—Joder ratoncita, decir esas cosas me hace querer poseerte —susurró él, mirándola intensamente.
Su posesividad prendió una llama dentro de ella hasta que un calor lento y constante comenzó a parpadear en su interior. —Ya lo haces —admitió ella.
—Eres lo más importante en mi vida —dijo él con la respiración entrecortada—, y su frente se arrugó mientras la miraba, casi confundido, como si no supiera cómo había sucedido eso.
—Dime lo que necesitas —susurró ella. Su mirada se desvió a su pecho, observando sus tatuajes. En el centro de su pecho, estaba el nombre de su madre. Sus labios se curvaron hacia arriba.
Ella lo deseaba. Con cada fibra de su ser. Quería lo bueno y lo malo.
Lo quería abierto y crudo y anhelante con una impulsión primitiva de marcarse en su alma. Quería desmoronarse en sus manos.
Se levantó y pasó de la cama al suelo.
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