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Quiero estar contigo.

Bahar yildiz 

Me dejé llevar por lo que sentía y olvidé por un momento que estaba furiosa con él. Esa pared que había interpuesto entre nosotros fue demolida en el momento en el que me dijo que se iba para siempre. El deseo me cegó; solo éramos él y yo, y me olvidé del mundo entero.

Me sentí doblegada ante sus caricias, esas que estremecieron mi cuerpo y vibraron mi piel, y me provocaron suspirar. Estaba tan anonadada, tan rendida a su toque que mandé mi orgullo al diablo y me unifiqué con él, piel con piel y corazón con corazón.

Kemal me hizo suya nuevamente después de tantos largos años, fui suya y se sintió como si hubiera tocado el cielo con las manos.

Él me desnudó, y cuando lo hizo, comprendí que no deseaba más que estar a su lado. Tomar su mano y poder amarlo con libertad, sin que nadie pudiera separarnos.

Sus dedos tibios se encontraron con esa parte sensible, me sentí desfallecer de placer, tanto así que tuve que sostenerme y acomodar la cabeza en su pecho. Pero él no se detuvo ni siquiera un instante; sus dedos continuaron torturándome, jugueteando con mis labios y resbalando en esa zona tan húmeda.

Dios.

No pude respirar con normalidad. Intenté cerrar los ojos y dejarme llevar, intenté mantenerme en silencio, sin embargo no pude dejar de gemir aunque estaba tratando de reprimirlo mordiendo mi lengua.

Cuando pensé que explotaría, sus dedos dejaron de manipular mi clítoris y bajaron hasta encontrarse con mi entrada, esa que estaba tan mojada y palpitaba. Sus dedos se introdujeron en mi interior, y tuve que sostenerme más fuerte porque una descarga acalambrada invadió mis piernas temblorosas.

Volví a reprimir un jadeo tembloroso cuando su dedo índice continuó moviéndose circularmente en mi clítoris sensible, y sus dedos no dejaron de penetrarme. Mi vientre se tensó por la caricia que me provocaba escalofríos y cosquilleos placenteros.

—¡Qué delicia! —pensé. Buscó mi boca para devorarla por completo y así lo hizo; su lengua lamió la mía y solo bastó con ese contacto cálido y suave para explotar y derramarme en sus dedos. Temblé y él me pegó a su cuerpo para que no cayera.

Mi respiración se tornó caótica y me sentía tan débil, pero fue tan satisfactorio.

Se quedó en silencio; no dijo nada, las palabras sobraban. Él estaba tan desesperado por embestirme que no quería perder el tiempo. Y eso era lo que más extrañaba de él: su manera sucia y tosca de poseerme. Era deliciosa la manera en la cual podía mezclar ese placer con dolor. Por desgracia, estábamos vulnerables y no podíamos hacer lo que nos diera la gana. De haber sido esa adolescente de atrás, a la que le hubiera importado un bledo todo, hubiéramos estado haciendo tantas travesuras y esa habitación nos hubiera quedado pequeña.

Liberó su erección del pantalón y ni siquiera se molestó en despojarme de las bragas; solo las colocó hacia un lado y se hundió con rudeza. Jadeamos juntos. Lo sentí palpitar tanto, extrañaba esa sensación de sentirme llena de él.

Mi respiración se volvió temblorosa cuando volvió a introducirse en mi interior con una rudeza que me desarmó. Agarró mi mandíbula y se meció una y otra vez, dentro y fuera, queriendo ser el hurtador de todos esos gemidos de placer, que me otorgaba su deliciosa virilidad al sentirla tan dura en el fondo de mi interior.

—No te detengas —le pedí sofocada por la fuerza que estaba ejerciendo en cada embestida, enloqueciendo la poca cordura que me quedaba. No tenía fin.

—Estas... Tan apretada —murmuró entre jadeos tan cerquita de mi zona auditiva, y estremecí al contacto del sonido de su voz.

—Y tú estás tan duro —pronuncié ensimismada. Quería gritar, chillar, tenía mucho calor, mi cuerpo estaba doblegado ante esa sensación deliciosa. Ante esos calambres musculares placenteros, era tanta la intensidad que mis entrañas no pudieron quedarse quietas.

Agarró mi pelo y lo envolvió entre sus manos y tiró de él. Me concentré en ese sonido de gloria que hizo su pelvis al chocar con mis nalgas, apretó mis pechos, y lamió mi cuello. Su respiración estaba descontrolada, y la mía, pensé que mi corazón estallaría, pero no lo hizo.

Me proporcionó una nalgada, y brinqué en respuesta por lo inesperado que fue. Quería maldecir de placer pero no podía hacerlo; solo pude dejarme llevar. Dejé de respirar y el calor invadió mi cuerpo, me quedé pasmada, y la vista se tornó borrosa al llegar a estar tan extasiada. Quería gritar, cuando continuó con esa deliciosa tortura entre mis piernas, embistiendo y jadeando contra la piel de mi cuello.

Kemal cubrió mi boca, torturando mi cuerpo al no tener la facultad de expresar lo delicioso que se sintió. Maldición, gemí levemente contra su mano y me apreté contra su cuerpo, acalorada, la cabeza me daba vueltas y mis piernas querían flaquear. Me debilité entre sus fornidos brazos y unas lágrimas se derramaron en mi mejilla por todas esas emociones encontradas.

—¿Kemal?

Era la voz de esa mujer. Ella estaba en la habitación y nos iba a descubrir si entraba al baño. Entre en pánico. Sin embargo a Kemal no le importó, se siguió moviendo lentamente en mi interior, ni siquiera mis músculos se habían quedado quietos, pero él continuaba embistiendo con brusquedad, alimentando más el placer, hasta que no pudo aguantar más y se derramó. Me abrazó, con cuidado acomodando su cabeza en la pared para no caer por lo debilitado que había encontrado. Respiró pausadamente intentando normalizar el estado sofocado.

Me quedé quieta porque a pesar de que estábamos en peligro, quería aprovechar cada minuto de ese momento, guardar su temperatura corporal y su olor; tal vez eso era lo único que iba a tener de él: los recuerdos.

Él me dijo que me amaba, y yo estaba dispuesta a escapar con él, sin embargo él ni siquiera dijo nada acerca de mi propuesta.

Kemal separó su cuerpo del mío y lo miré, llorando en silencio. Quería decirle tantas cosas, pero me quedé pasmada pensando en los acontecimientos que desencadenarían si su prometida descubría que estábamos juntos en el baño, desnudos.

No había una excusa, no compartíamos la misma sangre. Era obvio que iba a pensar que lo que era: él y yo estábamos intimando.

Lloré con desconsuelo, y él me volvió a tomar entre sus brazos y besó la coronilla de mi cabeza. Ni siquiera me había tomado la libertad de limpiarme porque era como si ya había estado con la mente en blanco, como si hubiera dado por hecho que su prometida nos iba a descubrir.

—Tranquila —murmuró contra mi piel—, no dejaré que pueda entrar.

Levanté la mirada y lo miré a los ojos, levantó la mano y la posó uno de sus dedos por debajo de mis párpados para secar esas lágrimas que se me escaparon.

No lloraba solo por eso, sino, también lloraba porque estaba consciente que ese momento podía ser la última vez.

Acomodó su ropa bajo mi mirada. Se volteó para salir a recibir a su prometida, sin embargo lo detuve del brazo.

—No puedes salir —murmuré. —¿Qué tal si ella entra al baño y me encuentra aquí dentro?

—Si entra y nos ve aquí solos será peor —replicó—, al menos fuera puedo evitar que entre.

Acarició mi mejilla con delicadeza y me miró con ternura.

—Te amo —me dedicó una fugaz sonrisa y se acercó a mí frente para darme un casto beso silencioso.

¿Por qué sentía que estaba era la última vez que iba a escuchar esas palabras? Me sentía angustiada sin saber qué pasaría después de esto. ¿Acaso seguía en pie esa decisión de partir y olvidarse de mí? Olvidarse de nosotros, de lo que vivimos.

Lo miré, aterrada por lo que iba a pasar entre nosotros, pero debía ser fuerte, debía poner de mi parte y dejarlo ir.

Escuché el chirrido de la madera hacer contacto con el piso.

—¿Ya se fue? —susurró él, inquisitivo. Casi aliviado cuándo escuchó un profundo silencio y luego volvió a posar su mirada en mi dirección —. Por favor, vístete. Es un riesgo que te vean aquí, en especial Samira.

—No hemos terminado de hablar —le dije—, así que te pido que nos encontremos más tarde en el jardín.

Asintió, jugó con sus dedos y bajó la mirada. Escuchamos un teléfono celular timbrando.

—¿Hola? Mamá...

—No, ya te dije que no iré, no volveré a trabajar en el bufete —continuó—. Debió pensarlo antes, más que todo tengo dignidad y vergüenza. No porque él sea mi padre quiere decir que deba guardarle respeto si él no me lo ha brindado.

—Yo te quiero mucho mamá, pero te voy a pedir que no te metas en esto. Soy una mujer adulta y sé lo que hago.

—Estoy de viaje.

—No estoy sola, estoy con mi novio.

—Ya deja de ser anticuada, soy una mujer independiente...

—¡No mamá! Nos vamos a casar. Ya me pidió matrimonio.

Mi pecho se apretó con fuerza y mi corazón latió apresuradamente, desquiciado de celos.

—¿Dices que mi padre está dispuesto a pagarme el dinero que me debe?

—¿En serio? Quisiera creerlo mamá, pero es muy difícil creerlo.

—No volveré, y esa es mi última palabra.

Al parecer, se colgó y salió de la habitación.

El celular de Kemal vibró, él lo tomó de su bolsillo, lo observé; sus dedos estaban temblorosos y su respiración, agitada. El efecto de la adrenalina corriendo por sus venas.

—¿Qué sucede?— le pregunté en un tono que pudo escuchar solo él.

—Dice que salió al banco—respondió— quiero que me esperes en el jardín, linda. Iré en la noche.

Me tomó de la cintura nuevamente.

—¿Ya no me vas a dejar?— inquirí sintiéndome atemorizada por su próxima respuesta.—¿Ya no te vas a ir?

Resopló.

—Quiero estar contigo.

Besó mis labios superficialmente.

—¿Qué hay de ella?

Se quedó callado y desvió la mirada, pensativo.

—Tú no la amas, Kemal, yo no amo a Emir y nunca lo amé... Es nuestra oportunidad de irnos lejos, donde lo que sentimos no sea un amor prohibido.

—Samira es una gran mujer— dijo después de un largo minuto—. Es muy difícil, Bahar. Es difícil porque nuestra familia se va a destruir, y mamá me odiaría.

Cuando me habló de Samira, no pude evitar sentirme molesta. Ella no debería ser importante para él. Me molestaba que la pusiera por encima de nuestro amor, eso me daba muchos celos porque significaba que podía influir mucho en su manera de actuar y pensar.

La odiaba, de eso cabía la menor duda. La detestaba. Kemal era mío. Cada vez que me imaginaba a esa mujer acariciando su piel y durmiendo con él todas las noches, me daban ganas de vomitar.

—A mí ya no me importa lo que pueda pasar, yo solo quiero estar contigo. Quiero sentirme viva por amarte, no muerta y extrañándote.

—No sabes cuánto te añoré desde la distancia— besó mis labios nuevamente—.  Extrañaba tanto tu olor— tomó un mechón de mi pelo y lo posó en su nariz— me vuelve loco.

Estaba tan emocionada que pensé que estaba soñando y que este momento pertenecía a la fantasía. No podía respirar, presa de esa emoción tan tierna que pude sentir. La piel se me erizaba cada vez que me tocaba. Sentía mariposas en mi estómago tal cual como esa adolescente cuando se encontraba con su primer amor.

Volvió a poner toda su atención en mí y no dejó caer el mechón, al contrario, movió sus manos en mi cabello en una leve y delicada caricia.

—¿Qué haremos con...?— cuestioné en voz suave.

—Le haré una oferta— respondió —yo me encargaré de ella, no quiero que te estreses por esas cosas, déjamelo a mí. ¿Sí?

—Te veré en el jardín— sonreí intentando disimular la emoción que sentí al saber que estábamos más cerca que nunca.

Quería estar con él y estaba dispuesta a luchar por este sentimiento contra todos; solo quería pensar en mi felicidad, esa maldita tradición me había robado tanto. Tantos años de sufrimiento. ¿Para qué? Para nada.

Al menos si mi niña hubiera estado viva, cada vez que me reflejara en su mirada sin duda me iba a sentir satisfecha, porque yo me casé con Emir porque mamá me había prometido que la dejaría vivir. Sin embargo, la perdí.

Caí en la trampa de Melek y perdí a mi bebé y al hombre que amaba, el cual se sintió traicionado por mí porque ni siquiera imaginaba lo que estaba pasando.

Pero no iba a permitir que esta tradición me robara más; estaba dispuesta a todo con tal de obtener esa libertad que tanto había deseado.

Después de darme un baño y cambiarme la ropa, bajé al jardín. En ese momento, el reloj marcaba las seis de la tarde. A pesar de que Gül prácticamente me suplicó que le mandara un recado a Ozgur, quería hablar de algo muy importante con él. Me quedé pensando tanto en la conversación que tuve con Kemal que tenía muchas cosas pendientes que decirle.

Lo busqué con la mirada. Sabía que él se encontraba aquí porque esta era la zona en la cual lo trasladaron, para que no estuviera tan cerca de la mujer pretendida.

Me coloqué detrás de un árbol artificial de espaldas hacia él.

—Hola, Ozgur —saludé en un leve murmullo, sin mirarlo. Se encontraba detrás de mí, y el árbol artificial era lo único que mantenía su distancia. Cubrí la mitad de mi rostro con el velo para que nadie siquiera tuviera la sospecha de que estaba hablando con alguien y desvié la mirada hacia otro lado.

—Señora— respondió. Su voz era fría y levemente ronca.

—¿Cómo te fue? Estuviste fuera muchos meses.

—Bien. Nada nuevo.

Era un hombre de pocas palabras.

—Si estoy aquí es porque Gül quiere hablar contigo— revelé. Esbozó una sonrisa nerviosa y luego un pequeño silencio sepulcral. Lo escuché suspirar con cansancio.

—Gul no es valiente, ella no está dispuesta a abandonarlo todo por lo nuestro. Así que es demasiado tarde, porque su padre Burak fue el que arregló el compromiso con la chica.

—Si Burak está detrás de eso, entonces no hay nada que podamos hacer—dije—. Es evidente lo que él está intentando evitar.

—Es por eso que le hablé de escapar, pero me dijo que no, que tenía que hablar con su padre. No me voy arriesgar a perder la vida, aún sabiendo que esto no dará ningún resultado, prefiero poner en riesgo mi vida escapando con ella.

—Debes entender que está demasiado asustada, le teme mucho a las cosas que puedan pasar si emprenden la huida. Solo quiere hacer las cosas bien.

—Pues hablaré con ella— afirmé. La estaré esperando en la madrugada cuando todos estén dormidos.

Asentí, mis dedos empezaron a temblar cuando pensé en las palabras de Kemal.

—Quiero que me ayudes con otra cosa, Ozgur— propuse.

—Cuéntame. ¿Quién la ha estado molestando en mi ausencia?

—Han pasado tantas cosas que ni siquiera sé por dónde empezar—dije—. Quiero que te encargues de alguien. Quiero que la desaparezcas del mapa.

—¿Su nombre?

Respiré profundamente varias veces. La piel se me erizó de lo nerviosa que me puse, sabía que esto era riesgoso, pero uno que estaba dispuesta a correr, era ella o nosotros.

—Mónica, la sirvienta.

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