Luna María se sentó en la mesa familiar mientras la sirvienta los atendía.
Su corazón latía aceleradamente mientras su esposo, Bale, permanecía al cabece de la mesa disfrutando de su comida.
Desde el ataque a su manada había sido forzada a adaptarse.
—¡Había sido obligada a llorar la muerte de su propio hijo! ¿Qué madre desearía enterrar a su propio hijo? Era inconcebible.
Viendo cómo le cortaban la cabeza mientras ella no hacía nada.
Mientras nadie hacía nada para detenerlo.
Ahora se veían forzados a actuar, a fingir que todo estaba bien.
Por supuesto, Luna María fingía que podía soportarlo. Aún conservaba su estatus como Luna de la manada. Aún se dirigían a ella como Luna María, aún llevaba sus vestidos.
Aún tenía sirvientes que la atendieran. Pero su vida no estaba completa.
La mesa del comedor era el único momento en que sabía que estaba lo suficientemente bien como para discutir temas relacionados con la manada con su esposo.
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