Elisa miró la rosa que se había vuelto vivaz como si hubiera sido cortada hace apenas unos segundos. No sabía si era su imaginación o si de verdad había una gota de agua detenida en uno de los pétalos. Su rostro era una mezcla de sorpresa y asombro. La magia del Señor Ian, ¿no era acaso agua y otra cosa que podía convertir objetos en polvo?
—¿Cómo hiciste eso? —le preguntó él, fascinación cubriendo su voz mientras se inclinaba hacia adelante para estudiar cómo la rosa había florecido completamente en perfección e Ian sonrió ante su curiosidad. Era un rasgo que encontraba encantador en Elisa y cuando sus ojos azules se levantaron hacia él con la misma mirada, tuvo que sostenerla por un buen minuto, captando la mirada bajo sus ojos rojos.
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