Isabella pasó la noche en vela, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos. Las palabras de Alejandro resonaban en su cabeza, mezclándose con la desesperación en los ojos de su padre. La propuesta era tan absurda como cruel, y la colocaba en una encrucijada imposible.
A la mañana siguiente, Isabella decidió confrontar a Alejandro. Necesitaba respuestas, y necesitaba entender las verdaderas intenciones detrás de su propuesta. Tomó un taxi hasta la imponente torre donde se encontraba la oficina de Alejandro, sus manos temblando ligeramente mientras subía en el ascensor.
La recepcionista la dirigió a una sala de reuniones, donde Alejandro ya la esperaba. Él se levantó al verla entrar, su expresión tan fría y controlada como siempre.
—Isabella, me alegra que hayas venido —dijo, señalando una silla frente a él.
Ella se sentó, observando a Alejandro con una mezcla de desafío y curiosidad.
—Quiero saber por qué —dijo, sin rodeos—. ¿Por qué yo? ¿Por qué esta propuesta?
Alejandro se acomodó en su asiento, su mirada fija en ella.
—Tu padre y yo hemos tenido una relación de negocios durante muchos años. Aunque ha cometido errores, su empresa es valiosa y tiene potencial. Pero no es solo eso —hizo una pausa, como si considerara cuidadosamente sus palabras—. Necesito una esposa, Isabella. No una esposa por amor, sino por conveniencia. Alguien que comprenda las reglas de este acuerdo y que esté dispuesta a cumplir con su parte del trato.
Isabella frunció el ceño, tratando de comprender sus motivos.
—¿Y por qué no buscar a alguien que esté dispuesta desde el principio? ¿Por qué obligarme a mí?
Alejandro la miró con una franqueza que la sorprendió.
—Porque sé que eres inteligente, capaz y lo suficientemente fuerte para manejar esta situación. Necesito a alguien que no solo pueda adaptarse a mi mundo, sino que también pueda prosperar en él. Y, aunque suene cínico, tu padre está en una posición en la que no puede negarse a mis términos. Tú eres su única esperanza.
Isabella sintió una mezcla de ira y tristeza. Sabía que Alejandro estaba manipulando la situación para su propio beneficio, pero también sabía que tenía razón sobre la desesperación de su padre.
—¿Y qué esperas de mí, exactamente? —preguntó con voz tensa.
—Espero que seas mi esposa en público y en privado, que cumplas con las expectativas sociales y familiares que conlleva el título. Tendrás libertad para seguir con tu arte y tus proyectos, pero deberás estar a mi lado cuando se te necesite. A cambio, tu familia estará segura y todas las deudas serán saldadas.
Isabella se quedó en silencio, procesando sus palabras. Sabía que aceptar significaba renunciar a sus sueños de amor verdadero, pero también significaba salvar a su familia de la ruina.
—Necesito tiempo para pensarlo —dijo finalmente.
Alejandro asintió.
—Tómate el tiempo que necesites, pero recuerda que las deudas no esperan. Cuando estés lista para decidir, sabrás dónde encontrarme.
Isabella se levantó y salió de la oficina, sintiendo el peso de la decisión que tenía por delante. Caminó sin rumbo fijo por las calles de Los Ángeles, tratando de encontrar una respuesta en medio del caos de sus pensamientos.
Al final del día, volvió a casa con una certeza dolorosa: tenía que hacer lo que fuera necesario para proteger a su familia, incluso si eso significaba sacrificarse a sí misma.