Gilas hizo todo lo posible por no dejar escapar un suspiro de alivio al escuchar que el Rey y la Reina habían regresado al castillo. Había sido un asunto agitado tener que gestionar el reino entre él y Clara, y estaba seguro de que su pareja también estaría feliz de saber que finalmente podrían dejar de hacer algunas de las cosas que habían estado haciendo por responsabilidad.
Como tal, allí estaban ambos en el salón del trono, frente a los recién llegados reales, con la cabeza inclinada junto a la de Clara, mientras se dirigían a su señor.
—Mi Rey. Mi Reina. Bienvenidos de nuevo —los saludó.
—Hemos hecho mucho durante su ausencia —añadió Clara.
—Gilas. Clara —Darío saludó de vuelta con un murmullo de aprobación—. Levantad vuestras cabezas.
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