Durante mucho tiempo Alrakis la acarició. Rozó su espalda suavemente con sus largos dedos, haciéndola sentir segura en su abrazo protector. Descansó su barbilla sobre su cabeza mientras ella enterraba su rostro en su pecho y lloraba hasta que se cansó de llorar. Cuando no le quedaron lágrimas, dejó escapar sollozos secos.
—Me siento tan tonta... —dijo con voz ronca.
—¿Por qué? —preguntó él, feliz de escuchar su voz. La almeja a su alrededor aún estaba cerrada con fuerza. Era como si estuviera protegiendo a los ocupantes.
—Después de tantos años, debería haber sido nada. Los recuerdos deberían haber retrocedido, pero en el momento en que vi a Nerio, todos... resurgieron —volvieron a ella como olas furiosas estrellándose contra su cuerpo.
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