Marissa no quería entrar en esa habitación de invitados. Su corazón se hundía con cada minuto que pasaba porque pensaba que él estaba aquí para reclamar a sus hijos.
En el momento en que entró, lo encontró de pie allí, de espaldas a ella. Estaba ocupado observando un cuadro colgado en la pared.
Observaba su aspecto. Esos hombros anchos que ella abrazaba cuando él solía hacerle el amor. Esos mechones negros... había pasado sus dedos entre esos mechones cuando solía gritar su nombre durante sus momentos íntimos.
Todavía llevaba su camisa de oficina con las mangas arremangadas, una señal reveladora de que había venido directamente de su oficina.
Cerró los ojos y tragó con fuerza.
Él debió haber sentido su presencia detrás de él porque se giró lentamente, y ella decidió abrir los ojos.
—Hola, señorita Aaron —dijo él suavemente.
Ella intentó lograr una sonrisa temblorosa, —Hola, señor Sinclair. Espero que esté bien.
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