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En el momento que entraron en su habitación, Matteo agarró su brazo y la atrajo hacia él, envolviéndola en sus brazos, acunando su rostro contra su hombro.
—Lo siento —susurró contra su cabeza, apretándola tiernamente—. Debería haber sabido que mi regalo no te gustaría.
—No es que no me guste —habló ella con voz amortiguada—. Él soltó su cabeza, permitiéndole retroceder y mirarlo. Esta vez, no había molestia en su mirada, solo algo que él reconoció muy bien, y le disparó una flecha directo al pecho, ya que sabía que no habría manera alguna de que él pudiera corresponderlo.
—Entonces, ¿qué es? —preguntó él.
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