—Viniste... —susurró Ari.
—Pues claro, ¿esperabas que me fuera a casa y me acostara a dormir después de enterarme que te han secuestrado? —Su mirada se posó en los varios moretones en su rostro y cuello—. ¿Puedes caminar, Pallas?
Ari apoyó sus manos en el suelo y con todas sus fuerzas intentó levantarse, pero el agudo y quemante dolor en su pie izquierdo le dijo que era imposible.
Especialmente cuando las estrellas danzaban frente a sus ojos.
Ella negó con la cabeza y respondió:
—No puedo levantarme. Parece que me he torcido el pie izquierdo.
Nicolai notó la hinchazón en su tobillo, entrecerró los ojos y se volvió para mirar a Samuel antes de sacar su pistola y apuntar directamente a su pie izquierdo.
Hubo otro fuerte estallido, seguido por un grito que podría haber avergonzado a una cantante de soprano.
—¡Nico! —dijo reprochablemente Kayden a su primo—. ¿Puedes calmarte? ¿O quieres que todo el mundo sepa que hay un maníaco furioso paseándose por el bosque con un arma?
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