—Elia —dijo Gahrye, con una mirada a Kalle—. Sé que estás cansada. ¿Por qué no subimos nuestras comidas a la habitación?
La irritación y la furia caliente atravesaron a ella. ¿Por qué todos siempre intentaban manejarla o manipularla? ¿Por qué no podía simplemente estar aquí y lidiar con su vida sin tantas personas haciendo demandas o... rondando?
Pero entonces ella sí se estremeció y de repente las advertencias de Gahrye tuvieron sentido. Había estado luchando contra la bestia durante tanto tiempo que ahora estaba empezando a ignorar las señales de ella. Se estaba convirtiendo en una parte de ella.
Eso no era bueno. —Quizás esa sea una buena idea —dijo ella en voz baja, y apartó su silla para levantarse.
Gahrye miró a Kalle otra vez y a Elia no estaba segura de por qué eso la molestaba, pero él se levantó y recogió sus cosas. —Que tengas un buen día en el trabajo —dijo él en voz baja a Kalle. Pero no la tocó, ni se detuvo para abrazarla.
El estómago de Elia se retorció.
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