampoco me detuve. Solo apunté mi trayectoria con cuidado, iba a estrellarme contra él. No iba a mantenerla inmovilizada por mucho tiempo más.

Con la fuerza de un misil me choqué contra él. Damos vueltas varias veces, rodando por la tierra, pero logré caer con ventaja. Ahora era yo quien lo tenía presionado contra el suelo, aunque todavía estaba en forma humana y él en su enorme forma de lobo.

—No te atrevas a tocarla de nuevo —gruñí en su cara lobuna, mirando fijamente por su alargado hocico a sus ojos que mostraban una burla.

'Bájate de encima!' Escuché sus gruñidos y resoplidos, los extraños sonidos que pasaban por hablar en lobo.

—Si me levanto, será solo para matar tu asqueroso trasero.

'Ella nos pertenece.' Me espetó. 'Es nuestra.'

—No, no lo es.

La vil mierda que tenía inmovilizada pensó que podía luchar sucio. Dirigió un golpe hacia mi entrepierna mientras intentaba morderme y arañarme al mismo tiempo. Al menos valía la pena luchar contra él.

Pero tendría que esforzarse más si quería enfrentarme. No gané mi posición por ser débil e inexperto. Pasé la última década y media entrenando mi cuerpo para este tipo de pelea.

No dudé ni un segundo. Cambié en un instante. Mi lobo siempre había sido grande y poderoso, pero desde el día en que me convertí en el Alfa había crecido. Era más grande de lo que solía ser y usaría ese tamaño y poder añadidos en mi beneficio.

Retrocedí acumulando momentum mientras me preparaba para lanzarme contra su pecho. Mostré mis dientes y los clavé contra su garganta. Si no se rendía, le costaría la vida.

Mientras esperaba que se rindiera, escuché a dos pares de pies corriendo hacia mí. Uno estaba mucho más cerca que el otro.

—Bájate de él —el hombre de antes, el que había estado rugiendo dentro de la casa, habló con una voz profunda y colérica.

'Se rinde o muere.' Le gruñí.

—Entonces, ¿lo discutimos? —El hombre trataba de calmarme. —Podemos llegar a un acuerdo y todos podremos irnos contentos.

'Me iré de aquí con la chica, y eso es definitivo.'

—No puedo permitir que eso suceda —el hombre me espetó. —Ella es mía. Siempre será mía.

En esas palabras aparté la boca y rugí, volviendo a mi forma humana para poder mirar fijamente al imbécil que había hablado.

—Se viene conmigo. No es tuya —vi cómo se le oscurecía el rostro y se le estrechaban los ojos.

—La chica pertenece a nuestra familia. Soy el líder de esta familia. Por lo tanto, me pertenece.

—Y yo te estoy diciendo que las cosas ya no van a suceder así. Me la llevo conmigo.

Kent irrumpió en el claro en ese momento, habiendo salido de la casa mucho después que el hombre frente a mí.

—Parece que no entiendes lo que está pasando aquí —lo miré fijamente—. Tú no puedes ganar aquí.

—Creo que el que no entiende eres tú. Yo soy el rey de estos lares, esta es mi propiedad y tú no perteneces aquí.

—¿Sabes siquiera quién soy? —hablé entre dientes apretados, mi enojo creciendo.

—No me importa quién seas.

Kent observaba y esperaba el momento adecuado para actuar. La chica que vine a salvar seguía tirada en el suelo, el miedo llenando sus ojos.

—Creo que te importará, cuando descubras que soy... —nunca llegué a terminar la frase. Ese idiota que había mordido a la chica estaba cometiendo un error muy grande.

El lobo se puso de pie de un salto y se lanzó hacia mí. Su intención era clara por la mirada en sus ojos, la posición de sus dientes y las garras que tenía apuntadas directamente hacia mí. Quería herirme, quería matarme. Y eso no iba a suceder.

Atrapé al lobo mientras volaba por la noche. Mi mano cerró alrededor de su garganta con una fuerza aplastante, cortando el rugido que venía de él. Por instinto, mi mano cambió parcialmente, sacando mis largas y afiladas garras. Mis dedos se apretaron con un movimiento rápido, causando que las letales garras se clavaran directamente en su yugular.

La sangre salpicó alrededor de mis dedos, empapándome y tiñendo el claro de rojo. Un inquietante gorgoteo vino brevemente de su garganta antes de que su cuerpo dejara de convulsionar.

—¿Qué acabas de hacer? —pude escuchar la ira en la voz del hombre mientras temblaba de rabia.

—Me encargué de un cabo suelto.

—Vas a pagar por esto —la rabia que emanaba del hombre era palpable; podía sentirlo, podía saborearlo. Este hombre todavía sería un obstáculo.

O eso creía. Mientras el cuerpo inerte del lobo caía de mi agarre, el hombre alzó las manos y empezó a retroceder.

—Ganas, por esta noche —no dejó de retroceder hasta que estuvo en los árboles, sus pasos rápidos y firmes.

Cuando se fue y me quedé solo con Kent y la chica, finalmente pude calmarme. Sabía que Kent se mantendría alerta y me avisaría si algo sucedía.

—Toma —Kent me lanzó un pedazo de tela enrollado. Era un par de pantalones cortos deportivos, que ayudarían ya que estaba tan desnudo como se podía estar.

Cuando me vestí, más o menos, caminé despacio hacia la chica y me arrodillé frente a ella. Estaba temblando y respiraba entrecortadamente.

—No volverá —la aseguré—. Ahora te vienes conmigo —sus ojos, ya de por sí muy abiertos por el terror, se abrieron aún más, si eso fuera posible.

Observé cómo lentamente se arrastraba hacia atrás, alejándose de mí. Se quejaba de dolor con el movimiento, pero no hacía ningún sonido. Estaba herida y necesitaba ayuda.

—Detente. No te muevas —hablé suavemente, tratando de calmarla, pero ella se congeló como si le hubiera dado una orden. Mientras se quedaba allí, quieta como una estatua, la revisé. Tenía sangre esparcida desde el lado derecho de su cuello y por el frente de su camisa sucia. La herida, aunque pequeña, todavía rezumaba sangre lentamente y necesitaba ser atendida.

Con cuidado, me acerqué más a ella, extendiendo la mano hacia su cuello para apartar su largo cabello y evaluar el daño.

—Mi nombre es Artemis Cooper, pero todos me llaman Artem —intentaba hacer conversación, para calmarla y que se acostumbrara a mí—. Soy el nuevo Alfa de esta manada —ella jadeó al oír mis palabras, su temblor deteniéndose de repente.

Al principio, pensé que era una buena señal. Ya no estaba temblando de miedo. Pero solo fue hasta que pareció desplomarse en el suelo, inconsciente.

—Genial, asustaste a tu compañera hasta la muerte —Kent se rió de mí—. Necesitamos irnos. Necesita ver al Doc.

—Lo sé —le espeté mientras me movía hacia ella.

Levantarla fue como levantar una muñeca de trapo. Era simplemente demasiado pequeña. Sí, no era demasiado baja, pero era tan delgada, tan diminuta. Incluso sin la fuerza añadida de ser un ser sobrenatural, hubiera podido llevarla con una mano. ¿Qué le habían hecho?

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