Pamela se despertó antes de que el sol se alzara sobre el horizonte, como lo hacía todas las mañanas. El ritual de su mañana era sagrado para ella, una serie de pasos meticulosamente planeados que le aseguraban un inicio perfecto del día. Con la disciplina de un soldado y la precisión de un reloj suizo, comenzó su jornada.
Después de levantarse de la cama, Pamela se sentó en el suelo de su habitación en posición de loto y cerró los ojos. La meditación matutina era fundamental para centrar su mente y prepararse para las horas que tenía por delante. Durante veinte minutos, se sumergió en un estado de calma y serenidad, dejando atrás cualquier preocupación o ansiedad que pudiera haber acumulado durante la noche.
Al abrir los ojos, se levantó con gracia y se dirigió al armario donde guardaba su uniforme escolar impecablemente planchado. Aunque ya lo había planchado la noche anterior, Pamela sentía la necesidad de asegurarse de que cada pliegue estuviera perfectamente alineado antes de vestirse. Con movimientos precisos, deslizó la plancha sobre la tela hasta que cada arruga desapareció por completo.
Una vez satisfecha con el estado de su uniforme, pasó a sus zapatos. Aunque estaban pulcramente limpios y brillantes, Pamela no podía evitar el impulso de aplicar una capa adicional de betún negro para asegurarse de que lucieran impecables.
Con la misma atención al detalle, se dirigió al baño. Allí, comenzó su rutina de cuidado personal con la misma meticulosidad que antes. Se desvistió con cuidado, colocando cada prenda en su lugar designado antes de subirse a la balanza. Cerró los ojos brevemente mientras el número parpadeaba en la pantalla, asegurándose de que estuviera exactamente en los 73 kilogramos que se había propuesto como su peso ideal.
Después de asegurarse de que su peso fuera el correcto, se miró en el espejo con detenimiento. Con una mano suave, recorrió cada centímetro de su piel, buscando cualquier imperfección que pudiera necesitar atención. Aunque sabía que era hermosa, Pamela no podía evitar la necesidad de verificar su apariencia una y otra vez para asegurarse de que estuviera impecable en todo momento.
Satisfecha de que no había nada fuera de lugar, procedió a cepillarse los dientes. Tres veces, como siempre hacía, para asegurarse de que estuvieran relucientes y sin ningún rastro de placa. Aunque sus dientes eran naturalmente perfectos, nunca había usado frenos dentales, Pamela se tomaba muy en serio su cuidado dental.
Con su higiene bucal completada, pasó al siguiente paso de su rutina matutina: la ducha. Mientras el agua caliente caía sobre su piel, cerró los ojos y se sumergió en la sensación de limpieza y renovación. Lavó su cuerpo y su cabello tres veces, asegurándose de eliminar cualquier rastro de suciedad o residuo. Después de enjuagarse, se quedó bajo el chorro de agua caliente durante unos minutos más, disfrutando de la sensación reconfortante que le brindaba.
Al salir de la ducha, envuelta en una toalla suave, encendió el secador de pelo y comenzó a peinar su cabello castaño con movimientos cuidadosos. Aunque le gustaba llevarlo suelto, siempre lo mantenía por encima de los hombros, justo como le gustaba. Después de una hora de peinado y maquillaje, su rostro estaba impecable y radiante, listo para enfrentar el día.
Con el uniforme escolar perfectamente puesto, los zapatos relucientes y su maleta revisada una vez más, Pamela estaba lista para partir. Se despidió de sus padres con un beso en la mejilla y salió de casa con la misma gracia y elegancia que la caracterizaba. Aunque su rutina matutina podía parecer excesiva para algunos, para Pamela era una parte esencial de su día, una forma de asegurarse de que todo estuviera en orden antes de enfrentarse al mundo exterior.