La emoción en el salón de baile comenzó a crecer, con los invitados cuchicheando entre ellos en un tono apagado. Por otro lado, Eva sentía miedo recorriendo su espina dorsal. Todo este tiempo, había tenido cuidado de no dejar caer ni una sola gota de su sangre cuando estaba en medio de una multitud.
Algo la había pinchado, pero solo creyó que eran sus pies comportándose de manera extraña, como solían hacerlo. ¿Cuánto tiempo debía permanecer aquí antes de poder salir corriendo de este lugar? —se preguntaba Eve.
—¿Están listos? —preguntó Marceline a los invitados mientras los sirvientes sostenían los cuatro lados de la caja de madera. Por su orden, las cuatro tablas de madera alrededor de la caja fueron retiradas y el silencio llenó la habitación.
Eva estaba lista para salir de la habitación, pero al ver el regalo que había traído la señora Marceline, su garganta se secó y su rostro se puso pálido.
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