—Aunque no puedo ver a través de ellos, me producen una sensación muy familiar... La misma sensación que me das tú —se sentó junto a Gabriel, señalando a uno de los cuatro peces que nadaba lejos de los demás, como en un mundo propio.
Gabriel siguió la mirada de Ezequiel y se concentró en el pez solitario nadando en soledad. Sus escamas brillaban con un suave tono dorado, en contraste con los colores vibrantes de las otras criaturas.
Se movía con una elegancia a la vez que creaba el mayor caos a su alrededor.
—Ese —continuó Ezequiel, con voz teñida de una mezcla de asombro e incertidumbre— es diferente a los demás. Su presencia lleva un peso que supera la mera existencia. Posee una conexión, un hilo que lo une a algo mucho más grande.
Gabriel se inclinó más cerca, cautivado por el resplandor del pez. —¿A qué te refieres con una conexión a algo más grande? ¿Cómo estaría relacionado conmigo? ¿Es eso posible?
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