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Historias de la cuarentena

Historias de Cuarentena

Hace años nació alguien llamado, corona virus. O ese fue el nombre oficial de una gripe que ataca al cuerpo humano. Tiene características diferentes de lo que es podría ser la gripe aviar, la gripe porcina, la gripe normal. La tos, sequedad en la garganta. Tiene una capacidad estacional. El invierno, aunque puede resistir hasta veintisiete grados en pleno verano. Y no hay anatomía que pueda por más perfecto que el organismo se encuentre, aunque prefiere victimas de anciana con problemas congénitos. Las ventas de alcohol en gel, y barbijos se han agotado como también los aerosoles para matar bacterias. Esa Fue la época en la que todos estábamos, encerrados, con miedo a que nos visitara. ¿Pero, si realmente fuera un virus diferente? ¿Qué pasaba en los hogares, o en ciudades, pueblos, o países?

 

La siesta

Eran aproximadamente las tres de la tarde. La cuarentena ya se había decretado, y entre bostezos y bostezos se quedó dormida. La atmosfera de la tierra, manifestaron los científicos, estaba cambiando su rumbo debido a la expansión del virus, y el toque de queda estricto, hizo que la polución del planeta mejore de forma rotunda. No hacía mucho tiempo que se habían dictado las formas resolutorias para no transitar en las calles.

 

Sabrina, mujer de unos veintiocho años. Soltera, se pasaba el día leyendo por lo que el encierro era solo un caso más de la vida, y no tardaría en finiquitar en cuanto el virus decida irse, o una cura fuera descubierta. Almorzó algo simple. Unas salchichas con puré. Luego recogió su libró, y fue a su cama a descansar en una siesta. Precavida a fin de ventilar la casa dejó la ventana de su living abierta. No toleraba el aroma ranció de un encierro, que se produce con los ácaros que se amontonan en la casa. Al recostarse ella leyó varias páginas, mientras sus ojos le dictaban las palabras hasta no resistir, hasta que se insumió en un sueño profundo. El velador de la mesa contigua de la derecha, alumbraba tímidamente. Sin reparos se apagó.

 

Al despertar de aquella siesta. Ella estira los brazos para quitar con un bostezo al cielo, la pereza contenida, estirando los músculos. Experimentó una sensación extraña en el aire. Parecía como si fuera puro, sin esa contaminación esparcida de los automóviles. No se oía, un solo ruido en las calles. No era de preocuparse, pues estaban en un toque de queda debido al germen de la gripe. Se incorporó de aquel placido descanso físico, y mental, ya que se sentía totalmente relajada. Su libro a su lado amarillento, gastado. Y el velador de su mesa de luz con el foco quemado, y lleno de telas de araña. Algo que llamó la atención al notarlo, pues no recordaba que estuviera tan sucio, y menos con un minúsculo insecto viviendo en él.

 

Sin remedio, se colocó sus lentes, y camino descalza hasta el living donde desde la ventana percibía el viento que ingresaba con fuerza. Tal vez llueva. Fue hasta ella para cerrarla, y poner las cortinas en su lugar que ventilaban con un ánima regocijante queriendo invadir el departamento. Al tomar con sus manos una de las puertas del portillo, se asomó por ella, lo que le produjo un shock al no poder creer lo que desde allí se veía. Camino hacia atrás, y luego hacia delante. Se quitó los lentes empañados, y los limpió con su camiseta. Al colocárselos, se adentró hacia ese ventanal semi abierto. Era lo que temía. Toda la ciudad cubierta de plantas, y arbustos. Los edificios destruidos en su mayoría. Autos quemados, animales que iban y venían. Los pájaros cantando en demasía. Y el cielo totalmente celeste. Al no comprender, fue hasta el mueble donde tenía la televisión, e intento encender la misma. Apretó los botones, pero no había caso. Tomó su móvil, aunque estaba apagado, ya que la batería se encontraba baja. Fue hasta la recamara, y de una gaveta del mueble lleno de humedad recogió su cargador. Lo situó en

 

 

 

 

el enchufe, y luego al celular. Evidentemente no tenía electricidad. Todo parecía una pesadilla.

 

La radio podría funcionar con las baterías que buscó de un armario. Al sintonizar de ella recibió interferencia, y nada más. Todos esos sucesos hicieron de ella en su conjunto un instante de pánico. La emoción la invadió por lo que permaneció impoluta caminando a paso lento con la mirada frente hacia aquella abertura hecha por el humano. El ventanal. Un hornero parecía que había hecho su nido. Una magnífica obra. Y un chirrido era un espectáculo de sonidos que mantenían inquieta ante la situación a Sabrina.

 

Ya extenuada por todo ese estrés, fue al refrigerador por un poco de agua, y solamente había comida en descomponían. Acto seguido por el hedor que salía de allí, cerró con fuerza la puerta. Y fue hasta el baño donde no aguanto las náuseas, para expulsar de si todos esos sentimientos encontrados a través de los nervios en comida, y hasta los jugos gástricos. Permaneció en una coyuntura inmóvil, y abrió el grifo de la canilla. Afortunadamente, aún salía agua corriente. Un poco amarronada se encontraba, pero era agua al fin. Luego de pensarlo, se vistió con unos jeans, una camiseta. Zapatillas, y medias, y descendió por las escaleras en plena oscuridad hasta el portón de salida. Éste, estaba abierto. Con cautela dio el paso hacia la calle. El húmedo espacio donde se encontraba, hacía que su cuerpo transpirara. Recorrió, sorteando la mayor cantidad de maleza. Quedaban algunos autos, en su forma esquelética. Como si hubieran sido destruidos. Los cimientos de algunas casas. Todo en un escenario apocalíptico. No pudo evitar mirar al suelo en un charco de agua y verse en su rostro como las ojeras de tanta impresión entre tantos hechos dramáticos. En un momento se cansó de sí misma.

 

- ¿Hay alguien? – grita

 

- ¡¡¡¡¡¡Hay alguien!!!!!!

 

- ¡¡¡¡Por favor!!!! ¡¡¡¡Alguien responda!!!!

 

Nada parecía más en su voz, que el viento que soplaba en su dirección. Continuó rumbo hacia ningún lugar, hasta que resbaló, y sin darse cuenta cayó por una pendiente no muy peligrosa rodando hasta el suelo. Entre las blasfemias de la bronca, y la desesperación por caída, se tomó la cabeza por el dolor, y el golpe. Al mirar al suelo pudo ver allí una casa perdida entre cinco árboles que la cubrían. Divisó una imagen confusa. Quizás no estaba sola. Fue apenas cojeando como podía, debido a la caída hasta ese recinto lleno de arbustos. Sorteó los árboles, esquivando su hostilidad de maleza que cortaba la piel. Al llegar a la entrada de esa morada. Cerró los ojos, e ingreso sin invitación. No había nada que se lo impidiera, pues el valor ya era un parte de la desesperación, y el miedo había sido relegado a otro plano. Todo está semi oscuro en una penumbra. Del techo una grieta daba la bienvenida a un rayo de sol. Una mesa solitaria en lo superficial con una botella de vino vacía. Al lado un mueble con gavetas. Abrió el cajón de una de ellas, y encontró un periódico que apenas podía leerse. Amarillo, pútrido, y repleto de hongos verdes impregnados en este, como en la madera vetusta. Las paredes, los muebles, todo era parte de aquel paisaje.

 

 

Cuidadosamente corrió la hoja en sus primeras páginas, y allí la noticia: "Inminente masacre por la guerra bacteriológica". "El virus está acabando con la humanidad".

Las fotos y palabras, hicieron que un grito exasperación despoblará de aire sus pulmones, para que la arrodillaran llorando. La raza humana se había extinguido. Una nota de puño y letra de aquel morador que ya no estaba manifestaba. "No hay esperanza".

No sabía a ciencia cierta que ocurría, y porque ella formaba parte de una tierra viva sin humanos. Ella se levantó, y pudo apreciar que el reloj Citizen automático, tenía configurado el año. La figura de una imagen le susurró estas lejos de casa. Al ver el año del calendario se desmayó.

Horas después despertó Sabrina en su cama de su hogar. Exaltada se miró asimismo, tumbando el libro al suelo. El foco de la luz estaba normal, aunque apagado. Y el silencio estaba presente como siempre en esa casa. Pensó que todo era una fatídica pesadilla. Lo bizarro del aspecto en que lo vivió fue lo más monumental del asunto. O ella, lo cree así. Salió de su cama, y fue hasta la ventana. La ciudad estaba en calma. Todo era como ella lo pensó, un sueño nefasto de una ficción. Respiró hondo, y cerró las puertas de las ventanas con cierta parsimonia. No dormiría nunca más una siesta. Aunque poco tenía que ver por el susto.

El periódico llego la semana siguiente. El virus letal se ha propagado, y la cantidad de muertos es incontable.

Sin darse cuenta Sabrina tenía guardado un reloj en su cajonera. La hora la de siempre. El año 2150 DC.

 

Las mascaras del hombre ave

 

Vestidos, van con sus túnicas negras de capas extensas que caminan por las calles, donde el virus se encuentra esparcido. Donde alguna vez sus ancestros limpiaron la sangre de caídos de la peste negra que asoló por los alrededores cantando con alegría, y ahínco en la Europa vieja.

 

El matasano fue a llevar un poco de esperanza a la gente de la localidad de uno de tantos barrios que se encontraba infectado por la expansión del virus cuyo congio era corporal. Al abrirse la puerta en la mañana nublada, se veía la sombra de una figura con el maletín en su mano. Les decían las aves de la muerte, pues cada vez que aparecían, era para inyectar analgésicos a los que ya se consideraban casos perdidos

 

El niño lo veía, y creía que era un pájaro de verdad. El doctor lo revisó, como hizo con muchos otros, e informó con su parte médico a las autoridades. Muchos rogaron por clemencia; por curas que pudieran salvarlos, pero no había caso. Esta zona estaba marcada. Algunos cuerpos se arrojaron a en bolsones para evitar el olor nauseabundo de las putrefacción. El doctor con su máscara de pico, y lentes se retira de aquel lugar. El niño hace un gesto de gracias con las pocas fuerzas que le quedaban, los demás yacían dormidos esperando dejar de respirar. El hombre de las mascara de la muerte, ni siquiera dio la vuelta para recibir aquel gesto. Así era este trabajo. Frio, y sin escrúpulos.

 

El empleo era vil, y sanguinario, debido que rompían a los juramentos de la vida, y ni siquiera daban un ápice de ánimo para trasladarse al otro mundo.

 

Al caminar aquel hombre no pudo evitar algunas lágrimas que empañaron sus lentes. Pues en su interior, aún sentía. Intento quitarse la máscara cuando lo detuvo su compañero. Aquí no es posible hacerlo, ya que cualquier contacto puede ser letal hay que evitar se siga propagando. También le explicó que muchos de los cadáveres fueron arrojados por las cloacas, y pozos ciegos, esto generó que el agua se contaminara. Era inminente el desenlace. La ciudad era pequeña, aunque era mejor por el resultado de lo que vendría. Se hizo entonces, por orden de gubernamental, y sugerencia de los hombres ave, el comienzo y conclusión del paredón que encerraba a toda la urbe, una vez leídos los resultados de las parcas, sería realizada la obra.

 

De un lado los sanos, y del otro los enfermos. Debían aislar a lo que podría quedar de la raza humana hasta terminar con todo este conflicto en cuanto la cura fuera posible. Era injusto todo aquel espectáculo funesto en un circo de horror donde los alaridos de agonía recorrían como voces aquella ciudad fantasma llena de cadáveres en vía de extinción.

 

 

Ha pasado un tiempo desde que la ciudad continúa amurallada. Se prohíbe el ingreso. Lo que nadie supuso, era el desgaste de los materiales sin controlar aquellas paredes carcomidas por la erosión. Un hueco podía verse desde el otro lado, eso hizo que el misterio de unos pequeños que sortearon la vigilancia, husmearan por aquel agujero. Podía verse un desierto de edificios sin sonidos de ningún tipo. El fin es un principio se oía del otro lado, mientras un golpeteo en los ladrillos de aquel gigante muro que tapaba la ciudad hacían retumbar los sentidos de los pequeños que con susto salieron de su curiosidad. En el miedo se les hizo llegar la voz.

No fue entonces cuando poco a poco, se quebraba las paredes, generando una abertura de libertad.

Los primeros en caer fueron los centinelas que no alcanzaron a cargar sus fusiles, ahora solo eran carne para cuerpos insaciables de carroña. Las autoridades se pusieron en alerta roja, que alertaba que debían evacuar a todas las personas que estuvieran cerca de aquella ciudad cuyas murallas han sido vencidas. Cuando pudieron darse cuenta, ya era tarde, las criaturas tomaron el poder como las almas, e hicieron de su venganza al olvido, un juego macabro de destrucción. Les costó la vida a la raza, y una muerte, por ese sentimiento propio del egoísmo.

Los hombres pájaro, dictaminaron en sus investigaciones de muestras de sangre, ciertas anomalías del virus. En ellas, un estado de pereza en descomposición. Los médicos brujos de otras estirpes hablaban de zombis. Esas fabulas creadas en los cines, y en la religión vudú. Las armas eran inútiles, y el hedor de sus anatomías despedía el veneno, que con solo tocar a las victimas ya se instalaba para generar el proceso de destrucción de neuronas, y células. Intentaron encontrar solución, sin resultados inmediatos.

Ya era tarde. Cuando aquel matasano estaba encerrado en su laboratorio la puerta se abrió, y una pequeña criatura desfigurada se arrojó hasta él. Éste no llego a poder pedir auxilio, e intento quitarse al monstruo, sin embargo era tarde, parte de su rostro había sido devorado. Consciente de sus hechos se dejó caer, en cuanto formaba el menú del festín de otros colegas que llegaban para alimentarse. Ahora le tocaba al niño tomar una muestra de su doctor. Ahora le toca a él, decirle que no hay remedio alguno. Ahora le toca él, ese cuerpo ser parte del abandono de lo que quedaba en vida del hombre ave.

 

La puerta

 

A veces sin precaución alguna nos introducimos en recónditos sitios a los que nunca deberíamos a ver ido.

 

 

 

Emilio, y Rosa, compraron la vieja casa de los Arévalo. Una familia ya extinta hace más de cinco años. Tres habitaciones, living, un altillo. Todo a un precio considerable para una pareja de corta edad que iniciaba su vida. No tenían grandes aventuras, ni tampoco desventuras, de las cuales sentirse aburridos. Era una casa al fin de cuentas con sus lujos medidos conforme su personalidad.

 

- ¡Vida llegué! Traje todo como para una semana. - le comenta Rosa. -

 

- ¡Genial! – mira amor, la cuarentena ya está declarada para un tiempo indeterminado.

 

- ¡Terrible! – Comenta ella – ¿crees que se extenderá mucho tiempo?

 

- ¿Quién sabe? La gente está muy paranoica con este asunto del virus. Algunos hablan de contagios en el aire, otro contacto con personas.

 

La mujer recordó lo mencionado del contagio con personas, e inmediatamente fue a lavarse las manos con agua y jabón. En el baño tenían los elementos necesarios para desinfectar de ser posible. Eran precavidos, como extremistas a lo absoluto.

 

Durante una semana tuvieron una vida llevadera con las noticias de fondos, los anuncios. Distraían su razón con su vida de pareja, charlas, actividades, que cada uno hacía por su cuenta como gimnasia, lectura, juegos de mesa, y comunicarse con amigos, amigas, parientes, aunque claramente surgía momentos de estrés en definitiva con el encierro. Era un submundo pequeño de solo un Adán, y una Eva. El paraíso no siempre podrá ser paraíso. No pasada las dos semanas que Emilio con gusto a la decoración decidió realizar una tarea pendiente la cual era la siguiente. Lijar toda la pared del living, y pintarla del color crema. Rosa estuvo de acuerdo, no tenían más actividades que hacer. Se pusieron manos a la obra. En el altillo, tenía el hombre de la casa papel para lijar pared. Inmediatamente tomó lo que tenía. Verificó que no fuera ya usado. A veces guardaba por si resultaba útil. Observó detenidamente, y comprobó que era suficiente, y estaban en condiciones. Al descender del altillo, Rosa lo esperaba.

 

- ¿Y? – pregunta -

 

- Aquí tienes – le da una parte del papel

 

Uno en el sector del lado izquierdo, y otro en el derecho comenzaron el trabajo. Estuvieron lijando la pared durante una hora exhaustivamente. Él paró un momento para

 

 

 

 

abrir las ventanas y disipar el polvo de la pintura gastada. Ella continuaba sin cesar. Deberías descansar le comenta. Ella asiente, pero continúa. Una resquebrajadura comienza a notarse entre el polvo, y el cemento. El observa, y le expresa que no prosiga. Ella con sus dedos palpa, y pronto comienza a quebrarse por completo. Emilio se acerca sorprendido, pensando que podría ser la humedad. Aunque al palpar con la palma de su mano no siente el frio del agua absorbida por la pared. Golpea con el puño cerrado y siente un tanto hueco, poco a poco se va cayendo parte de la tierrilla. La curiosidad los invadió, de forma que siguieron lijando a fin de ver si no tenían grietas, de lo contrario tendrían que primero pasar cemento concreto, y sellar todo Al movimiento desde abajo hacia arriba, Rosa notó una línea que subía desde arriba en vertical, la continuó hasta que terminó en un punto en horizontal debajo, Emilio realizó la misma tarea hasta que los dos llegaron al mismo punto. Se había formado como una línea en forma de puerta. Les extrañó que tal efecto se produjera. ¿Qué raro pensaban? Ambos se sintieron atraídos por esa puerta dibujada en la pared, detrás de varias capas de pintura. Permanecieron contemplando absortos aquella figura como cuando se mira un catálogo sobre algún objeto desconocido, en un idioma diferente. Tal vez algún niño de la familia la pintó en la época de los Arévalo. El silencio se apoderó en segundos de ese instante entre la curiosidad, el misterio, y la sensación. No fue cuando Rosa quiso lijar en medio de ella y su mano se introdujo del otro lado. La quitó enseguida, y se aferró a Emilio del susto.

 

- ¿Que fue eso? – dice asustada ella –

 

- ¡Dios!, ¿no lo sé? – responde – ¿parece interesante?

 

- Eso me succionó la mano. Sentí que me atraía. –

 

- Querida no lo sé. – Mira, extrañado – ¿Voy a probar, total que puede ocurrir?

 

- Querido no lo hagas – le expresa con pánico.

 

El extiende el brazo, con ello la mano, y los dedos. Nada ocurre.

 

 

- ¿Vez no pasa nada? – Dice Emilio - ¡Vamos!, ¡quiero ver qué ocurre! – comenta con gracia. – ¡Vamos! – ¡bueno parece que no ocurre nada! -

 

Una energía se percibe en la base. Una energía tibia, lenta, que aumenta. Cuidado le comenta ella. El atraído continúa, sin prestar atención. Una fuerza gravitatoria comienza su flujo como un agujero negro, y comienza absorberla. Inicia con sus dedos alargándolos, luego su mano. Ella enloquece desesperada.

 

- ¿Querido que ocurre? – ¿tu mano? Los dedos se te han deformado.

 

- ¡Ayúdame! ¡Amor ayúdame! – Con pánico comienza a gritar – ¡Ayúdame! – con sus ojos desmesurados.

 

De repente esa fuerza de aquella puerta lo atrae cada vez de manera excesiva. Rosa en un intento enorme, ante el calvario de ver a su novio que algo lo tragaba, trae una escoba queriendo hace palanca entre el brazo de él, y el agujero de la puerta, sin dar resultado tragándose aquella vara de madera. Ella lo abraza por detrás, el cuerpo de Emilio se deformaba al resistirse a ser consumido. Aquella potencia cada vez succionaba más, de forma que no tenían manera de escapar a esa atracción fatal. Su mujer lo contuvo todo lo que pudo. El cuerpo de Emilio se estiró, y desconfiguró como si fuera de goma. Podía experimentar como la carne se alteraba forzando las tensiones, y los nervios causando una desfiguración. Sus huesos y su rostro. Su cabeza se hacía más ancha, y luego se reducía, y así en varias repeticiones extendiéndose. Pronto la mitad de él, estaba dentro de aquella boca prolongándose como queriendo dilatar, y luego con vigor aspirarlo, como una boa constrictora cuando tiene a su víctima en sus fauces, y comienza a sorber. Trataba desde el otro lado de su atacante decir algo, que no se entendía, oponía resistencia sin resultados. El miedo, y el terror, al ver como su novio era comido por algo desconocido desquiciaron su cabeza. Aceleradamente solo quedaban las piernas de aquel pobre hombre, ella se aferró, y esa aspiradora continuó. Luchando para evitar el desastre sin solución, ella intentó todo lo que pudo a su alcance, sin soltar a lo que podía quedar de Emilio, y no siendo suficiente para la fuerza, prosiguió con ella, que hizo un esfuerzo fatídico para tratar de zafarse, utilizando lo poco que quedaba de Emilio, su pie, lanzándolo hacía el agujero que inmediatamente dejó de actuar. Solo había quedado una zapatilla que por impulso de la captación, se escapó del tobillo alargado y desproporcionado. El mismo polvo del viento de la ventana permanecía en el aire. Ella vencida permaneció sentada en el piso, poco a poco iba moviéndose hacia atrás, sin dejar de quitarle la vista a ese monstruo que se tragó a su compañero. Se largó a llorar sin otra cura para sus lamentos. Y el agujero la consumía con su mirada.

 

Se hicieron investigaciones en aquel sitió, sin resultados. Interrogaron a Rosa por los hechos ocurridos por Emilio que eran un enigma. La puerta dibujada en líneas, era al final de cuentas un dibujo. Palparon varias veces la misma, sin resultado alguno. El testimonio, y las pericias parecen válidas, y certeras, aún ello, escapa la razón de lo ocurrido. Ella sigue bajo investigación por la desaparición de su novio. La casa lleva un cartel de venta luego de la cuarentena, y Rosa se fue a vivir con su madre. Nadie sabe a ciencia cierta que aconteció, o posiblemente la ciencia si sepa.

 

Un niño en un puesto de diario compra un fascículo de una revista de astronomía. Agujeros negros. ¿Existen en la tierra? ¿Dónde?, ¿y cómo?

 

A veces debemos tener cuidado con indagar con las puertas que encontramos en la vida, nunca sabemos dónde nos pueden llevar.

 

El adorno

 

Estaba totalmente recluido en su hogar. Con los días, pensó en todos los acontecimientos de su vida. En sus defectos, y sus virtudes. Y en él, aquel adorno del anciano que lo convencía cada vez más de insumirse en el otro lado. Le llamaban el otro lado, a otro lado muy dispar que no era un mundo, ni submundo, ni inframundo, ni nada. Ni siquiera una distopia. No era cielo, ni infierno, era otro lado. A muy pocos se les ofrecía esta vía de escape. El alma es pura, aunque a la vez convencible de las más insólitas propuestas.

 

Cansado de sí mismo, meditó en su copa de vino, cavilo cada momento. En ello se percató que al final, somos un montón de nada en la tierra, y que ese montón descansará como un cuerpo que luego será alimento de la naturaleza divina de los gusanos. El terror a morir era un problema sin resolver desde su infancia. Por lo que accedió al contrato con el ser del modular. El foco de la lámpara iluminó su rostro.

 

Su mentalidad estaba frustrada en todo aspecto desde hacía tiempo. Un hombre de cuarenta tres tiempos. Vivía solo, su relación de muchos años había concluido. Hijo único. Sus padres ya no estaban con él. Nunca le supo bien el encierro. Ya tenía ciertos miedos desde la muerte a la llamada claustrofobia. Y no lo toleraba. No toleraba estar aprisionado, ni tampoco nada que pudiera suponer que podría dejar el mundo. Lo que le produjo en adelante ciertos problemas con el virus. Hacía ya varios días que en confinamiento era total. No podía salir a las calles, y la epidemia, cada vez era más letal. El número de infectados, y fallecidos aumentaba por día. El adorno atacaba con un juego de promesas bastante seductoras. Y cada instante conversaba con su mirada desde su ubicación por ese departamento de apenas dos ambientes.

 

- Leandro, ven, aquí, ¡Leandro! Aquí, es ahora, y siempre. Aquí no existe pasado, ni futuro, solo presente.

 

Leandro en un principio, creyó que era parte de una burla de su mente, por el hecho de permanecer tantos días encarcelado por obligación, sin embargo no lo era. El adorno lo consumía, desde aquel día que lo compró en la tienda de antigüedades de la calle Riobamba. El negocio estaba de liquidación, y a los pocos días cerró sus puertas. Aquel objeto era una pieza interesante que le pareció ideal. Esa ambigua figura de porcelana de un viejo leyendo, era clásica. Ni bien llego a su casa, lo depositó en el modular junto a unos libros, y una lámpara arcaica.

 

El comienzo fue cuando la lámpara por si misma se encendía, sea de día, o de noche. Vida propia. Aquel hombre al despertar, pensaba que era un corto circuito del interruptor. No prestó la atención requerida, como tampoco al sonido del espacio que el interior de sus oídos le manifestaba:

 

 

 

 

- No te preocupes estarás mejor, incluso de esta forma, u otra siempre estarás mejor

 

– el otro lado es un regalo que no todo el mundo puede adquirir.

 

El susto mayor fue en el momento en que los libros desaparecieron, y aparecieron colocados en otro sector. Formaban una fila ordenada que direccionaba hacia el mueble donde el anciano estaba colocado, junto a la lámpara encendida. El adorno le confesó que ya los había leído. Leandro creía que se estaba volviendo loco. Intento guardarlo en una caja, y tirarlo a la basura, sin embargo no podía. El poder de aquel objeto era tal que lo tenía hipnotizado consumiéndolo lentamente.

 

- Te ofrezco el infinito mundo. lo eterno. El otro lado. – seducía con dichos la figura (su mente) – sus miedos desaparecerán. Tus anhelos vendrán. – el adorno parecía hablarle a todo instante –

 

Ya cansado de escuchar esa voz, intento pedir ayuda, ¿pero cómo mencionar que una pieza de porcelana le hablaba? Tomó una silla, la colocó de frente a ese muñeco de cerámica.

 

- ¿Qué quieres? – pregunta mirándolo fijamente a los ojos –

 

- ¿Qué quieres tú? - repregunta el viejo – la habitación comenzó a cerrarse con un calor extremo, algo que sofocó a Leandro que sentía un ardor en la piel. –

 

- ¡No quiero nada! – regaña al objeto. – nada que pueda interesarme -

 

- Quieres todo. El otro lado lo tiene. – junto a las palabras, el hedor del encierro, asustando cada vez más a ese sujeto que no comprendía nada. –

 

Inmediatamente se levantó de su silla, y se fue a su recamara. Intento encender la luz principal de la habitación, aunque sin éxito, ya que la lámpara estaba quemada. Fue al living, e hizo lo mismo. Al apretar el interruptor, el foco de luz también estaba quemado. Prácticamente el adorno se burlaba de él, sin excusarse por su grosería. El aire le faltaba, y comenzó a subir la temperatura. Ya era pasaba la noche, y el apagón de la oscuridad, le confirió intentar salir a la calle, sin embargo no pudo. El miedo lo invadió por el virus por un lado, y por el otro, la propia oscuridad, y el sentimiento de aprisionamiento. El pavor por ser atacado. Su cerebro que no podía congeniar consigo mismo, y las risas. Las risas que llegaron pronto, y con ello la sinceridad.

 

- ¿Por qué? - camina hasta el modular Leandro hablando a la figura –

 

- Lo que ocurre en ti, es el miedo. La frustración. Y todo tu temor descansa en estas cuatro paredes. El otro lado no tiene estos menesteres. No se conoce el pánico. Y el virus al final generará una catástrofe. Ya no habrá más que reclusiones de los seres que no podrán escapar.

 

- ¡Habrá una cura!

 

- La única cura es el suicidio. Piénsalo.

 

- ¿Qué ofreces? – pregunta inquieto, titubeando. -

 

- La inmortalidad. -

 

- ¿la inmortalidad? – se dice asimismo, cavilando al observar al anciano, y luego al techo. -

 

 

- No pienses tanto. Desde ya hace tiempo que sientes el deseo incontenible de perdurar. ¿O no? De no sentir el miedo de que la muerte, llame a tu puerta. Que el paso de la efímera existencia deje de ser un presentimiento de espanto.

Leandro frunció el ceño, y sentado en su silla, apoyó los dedos en su cien. Hizo una película de toda la existencia, y de lo que su futuro podría deparar, ¿si es que habrá futuro? Tuvo un vasto recuerdo de aquella relación, y unos momentos de placido descanso mental, cuando en sus memorias recordó que pudo ser feliz sin traumas que lo hicieran desistir de disfrutar de la vida. Tal vez perdurar era una buena opción ya no tendría que suponer que el paso de los años era un reloj de arena que le indicaba que el tiempo se estaba agotando, ni temor a una enfermedad, ni siquiera el encierro, pues su mayor miedo estaba aplacado por el don apreciable de huir. Es así mi amigo le dijo aquel muñeco de porcelana. Ya no habrá porque preocuparse.

Ya no habrá porque preocuparse de nada. De nada en absoluto. Todo lo que precisas es venir al otro lado. En el otro lado, no existen los problemas. Lo problemas son inventos del humano. Aquí no se habla de ello, el concepto de problema es solo una vaga palabra como el miedo. Muchas otras palabras no existen aquí, pero existes tú, que es lo más importante. Solo eso precisas.

- Vivirás el en centro de ti, aquí en el otro lado, donde no es cielo, ni infierno, ni limbo, ni mundo, ni inframundo, ni nada, solo es un lado donde ir sin tiempo, ni espacio, ni nada. Un lugar que no es lugar. Permanecer, solo esa palabra tendrás.

– El adorno era fiel en sus dichos.

Leandro asintió dando respuesta positiva. La luz del velador encendida lo iluminó en su rostro, y se apagó, todo permaneció oscuro.

Las noticias sobre el virus comenzaron a ser favorables. En un tiempo estimable desaparecería el brote, y las personas podrían disfrutar nuevamente sus vidas como corresponde. El anciano escuchaba la televisión, y abrió las ventanas para respirar el aire de la vida. En el modular un bello adorno de un hombre de cuarenta y tres años leyendo un libro con su cara sería. El viejo fue hasta el sonriendo, y tomó el objeto para guardarlo en un caja bajo llave.

El confinamiento le hará bien pensó, de todas formas ya no siente, solo permanece.

Dicen por ahí que hay un premio y un castigo por lo que se acepta. Dejar de temer, y permanecer sin sentir, eran las únicas palabras que Leandro tendría para siempre. La luz del velador se había apagado quemándose luego del intercambio. El otro lado era una realidad.

 

Respeten la cuarentena

Terminó de pintar sus uñas, para la velada. Ella en el departamento del quinto esperaba la llegada de su pretendiente. Se conocieron hace unos días. En una cita informal donde platicaron de las cuestiones más practicas correspondientes a la vida de cada uno. La chispa fue rotunda desde el flechazo de Cupido. Ella lo escuchó en cada una de sus palabras. Hombre de casi treinta y ocho años, buen porte, profesor de ciencia. Ella una modesta dama estudiante de derecho de familia, clase media.

 

- ¿Y te parece que nos veamos en estos días, podemos cenar? – le comenta el con un cierto entusiasmo

 

- ¡Claro! – sonríe ella –

 

Inmediatamente el júbilo de aquel hombre resplandeció. En cinco días se verían nuevamente. Esto no impidió de todas formas la comunicación entre ellos vía móvil. De esa manera se fueron conociendo, aunque de manera lenta con salidas a cenar, y cine. Ella no quería avanzar en los tabúes de la cama, aunque, él, se lo solicitara hasta que le dio el ok, confirmando la cara de su pronta pareja en un sueño hecho real. En unos días ven a mi casa. Ella le escribe por mensaje su dirección. Y la cita quedó programada entonces. -

 

 

 

La cuarentena se decretó pocos días antes de aquel encuentro con las restricciones correspondientes. Nadie sale de su casa. Cierta cantidad de ilusos salieron de todas maneras, y les valió la pena de cárcel, y multas determinadas conforme lo decretado.

 

No tardo en comunicarse con ella por el celular, mediante un llamado exprés

 

 

- ¡Mi vida!, ¿te parece si posponemos?, aunque deseo verte – carraspea con desanimo –

 

- También lo deseo, mi lindo, sin embargo la situación no es acorde para ello. –

 

- Pero, puedo escaparme, sin que me avisten, o justificar que voy a tu casa por razones determinadas

 

- ¿Qué razones darías? – pregunta ella. -

 

- No, se me ocurren, pero tengo que verte. – desesperado le expresa. – Ella titubea unos instantes.

 

- No vengas, no es conveniente. –

 

- ¿Por qué? - el hombre se quedó pensativo –

 

- ¡Porque no!

 

Aquel sujeto no era del no fácil, y volvió a reiterar el pedido

 

 

- ¿Quiero verte? ¿Acaso hay algún problema?

 

- No, no lo hay – repite otra vez ella, ya cansada

 

- ¿Entonces? – pregunta en con enfado –

 

 

 

 

- ¡Bueno! - respira resignada - ¡puedes venir! – responde con su respiración pausada

 

 

- ¡Excelente! – Expresa - iré en la tarde – noche. -

 

- Bien, Sabes, a veces no hay que ser tan impulsivo, y ansioso. A veces es mejor tantear el terreno, y verificar lo que podemos obtener, o no. ¿No te parece?

 

- ¿Por qué me dices eso? – pregunta dubitativo -

 

- Pienso eso, te espero, un beso – cuelga el llamado del móvil. –

 

La llegada de aquel sujeto fue rápida, e inminente. Tenía ganas de ver aquella mujer. Esa dama cautivante. Ese deseo impoluto que lo dirigió a sortear caminos restringidos para poder llegar a ella. Al apretar el botón del timbre del domicilio, ella abrió la puerta y sonrió. Él con una botella de vino le devolvió la sonrisa con una mueca, y le regaló de sus labios un beso bien apasionado. La sangre entonces de aquella dama hervía, y eso era un síntoma real. Ella preparó una cena discreta, y entre pláticas, se dieron al alcohol de aquella botella. Él, se arrimó a ella, y la beso, ella tomó su mano, y lo condujo con su tacto a la habitación donde lo esperaba una cama caliente y una historia.

 

Al desvestirse, palparon sus cuerpos, sus caricias hicieron que vibrara cada milímetro de piel. Ella con las palmas de su mano le marcó una distancia antes de proseguir. Lo miró y acarició su cabello. Observo sus ojos.

 

- Tienes unos ojos bellos, y resplandecientes. Los ojos son un atributo que llega al corazón – le comenta la mujer. -

 

- Gracias, ¿crees que es así? – apenas respira extasiado –

 

- Respira normal, mi querido – le sonríe – respira tu momento. A veces hay que aprovechar las bocanas que nos da la vida para mantenernos vivos, a veces debemos pensar nuestros movimientos. ¿Conoces la naturaleza animal?

 

- ¿Naturaleza animal? – frunce el ceño sin entender – no –

 

- Los seres vivos no razonan como nosotros. No poseen esa capacidad de pensar ampliamente, ni de memoria. Por ello sus sentidos son más agudos, entonces saben responder a estímulos, aunque su libido salvaje los impulse, son precavidos ante el peligro. Ese es un don que los seres humanos por su falta de conciencia no poseen. Piensan, y no piensan. Desarrollan actitudes reflejadas en la inutilidad y maldad. No tienen salvación, por eso un virus los destruye. – piensa ella -

 

- ¿No comprendo? – ríe sin mediar otra frase contundente ante tales palabras –

 

- No te preocupes, sabía que no entenderías – y de forma inesperada lo abraza, y arroja en la cama.

 

Ella palpa su pene que se erecta hasta el cielo. Lo toma, y lo introduce en su cuerpo. Sus pechos se bambolean, y el cierra los ojos del placer. El placer, si el placer del sexo en el aroma salvaje, mientras su cuerpo acariciaba los contornos de la piel, y el éxtasis mayor. Dueña de la lujuria y la carne, certificó la pronta eyaculación de un miembro viril que penetró aquella trampa para tontos. Pronto aquel monstruo clavo una de sus garras para asegurar en su pecho perforando el pulmón, y con ello el corazón de su víctima. Así ha de ser la naturaleza humana. Sus potentes dientes quebraron el cráneo. Poco a poco se alimentó de su cerebro, lleno de ideas macabras, sin dejar bocado alguno. Sin desaprovechar cada músculo, nervio, y órgano. Y los ojos desorbitados ya sin vida fueron el postre. Todo era comida en épocas de cuarentena. La ley de la vida. El fuerte se come al débil. En las paredes de sangre, el mensaje era claro: cuidado con lo que deseamos.

 

El dolor podía olerse a muerte. Como todo ese líquido esparcido en la habitación. Inmediatamente se formó una laguna coagulada de sangre. Eso le produjo una suerte de satisfacción. El goce de la masturbación al ver lo que queda de un esqueleto con reticencias de carne. Ese deleite era una maquinación fatal de su psiquis. Devorar cada fibra con agrado, y el castigo propinado por su falta de visión. Un incauto más. -

 

Luego de concluir, ella retomó su forma natural. No tenía deseos se dijo, mientras se guardó el derecho de terminar aquella botella de vino que se mesclaba con sus labios. Pero no es bueno despreciar la comida. Es un pecado se dijo, hasta que la cuarentena termine, y otra presa ingenua no comprenda sus palabras de precaución.

 

En las calles el patrullero con su megáfono a viva voz anuncia: No salgan a las calles, el virus se propaga por todas partes. Repito, no salgan, respeten la cuarentena. NO SE REUNAN CON NADIE.

 

La pesca del día

 

En el muelle estaba todo absolutamente desierto. El puerto solo era un cementerio de barcos sin habitar desde que se decretó la alarma de cuarentena. El viejo Amancio continuaba viviendo en la casa barco de la esquina cercana al rio de la Plata. Del lado de ese puerto. Su hogar era vivir así en una pequeña barcaza. Y todos los días salía a realizar su pesca sin importar las condiciones climáticas, ni las noticias de la radio con relación al virus que asolaba el mundo, y con ello las naciones, ciudades, y pueblos. Era solamente contagioso paras las personas que lo transportaban. Nadie manifestó a saber y verdad, si producía en los animales alguna consecuencia. Las investigaciones solo eran efectuadas a fin de obtener resultados para a cura de tal veneno que tantas muertes venía produciendo en el planeta.

 

Amancio preparado en una mañana de lunes, arroja el hilo de la caña para iniciar la pesca Había tomado una carnada con un pedazo de pejerrey. Para cada pez hay una carnada especial, trocitos de corazón, pasta, maíz, lombrices (típica carnada), mojarras pequeñas, etc. La pesca sería buena, pues no había nadie más que él, y su balde donde poner las presas. Se sentó en la orilla de ese gigante de color marrón, y aguardó el instante clavando el cavo de grafito en la arenilla haciendo un agujero, en cuanto la línea de robalo (plomo corredizo) se mantenía a lo lejos en el agua.

 

No tardó más de cinco minutos, cuando con fuerza algo se llevaba la caña hacia dentro de las aguas de color sedimento. Amancio que estaba de lado derecho de ella sentado, la toma con sus dos manos, y comienza hacer fuerza poniendo de pie frente al rio. Erguía su cuerpo hacia atrás, pero era tan poderoso el golpe que no lograba controlar aquella presa tan potente que tenía enganchada en su anzuelo. Luego de media hora de forcejeo, el pez ya cansado podía verse por su cabeza y sus ojos abiertos clavando la mirada en el pescador.

 

Era gigante aquel especien, se dijo contento, cuando lo arrastró hacia la plaza, su rostro se desdibujo por lo que sus ojos veían, solo la mitad de ese pez estaba atrapada. Desde la cabeza enganchada en el anzuelo por la boca, hasta lo que sería su estómago, lo demás parecía haberse cortado. Se acercó ante la presa descuartizada. Quitó cuidadosamente el anzuelo, y lo tomó con sus manos, determinó que otro pez podría ser la causa, y por ello le costó tanto atraparlo, sin embargo, lo curioso era que no poseía marca alguna. Generalmente deberían verse las huellas de dientes. Y no hay especies aquí tan grandes como para poder competir con un bagre, salvo otro más inmenso, o un dorado. Las palometas tampoco podrían ser las culpables. No pudo descifrar luego de tantos años de experiencia que podría haber ocurrido. Esa misma tarde trajo un buen botín para cenar. Por la noche cocinó aquella parte de ese gran bagre, y algunas palometas. Todo se consumía fuera lo que fuera. Cenó discretamente bajo la luz de un foco de una lámpara de querosene. Al terminar de comer, arrojó lo que sobraba en carne y huesos a la basura. El aroma de las frituras de los peces era invitaciones a muchas aves de la costa que iban y venían, en busca de despojos, y carroña. Estaba acostumbrado, y la noche en las afueras del barco era un mar de estrellas bajo la luna radiante. Estaba desentendido del mundo por lo que no prestaba atención a los efectos del virus, eso lo hacía un hombre libre en cuando miraba las luces de los edificios a lo lejos, y luego se volteaba a ver la del faro, que se encontraba en forma inadecuada apagado. Desde la baranda de su navío apoyó sus mano en ella, y notaba como las aguas se mantenía cautas. Luego colocó el codo en ella, y llevo su palma a su mentón como queriendo meditar al sentirse un foráneo en este sitio

 

¿Y porque el faro estaba sin encender su luz se preguntaba? Las aguas continuaban con suma prudencia en sus movimientos. Luego en su baile mental recordó la pesca de la mañana, esa parte del bagre, que estaba cercenada a la mitad. No encontraba en su experiencia de marino explicación alguna. No, sino, cuando sintió un fuerte golpe al barco que lo derribo al suelo golpeando su frente con la madera mojada. Escasamente pudo incorporarse colocándose de cuclillas, observando el suelo, mientras recuperaba el conocimiento, y la vista que estaba nublada y apenas se recomponía. Las cadenas que ataban al barco comenzaron a estirarse. Era de un metal bastante arcaico, pero resistente. Fue cuando Amancio se levantó de aquella caída producida por esa fuerza decidido a ver lo que ocurría. Iba tambaleándose de un lado para el otro al ritmo de las olas que comenzaron sus ásperas circulaciones pronunciándose de forma salvaje. ¿El cielo estaba calmado, que lo producía ese ritmo vertiginoso en las aguas?

 

Una de las cadenas de amarre del muelle se partió. Quedaban dos. Luego la otra cadena ya floja en su chirrido lanzaba chispas hasta que no pudo resistir, y se partió en varios pedazos. La embarcación se estaba hundiendo pues la succión proveía desde abajo. Tomo su rifle y comenzó a disparar al agua, sin apuntar con exactitud. Dos disparos, y el movimiento del barco retomo su quietud a la acción del tintineo de una campana que tenía colgada en el interior del recinto. Fue cuestión de tiempo cuando la última cadena se estiraba por una potencia centrifuga que intentaba tragarse el barco. El viejo sacó con su rifle disparó al agua del lado de frente al rio un disparó, y luego corrió al otro extremo de frente a tierra para disparar cerca de la cadena. Nuevamente el movimiento cesó. Al darse vuelta, el viejo no podía creer que existiera algo así. Una bestia del tamaño de su barco se estaba apoderando de navío con sus tentáculos. La cadena se quebró cortándose. Este disparó sus últimas balas a la cabeza, antes de que se tragara el barco corrió hasta el interior a fin de encender el motor de la embarcación. Al arrancar el ventilador del fondo se había trabado con parte del cuerpo del monstruo. La desesperación fue su peor enemigo pues no lograba que arranque esa barcaza que hacía años estaba encallada en el puerto. Agarró un remo para golpear esa masa de músculos con ventosas, que se apoderaba de todo a su alrededor. Las maderas en el ir, y venir se partían hundiendo con lentitud al sonido de la campana la casa flotante. En un esfuerzo abismal el motor arrancó al desaflojar, tal vez cortando parte de la carne de aquel animal que cedió al correr de las aspas. Un solo movimiento hacia delante, yendo en dirección al rio, y temiendo que no se doblase, y desestabilizase el barco partiendo en la mitad, aunque fue inútil, pues estaba

 

 

 

 

bastante averiado como para no sumergirse solo sin dificultad. La bestia reanudada su ataque, y esta vez con un golpe en medio de donde estaba resquebrajado el barco, logró destrozarlo. En poco tiempo en el fondo del agua yacía todo lo que fue. Amancio, esquivo una de las ventosas clavándole un cuchillo que encontró cerca del timón, y se lanzó desde la ventana rota al agua. Como pudo, se aferró a una madera, y nadó con gran velocidad hasta la orilla, en cuanto aquella chatarra formaba parte del rio. Ese pulpo gigante estaba muy ocupado con la embarcación. No lo alcanzaría, sin embargo tampoco tenía certeza de ello. Error garrafal, ya que al tocar suelo en las arenas, a su pie se aferró la potente ventosa. Éste con una piedra en punta, golpeó varias veces hasta que logró liberarse.

 

La extensión se introducía poco a poco en el interior de lo profundo. Amancio sentía como la respiración llegaba a él, y suspiró sin comprender de donde había venido esa monstruosidad. La cuestión es que ya no tenía donde ir, y debería explicar a las autoridades el hecho. Una animal marino gigante se había tragado su barco, y estaba con vida por milagro de Dios. Pudo divisar la luna llena, y las estrellas por última vez, antes que el pulpo emergiera del rio en su magnitud y esparciera su tinta sobre toda la anatomía de ese desdichado marino, y luego en un final, lo chupase como si fuera un caramelo masticándolo, y regresando a su naturaleza donde pertenece. Solo hubo un silencio calmo de las aguas.

 

Los bucaneros poblaron las costas del puerto, ya que se les permitió bajo permiso salir de sus encierros por trabajo, al otro día registraron un desastre en la playa. No vieron el barco de Amancio, y pensaron que por motivo del virus zarpó a otros sitios. La cuarentena trajo un movimiento oceánico mundial, muchas especies aparecieron luego de creerse extintas. Algunas caminaban por la ciudad como los ciervos, y nuevas aves, y felinos se hicieron presentes. También bestias que solo la mitología podría explicar a través de la pesca, o el folclore.

 

No enciendas la televisión

 

Cuando se decretó la cuarentena, era inminente que el virus se había instalado en toda la sociedad, y para entonces el remedio fue la cura de un confinamiento.

 

Arnaldo, sujeto de unos cuarenta y uno años, regresaba con todos los elementos propios del aislamiento. Todo lo que fuera preciso para evitar tener que volver a la calle. De antemano se manifestaba por las redes de comunicación, la radio, televisión, e internet, que dejasen se circular, debido a la peligrosidad del germen. Aun los científicos realizaban análisis para verificar su estado, pero no comprobaban por el momento elementos de un desarrollo total.

 

En los primeros días, permaneció tranquilo, realizando las actividades normales de la casa. Limpieza, algunos arreglos triviales. Tareas que se debían hacer. En su soledad, notaba con extraña sensación de que no podría estar solo, de que algo más lo contemplaba, como se contempla un cuadro fijamente, aunque no prestó la más mínima atención. Llegada la hora de la noche, se preparó una cena discreta. Un churrasco, con ensalada de huevo, y tomates. Una copa de vino para darle gusto al paladar en aquel maridaje.

 

Meditó en medio del fetiche de aquella comida, sobre algunas cuestiones que retomaría al terminar la cuarentena. Estaba absorto en pensamientos. En un instante direccionó en una mirada la visión hacía el viejo televisor en blanco y negro de su abuelo. Aquel aparato que no se había encendido en años, estaba allí como parte de los adornos de su hogar. Ante el tedio resolvió levantarse de su asiento, y dirigirse hasta él. Verificó la perilla, y tomó el cable eléctrico para conectarlo con la caja de electricidad. Antes de apretar aquel botón que da vida a la imagen, examinó la antena, la cual mantenía las condiciones de tal.

 

El Televisor era una caja de madera, con una pantalla de tubo de fosforo, y plomo. Totalmente diferente a las pantallas LED de hoy en día. Al apretar el botón, una imagen borrosa se extendía por aquella lente. En un principio era una lluvia de distorsión hasta que con una palmada en el lado izquierdo de la madera pudo sintonizar la figura de un paisaje. Un tanto oscuro. Era una habitación vacía, en cuyas paredes se podía ver el color blanco que se entremezclaba con la iluminación de alguna luz perdida que no ayudaba al entorno. Giro la perilla de los canales, uno por uno, siempre era la misma imagen. Pensó quizás que no funcionaba como debía. Regreso a la pantalla nuevamente.

 

Un hombre aparece en aquel paisaje de repente, y observa frente hacia el exterior, como mirando fijamente al receptor que dio vida al aparato luego de tantos años.

 

- No enciendas el televisor – se expresaba la vos distorsionada de aquel ser. -

 

Un ser de traje, de apariencia mayor. Tenía puesto un saco de color oscuro, una corbata del mismo color, camisa a rayas, y pantalón color crema.

 

- No enciendas el televisor – continua con las mismas palabras. -

 

Arnaldo se mantuvo impoluto en los dichos de aquel personaje. Era como si sus ojos traspasaran por ese potente foco que brindaba los efectos de una realidad que no era más que solo una ficción de alguna proyección. Percibió la sensación de que le estaba hablando a él mismo.

 

 

 

 

- ¿Me hablas a mí? – se dijo en principios a sus adentros, y luego a él –

 

- No enciendas el televisor – continuó –

 

Cansando de oírlo, giro la perilla del artefacto, pero era inútil. Entonces tomó la decisión de apagarlo.

 

Regreso a la mesa donde estaba cenando, y la curiosidad de aquel encuentro con el hombre lo sedujo en ese misterio de preguntarse: ¿que estaba ocurriendo? ¿Sería algún programa?

 

Coloco su mano en el mentón cavilando aquella frase. No enciendas el televisor. ¿Por qué?

 

Se sintió un poco extenuado, y comenzó a transpirar. Era como un pánico que le produjo al escuchar esa voz. Quizás el encierro lo estaba trastornando, y un auto exilio obligatorio. Sabía que el germen estaba en las calles, y no podía salir ya que la resolución era muy estricta. Hasta que las autoridades anunciaran nuevas medidas era la premisa.

 

Terminó de cenar, llevo los platos a la cocina. Al concluir el lavado, y secado de ellos, regreso a su living donde el televisor estaba con su gran lente color gris. Él tenía otro aparato más complejo y actualizado, sin embargo el detalle de aquel adorno con los colores en blanco y negro, y esa aparición repentina de un hombre era llamativo. La copa de lo que quedaba de vino en la mesa, fue bebida de un sorbo, y la dejó allí, para retirarse a descansar.

 

Se sentía muy agotado, por lo que se tumbó sin ponerse el pijama en su cama. A la hora, despertó con una percepción que provenía de su mente. No enciendas el televisor, se decía una y otra vez.

 

Aquella impresión le quitó el sueño. La locura de un miedo, le hizo ver que su cuarto era como una caja que cada vez se reducía más, y más. El aire comenzó a faltarle, y el sudor de su piel fue un detonante para que se incorpore, y vaya a la cocina por un vaso de agua. Bebió lo suficiente para quitarse un sabor ranció de sus boca y labios secos.

 

Al salir de aquella cocina, apreció desde la distancia el aparato de pantalla, y recordó la imagen. ¿La había visto en algún lado?

 

- si la has visto - se expresó en su cabeza.

 

- ¿Cómo lo sabes? – se preguntó

 

- Lo sé – contestó

 

Ladeó su cabeza como queriendo despejar aquellas palabras. Fue hasta su sillón, y se sentó unos instantes, se frotó con sus manos los ojos, y luego pudo notar sus lagrimales como salían de sus globos oculares.

 

En su cuerpo un escalofrío recorrió desde el inicio de sus pies hasta el último bastión de su cabello vibrando en un nimio temblor.

 

¿Virus? – comentó a sus adentro. -

 

¿Será el virus? – se respondió. -

 

Se colocó la mano en la frente, y el ardor era notable, como también el cansancio, y la mucosidad. La paranoia hizo que tomara en medio de la noche su móvil para llamar al

 

 

 

 

número de emergencias. Podría ser un posible caso de aquel ser invisible que ataca a los pulmones, cuando desde su inhalación lanzó una tos reducida a un poco de aire. Cada bocanada le costaba esfuerzo muscular.

 

Prontamente pudo comunicarse, y dar el parte de sus síntomas. Al asentarse sus datos cortó la llamada. Era cuestión de esperar que llegasen.

 

Continuó en su sillón, y su figura se reflejó en la pantalla del televisor. Nuevamente aquella voz lo incito con las mismas palabras de siempre: No enciendas el televisor.

 

Reprodujo una y otra vez, hasta el cansancio aquel fragmento.

 

Se levantó de su asiento, y fue hasta aquella maquina antigua, apretó el botón, y allí estaba el retrato de la habitación. Esta vez si nada alrededor. No estaba el hombre, solo un vacío total, y el sonido del silencio que caminaba lentamente por el recinto.

 

En un parpadeo de ojos, se escuchó unos pasos. Era el hombre que regresaba al cuarto mirando al techo, y luego a la pantalla, más precisamente a Arnaldo. Lo señala con su dedo índice. No enciendas el televisor.

 

Arnaldo reflexionaba, en aquel rostro, luego de que la temperatura de la fiebre aumentara, y con ello la psicosis. El mismo insumido en aquel circulo que se plasmaba en el sentimiento del miedo.

 

El hombre baja su brazo, y agacha la cabeza caminando lentamente, desapareciendo del recinto. Arnaldo respiró hondo se dirigió a la televisión, y oprimió el botón para dar fin al programa. Paso siguiente desenchufo el cable que otorgaba energía. Una electricidad se hacía presente en el ambiente. Una vez más aquel aparato estaba extinto, y nunca le daría el poder de expresarse. Miro por última vez la caja de dar vida, y al dar la vuelta a centímetros de él, el hombre los toma por los hombros con sus manos y le grita en su cara:

¡¡¡¡¡TE DIJE NO ENCIENDAS EL TELEVISOR!!!!!

 

Arnaldo recibió aquel alarido con la fuerza de un estruendo. Sus ojos se desorbitaron. Su piel mudo a una palidez producto de aquel nefasto susto. Se lanzó hacía atrás, en cuanto el siniestro ser, no quitaba su visión de éste.

 

Al caer al suelo, el estremecimiento de su anatomía le dio reiteradas sacudidas, y el hombre de traje no quitaba de su campo visual a esa otra persona que se desplomaba en un ataque de nervios, intentando respirar.

 

Cuando encontraron a Arnaldo, su boca estaba abierta, y sus labios secos. Como deformados. Fue con el pasar de los días que los vecinos notaron ruidos extraños como si la televisión estuviera a todo volumen, y al tocar varias veces la puerta de su departamento nadie contestaba. El hedor se estaba presentando. Días antes emergencias se había presentado en el domicilio, y luego de varios intentos para comunicarse se retiraron del domicilio.

 

Se hicieron investigaciones. Los oficiales y forenses, vallaron con una cinta con la palabra peligro aquel sitio. El lugar estaba contaminado. Pidieron desalojar las inmediaciones cercanas. En la autopsia, se manifestaron grandes contenidos de radiación. Las pericias determinaron que aquel televisor de tantos años, tenía fallas. La radiación x, muy perjudicial para la salud, no pudo ser frenada por el mecanismo del plomo de la pantalla, lo que generó que se expandiera por todo el sector.

El virus aún continúa en las calles generando incertidumbre en una cuarentena que parece eterna. Algunas personas descubren en lo insólito del encierro elementos del pasado. Algunos son curiosos, y otros nos prestan atención a las advertencias.

Un familiar de Arnaldo fue a examinar el departamento una vez finalizada la cuarentena, y resuelto para ingresar con los recaudos necesarios. En el sillón una antigua fotografía del abuelo en su juventud con el televisor del lado izquierdo, y señalando con el dedo índice.

 

Adivine su futuro

 

Harry adquirió la radio en una casa de empeño. La colocó en la mesa del

 

living. Sintonizaba con la perilla los diferentes programas, entre ellos noticias sobre el virus que ya se había esparcido por todo el mundo. La voz indicaba que todo era un caos, y que debían quedarse en casa. Cansado continuó su movilidad hasta que dio con uno especial de adivinanzas. No se pudo contener por los radio escuchas, que se sometían al futuro incierto de

 

la voz vidente. ¿Y usted quiere saber lo que depara su día?

 

La pregunta básica. Quiero, comentaba Harry, mientras oía el programa cuyo horario era a la media noche.

 

- Mañana recibirá un carta con buenas noticias. – Expresa él. - 

 

locutor- Harry, lo tomó como algo genérico. Sin importancia. Fue a descansar. Al mitad de la mañana. Por debajo de la puerta, el portero de su edificio deposita un sobre. Harry despierta y nota aquella misiva. La recoge, y abre de inmediato. Un cheque por un monto considerable, y un telegrama de la aseguradora que se había decidido pagar una indemnización. Y la suma sobrepasaba lo estipulado. Eso alegró a Harry. Ese día hizo algunos gastos extras, e invito

 

a su novia a pasar la noche. El programa comenzó al horario de siempre. Había casualidades, pero atribuyó el premio al adivino. Escuchaba atento junto a su pareja que era un tanto exceptiva.

 

- Te digo en este programa adivinan el futuro- habla entusiasmado -

 

- Querido es la suerte. No pueden decirte lo que te deparará – expresa - Hizo ademan de silencio.

 

- El café está listo para las doce treinta – el adivino -

 

Al oírlo, eran las doce veintinueve, al llegar a y media, el ruido de la luz de la cafetera indicaba, bajo el humo suculento que el café estaba listo.

 

- ¡Impresionante! ¿Lo ves? –

 

- ¡Querido! Esa voz, ¡le habla a muchos! – Dice sin creencia –

 

- Y como puede ser que justo, calculo el horario – le objeta – Titubea con expresión extraña ella.

 

- El gato ha de entrar por la ventana en este mismo momento –

 

Néstor, el gato de Harry ingresa por la ventana abierta, junto a una brisa que mueve las cortina

 

- ¿Ahora lo crees?

 

- Te estas volviendo loco Harry

 

- Crean, crean las palabras – habla el locutor – Tu futuro se está abriendo ¡A ti! ¡Sí! ¡A ti, Te hablo! no dejas de observar el aparato.

 

Harry compenetrado, no quitaba la vista de aquel.

 

- Me habla a mí –

 

- No es a ti, dice enojada su novia. – ¡el confinamiento te está volviendo loco!

 

- ¡Me habla a mí! Deja ya eso del virus. -

 

- Adivino lo que ocurra. Mañana vendrán por ti por el suceso.

 

- ¿Qué suceso? – comenta –

 

- ¡Sucesos!

 

- ¿Qué sucesos? ¡Dime! – grita –

 

- HARRY NO SEAS LOCO – regaña ella – es solo un aparato-

 

 

- ¡Tú no sabes nada!

Harry comienza en un ir, y venir de un lado para el otro. Diciéndose asimismo. ¿Qué suceso?

- Harry mejor me voy – dice ella

- No, quédate – con voz grave le replica

- ¡No Harry!, Me voy, quédate tú, con tu programa –

- ¡Vete entonces!

- ¿Sabes qué? Eres un idiota, supersticioso. No existe futuro.

- ¡Cállate!

- Esa radio, y tu pueden irse sabes dónde.

- Una adivinanza para ella. Ella está en las últimas. Hazlo. Hazlo.

Harry al escucharlo compenetrado, se vio obligado. Se cruzaron sus nervios, y esos sentimientos que encontraron solución, en el cuerpo que horas después, yacía en el suelo. Al otro día un suceso se produjo. Ellos vinieron ante el aviso telefónico de un tercero desconocido. Harry ahora, está en un manicomio. Culpó a la radio, y un programa que no existe, de una muerte. La policía nunca encontró nada. Aún investigan. Los análisis descubrieron que el virus podría generar paranoia, una suerte de insania, pero la radio aún suena. Y no se sabe a ciencia cierta si hasta podría manipular objetos y hablar con una voz del más allá, o aquí en nuestro interior La esquizofrenia se dice, despierta de la nada un día, y vemos, e inventamos como Harry los hechos, y el futuro, sin poder controlarlo.

La esquizofrenia puede ser el virus. O a lo mejor el virus es alguien.

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