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Parte 3: Aguas íntimas

—No te voy a mirar. Tú tampoco lo hagas —dijo Gwen. Ya había empezado a lavarse el cabello.

Ben se unió a ella en la ducha, y, aunque intentaba seguir las instrucciones de Gwen y no mirarla, no pudo evitar vislumbrar sus caderas. Nunca había visto, ni sospechado, lo hermosamente sinuosas que eran. Había algo elegante en su delgado y frágil cuerpo, como el de una bailarina. Empezó a sentir que la sangre fluía a su pene y se asustó. Era imposible que se le pusiera dura tan sólo viendo la espalda de esa «nerd con piojos». Cogió el jabón y empezó a restregárselo en el cuerpo, tratando alejar su mirada y pensamientos de ella...

...mas tuvo que echar otro vistazo.

Por primera vez, algo tan simple como la espalda de Gwen, le pareció súbitamente preciosa. Ella tenía los brazos levantados mientras se frotaba el champú en la cabeza, de modo que su columna vertebral dibujaba una línea fina, hermosamente femenina, desde el cuello hasta los glúteos. No sólo eso; sus pechos, antes tan discretos, se tornaban ahora suculentos, y colgaban como pequeños frutos de un árbol prohibido. Podía ver el contorno y las puntas desde atrás.

A estas alturas Ben había desarrollado una erección plena. Pensó en que no podía dejar que ella se diera cuenta. Volteó, mirando en dirección opuesta, continuó enjabonándose, y trató de fingir que no estaba a punto de eyacular, por lo que debía evitar siquiera rozar su pene.

Eventualmente Gwen terminó de asearse y salió de la ducha. Al poco tiempo también lo hizo Ben, más relajado al quedar solo. Minutos más tarde, los dos estaban descansando en el sofá viendo la televisión, con los cuerpos refrescados y las cabezas envueltas en todo tipo de pensamientos sobre lo que habían hecho y no hecho.

No hablaron nada al respecto durante toda una semana, pero ambos continuaban pensando en lo que habían visto y sentido, buscando alguna excusa para repetirlo.

Deseaban que el abuelo volviera a marcharse durante un largo periodo de tiempo, pero se habían vuelto a mudar a otra ciudad, y no parecía que tuviera ningún conocido allí, hasta que de repente recibió una misteriosa llamada telefónica.

El abuelo Max les dijo que se marcharía un par de horas y que no lo esperaran despiertos.

Pasó al menos una hora. Ben estaba viendo algo en la tele mientras Gwen leía una revista, tumbada boca abajo con los pies meciéndose en el aire. Fue ella quien decidió adelantar el proceso y finalmente habló.

—Creo que voy a darme un baño —dijo, en un tono afectadamente casual.

—¿Ya encendiste la ducha? —preguntó Ben, tratando de no tartamudear.

—Sí —respondió ella. No quitaba los ojos de su revista, ocultando la urgencia que sentía.

Al igual que la otra vez, un minuto pareció pasar antes de que otra palabra fuera pronunciada entre ellos.

—¿Y bueno? ¿Lo hacemos otra vez? —preguntó finalmente Gwen.

Ben ya estaba duro de nuevo. Había algo tácitamente excitante en aquella invitación. No era un «¿Necesitas bañarte también?» o un «¿Recuerdas aquella vez que nos bañamos juntos?». No; era una pregunta sencilla y directa, que evidenciaba la lujuria y el deseo que ambos habían acumulado toda esa semana, emitida como la cosa más normal del mundo.

—Eh, seguro, ¿por qué no? —fue la única respuesta que se le ocurrió a Ben.

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Entraron en la ducha en silencio, fingiendo concentrarse únicamente en lo suyo, cada uno mirando hacia el lado contrario. Ben sentía como si los latidos de su corazón retumbaran en todo el baño, cada uno acompañado de las pulsaciones de su pene erecto. Deseaba ardientemente tomar a Gwen, pero algo lo bloqueaba mentalmente. Con su frente postrada en la esquina de la ducha, observaba su miembro, palpitando al ritmo de su corazón, esperando que ella no se diera cuenta, pero todas sus preocupaciones dejaron de importar, tan pronto como escuchó la voz imperativa de Gwen.

—Date la vuelta.

Ben siguió la orden como un siervo obediente. Gwen no le dejó preguntar qué sucedía o siquiera respirar: penas sus miradas se encontraron, lo besó. Sintió la erección ardiente de Ben contra su pelvis, y la sintió vibrar; Ben tensó todos sus músculos al encontrarse con sus labios.

Aunque ya habían tenido sus pequeñas aventuras sexuales con parejas anteriores, ambos se sintieron torpes e inseguros respecto al otro. Se encontraban en un mutuo estado de excitación efervescente, pero temían herirse emocionalmente el uno al otro. Sin embargo, aquel beso no tardó en volverse tierno, dando paso a un placer ácido.

Se suponía —los dos pensaban— que no se gustaban, y que nunca tratarían con afecto al otro, y mucho menos ese tipo de afecto, pero ya sus cuerpos no podían ignorar lo que sus ojos codiciaban. Nunca antes ni después sentirían esa perfecta mezcla de lujuria y amor con un dosificado tinte amargo.

Gwen continuó besándolo, demostrándole lo que había aprendido a hacer delicadamente con su lengua en sus citas con Kevin, cerrando cada vez más la brecha entre sus cuerpos. Sentía una deseo urgente de apresar el miembro de Ben, quien empezó a mover sus caderas de arriba a abajo, dejando deslizar su pene en el abdomen de ella y haciendo una fricción que agradaba a los dos.

El beso continuaba tiernamente, y los movimientos de Ben seguían su ritmo lento y degustante. Gwen sentía en su abdomen cada detalle del glande, tronco, testículos y vello púbico de Ben. Arrojó sus brazos en torno a su cuello, entregándosele tanto como podía, y empezó a gemir silenciosamente. Ben envuelto en el beso y abrazo de Gwen, tomó la cintura de ella con ambas manos, acelarando cada vez más su movimiento.

A medida que el tempo de aquellas estocadas incrementaba, tal cual se intensificaban los gemidos de Gwen. Los dos se acercaban cada vez más a la erupción.

De repente, el sonido de la puerta principal los detuvo.

Las miradas de verde esmeralda de ambos quedaron fijas la una sobre la otra. Sólo en ese momento pudieron ver el rubor de sus rostros, y la verdadera atracción mutua que sentían.

—¿Es el abuelo? —preguntó Gwen en un murmullo.

—Creo que sí —respondió Ben.

La duda fue despejada cuando escucharon el silbido familiar del abuelo Max, dando unos pasos dentro del tráiler, junto al sonido de llaves y demás objetos moviéndose, como si buscase algo.

Gwen intuyó cuánto tiempo tenían para salir del baño y actuar como si nada, sin levantar las sospechas del abuelo. —Tenemos que parar —urgió a Ben, todavía susurrando, desenvolviéndolo de entre sus brazos y disponiéndose a salir de la ducha y secarse.

Pero sintió algo detiéndola.

Al mismo tiempo que había abierto la cortina, algo fuerte le había apresado la delicada muñeca. Volteó y encontró nuevamente los verdes ojos de Ben. Ahora había algo distinto en ellos. De alguna forma le indicaban a Gwen que a él no le interesaba si eran encontrados o no en el acto. Y que, además, no se detendría hasta terminar lo que habían empezado.

Ben jaló violentamente a Gwen, haciendo que su cuerpo se tornara nuevamente hacia el de él, y, sin soltarle aún la muñeca, tomó su delgado cuello con la otra mano, con un apretón menos fuerte, mas suficientemente firme como para no dejar que escapara.

La presionó contra la pared de la ducha, soltó la muñeca de Gwen y procedió a taparle la boca. Sus miradas estaban completamente alineadas; de cada lado habían dos esferas verdes rodeadas de intenso rubor rojo.

—No hagas ningún ruido, ¿entendiste? —susurró Ben dominantemente.

—Ujum... —fue la respuesta ofuscada de Gwen.

Sin romper la mirada fija, Ben dirigió la punta de su pene directamente a los labios vaginales de Gwen. Los sintió completamente húmedos. Deslizó lentamente todo su miembro dentro de ella, lo cual produjo un profundo suspiro de Gwen, quien abrió aun más sus ojos con las pupilas dilatadas.

El movimiento del abuelo continuaba más allá, en el vestíbulo, en la cocina y de vuelta. No parecía dar con lo que buscaba. Tanto Ben como Gwen sospecharon que había perdido su cartera o su teléfono, y que era muy posible que fuera a buscarlo en el baño si no daba con el objeto perdido pronto.

Ben comenzó a moverse dentro de Gwen lentamente, con estocadas suaves de atrás hacia adelante, todavía apresándola por el cuello y la boca. Podía ver la mezcla de placer, culpa y miedo a ser encontrada en sus ojos. Continuó, cada vez más rápido, incitando nuevamente sus gemidos.

Los pasos del abuelo pasaban y regresaban por al frente de la puerta del baño. Los dos lo entiendieron; sus vidas estaban en riesgo de cambiar para siempre si eran descubiertos. Aun así, ninguno quería parar.

Ben aceleró sus movimientos. Gwen intentaba con todas sus fuerzas evitar gemir, pero estaba sintiendo algo que nunca antes había experimentado en sus pequeños amoríos con Kevin. Las estocadas de Ben se volvieron tan rápidas y fuertes que el sonido de sus cuerpos enjabonados chocando entre sí casi superaba al de la ducha encendida.

Finalmente, el abuelo tocó la puerta. Y, simultáneamente, Ben se detuvo con un último gran movimiento, llegando tan profundo como podía estar dentro de Gwen. Todos sus músculos se tensaron. Por un momento olvidó lo fuerte que presionaba a Gwen, llegando al punto de asfixiarla, pero ella se encontraba perdida en su propio trance de placer. Ambos sintieron cómo explotaba el semen dentro de ella, desbordando hacia afuera y mezclándose con el agua que caía sobre el piso del baño. Ben continuaba tensando sus músculos y su pene en intervalos, despidiendo las últimas gotas de eyaculación, mientras Gwen temblaba con pequeños espasmos y cosquillas por todo su cuerpo.

Los dos experimentaron el mejor orgasmo que tendrían en mucho tiempo. Mientras tanto, el abuelo vociferaba:

-¡No sé quién se esté bañando ahora, pero sólo recuerda que debemos ahorrar un poco el agua! ¡Vine a recoger algo que había olvidado! ¡Me voy de nuevo, nos vemos después de la cena!

Se escucharon sus pasos nuevamente, esta vez yendo a la puerta principal, abriéndola y cerrándola, mientras silbaba.

Ambos habían cerrado los ojos en el momento de la erupción. Al abrirlos, volvieron a encontrar sus miradas, esta vez cansadas. Gwen finalmente respiró a plenitud, al quitar Ben la mano de su boca. Parecían dos animales indefensos que se habían aferrado el uno al otro en el medio de una ventisca. Gwen intuyó esto mejor y sintió un sentimiento extremadamente cálido y embriagante. Le dio un tierno beso final a Ben.