—La encontró en el tocón, ya sentada, esperándolo cuando él llegó —dijo el narrador—. Tenía el pelo de su nuca erizado porque se humilló al admitir que ella le había ganado. Aunque no podía negarlo, verdaderamente había hecho lo que dijo que haría. Le había enviado la imagen de los guardias, de espaldas a ella mientras se deslizaba detrás de ellos y atravesaba la puerta. Había estado tan sorprendido que ni siquiera había respondido.
—No solo había pasado por el campamento sin ser vista, sino que había pasado dos juegos de guardias para llegar al tocón. Más rápido que él —agregó.
—Ahora estaba sentada en la parte plana del masivo tocón, bañada en luz de luna, con las rodillas hacia arriba y los codos sobre ellas. Su capucha blanca se había ido. Porque haría que la vieran más fácilmente, se dio cuenta —añadió con una pausa.
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