—¿Prueba? —preguntó ella con incertidumbre. Los ojos de Lucine estaban fijos en ella.
—Sí.
—¿Prueba de qué?
Lucine se acercó, pero aún tenía los brazos cruzados. —No puedo simplemente entrar en la Ciudad Árbol y decir que te maté y declararme reina, Elia. Nadie me creería. Olerían mi aroma y detectarían que algo está… mal.
Elia tragó saliva. —¿Acaso no estoy verdaderamente muerta si no estoy aquí y nunca puedo estar aquí de nuevo? Estoy muerta para los Anima.
Lucine inclinó la cabeza de nuevo. —Semántica —dijo—. Necesitaría una prueba de tu muerte que no dejara a nadie con dudas al respecto, de modo que no pensaran en olfatearme en busca de la verdad.
—¿Qué tipo de prueba?
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