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Cuatro semanas sin un coño

Narra Alek

Mi estómago se contrajo.

Coloqué mis rodillas en el suelo y aferré mis manos en los bordes del Wc y respiré profundamente, mis ojos ardieron y mi cuerpo se estremeció ante la siguiente arcada que me dejó expulsar todo lo que pudo estar dentro de mí estómago.

Quise sostener mi cabello pero fue en vano.

Me sentía fatal.

Escalofríos y un leve mareo que se fue intensificando, convirtiéndose en debilidad. Mis piernas temblorosas se debilitaron ante la siguiente arcada.

Quería calmar toda esa revolución en mi estómago, pero era imposible, porque con cada arcada que sentía me daban más náuseas.

Solo podía escuchar en eco los sonidos que emitía mi cuerpo al expulsar ese maldito vómito, y ese mal sabor en mi boca.

Levanté la cabeza y me quedé ahí, quieta, recuperando el aliento, antes de levantarme a limpiar mi boca.

Me enjuague la boca y subí la cabeza para observar mi reflejo demacrado en el espejo. Estaba demasiado pálida, mis labios resecos y las ojeras pronunciadas; parecía una persona en estado moribundo.

Cuatro semanas

Habían pasado cuatro semanas en las cuales no volví a saber nada del hombre que alguna vez fue mi verdugo. Y estaba muy ansiosa por verlo porque me quedé pensando en todo lo que no podía decirme.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no daba señales de vida?

Sonya tampoco contestaba mis llamadas.

Algo le pasó, pero encerrada aquí jamás iba a poder saberlo. No era normal que Sonya desapareciera así, sin avisar. No tenía comunicación con Verónika, porque mi teléfono fue cambiado por otro y con él mi número telefónico.

No regresé a la escuela. Y estaba preocupada por mi futuro académico.

Pero solo debía esperar, tal vez ese hombre me iba a dar respuesta.

Me sentía pésimo, mi salud empeoraba cada día, me sentía demasiado cansada y enferma.

No sabía qué diablos me pasaba y no había nada que pudiera hacer, porque estaba sola en esta casa y estaba desesperada sin tener contacto con las personas que quería.

Tenía mucho miedo de morir aquí.

Necesitaba ir a un hospital, así que debía escapar de aquí, esta era mi oportunidad.

—¿Alekxandra?

Escuché que alguien tocó la puerta.

—¿Sí?— dije en respuesta, con debilidad. Estaba tan enferma que hasta hablar me parecía cansino.

—¿Estás bien?— preguntó la voz femenina la cual pertenecía a Zhera. Ella también se ausentó por algunas semanas, solo me dejó con una mujer llamada Mónica, la cual tenía una cara larga y no solía charlar conmigo. Zhera me dijo que la señora de la casa la despidió, pero como era cercana a la madre de la señora esposa de Emir, la madre le dio trabajo aquí.

Descubrí que le caí mal y no sabía por qué.

—No— dije, giré el picaporte de la puerta y la abrí —. No me siento muy bien, Zhera.

—¿Qué es lo que te ocurre? — me miró con atención y posó una de sus manos en mi frente, para revisar mi temperatura. Se sorprendió al sentir lo caliente que me encontraba.

—¡Estás hirviendo! No deberías de estar levantada.

—Solo quiero saber dónde está él— le dije—. ¿Acaso le pasó algo?

—No, él está bien. Solo está ocupado, por eso no ha podido venir. No te preocupes.

—¿Y mi hermano?— cuestioné— ya han pasado muchos días y solo lo he visto una vez. Por favor necesito verlo. ¿Por qué él está allá y yo aquí?

Cerré los ojos nuevamente y me aferré a la pared del baño para no caer, Zhera se acercó para evitar que cayera.

—La chica se la ha pasado todo el día acostada, Zhera— dijo Mónica, tras entrar a la habitación. —A mi no se me dio la orden de servirle a personas desconocidas. Y menos a esta chica que se cree una reina.

Zhera arqueó las cejas, incrédula por el lenguaje de esa mujer. Yo, por otro lado, no le presté mucha atención. Solo quería silencio, ya que mi cabeza iba a estallar de dolor.

—Eres la criada de la mansión, ya no eres ama de llaves. ¿Por qué te quejas de tu trabajo? ¿acaso no te pagan por eso? ¿Qué es esa falta de respeto?

Me miró y suavizó la expresión.

—Ve con ayuda de Mónica a la cama y espérame allá. Llamaré a un doctor para que te revise.

—Llevala a la cama, es una orden. Si me entero que la molestas te va a ir muy mal Mónica— le advirtió.

Caminamos despacio y cuando estuvimos a una distancia prudente me comenzó a hablar.

—Eres el nuevo juguete de Evliyaoglu — dijo y me detuve en seco, la miré, una sonrisa maliciosa curvó sus labios—. Me parece raro que él se haya involucrado contigo de esta forma, ya que las mujeres que se busca solo son para pasar el rato, no para hospedarse en propiedades de él.

—Yo no hablo con la servidumbre, conoce tu lugar querida.

La mujer se molestó.

— Dime algo. ¿Lo has hechizado? Te lo pregunto porque solo es una posible razón por la que puedas estar aquí. No se me ocurre nada mas. No te hagas ilusiones, ese hombre nunca se va a divorciar de su esposa.

Estaba sorprendida por todo el disparate que se estaba creando esa mujer en su cabeza. Ella creía que conocía a su patrón pero la realidad era otra. Evliyaoglu deseaba estar tanto entre mis piernas. Su deseo era más grande que su ego, y estaba muy segura que podría ponerse de rodillas en el piso con tal de estar dentro de mí.

Pero no era yo quien se lo iba a decir porque no tenía energía, y mi valioso tiempo era oro para perderlo con esa mujer.

—¿Te sorprende? No sufras por él, él siempre será esposo de su mujer. Contigo no se va a casar, deja de soñar. Las mujerzuelas como tú que se acuestan con los hombres por dinero solo son pasajeras.

—Al menos yo tengo oportunidad de casarme, en cambio tú… ya perdiste el tren.

—¿Sabes? Tu carácter es parecido al de esa mujer despreciable. Hasta tienes ese mismo lunar asqueroso. Por eso te odio, porque siempre que veo ese lunar me recuerdas a ella.

—Tan infeliz no es. Tuvo el poder y la potestad de ponerte en la calle. Si no fuera por su madre, otra historia hubieras estado contando. Te va a tocar soportar ver este rostro y este lunar hasta que yo lo deseé. Para tu desgracia, él me quiere aquí y yo no deseo irme a ninguna parte.

Narra Emir

Murad me espiaba en todo momento.

Así que no podía hacer nada por la amiga de Alekxandra. No directamente.

No iba actuar, ni siquiera le iba a tocar un pelo a Murad; la mafia rusa se encargaría de borrarlo del mapa. Solo me tocaba incitar a que le diera de baja a Agustín Volcova, así cobraría mi venganza por haber vendido la droga a Alekxandra y me quitaría a Murad de encima.

Y así, mataba dos pájaros de un solo tiro sin tener que ensuciar mis manos de sangre.

Una sonrisa maliciosa curvó mis labios.

El triunfo estaba en mis manos.

Muy pronto ya no tendría a ese cretino intentando sacarme del juego porque el iba a perder.

Más le convenía estar tranquilo pero no entendía las razones.

Murad iba a morir con la sospechas de que me estaba acostando con Alekxandra, pero nunca iba a tener las pruebas para incriminarme, porque aunque pareció que estaba en sus manos, el que pendía de un hilo fino era él.

Poco a poco ese hilo se iba a desgastar.

La vida es misteriosa. A Veces la gente piensa piensas que todo está a su favor, sin embargo, no es así, solo basta con una acción para quedar enterrado en un pozo profundo y no alcanzar la victoria. Solo basta un movimiento para que el mundo se vuelva en contra.

—¿Crees que no tengo el conocimiento de a quién te estás follando?—preguntó Murad, tras sentarse en una de las sillas que se encontraban en el jardín.

—¿De qué estás hablando? No entiendo.

Fingí no saberlo.

—La hija de Anya Porizkova, la joven de diecisiete, pervertido. No me extraña, de ti se pueden esperar muchas cosas. Lo peor es que es cristiana. Eres una vergüenza para nuestra familia, porque entraste entre sus piernas. ¡Qué vergüenza Emir!. Espero que no hayas dejado tu descendencia dentro de ella.

—Murad, estás empezando a enloquecer. El poder te quiere cegar pero eso no me preocupa, porque... Yo siempre gano, aunque todo esté en mi contra y eso se llama saber ser inteligente. Puedes tener mil pruebas en las manos y puedes despotricar en mi contra... Pero nunca vas a lograr tenerme en tus manos y quitarse del puesto que por ley me corresponde como esposo de tu hermana. Soy el hombre, la cabeza de la familia y mi deber es dirigir. Tú ve a cuidar de tu esposa e hijos.

—Los ancianos del consejo nunca te van a perdonar que te hayas acostado con la hija de la asesina de un miembro familiar.

—Los ancianos me tienen sin cuidado.

Aún con todo el poder que ellos tienen, no son capaces de quitarme lo que es mío.

—Nada es tuyo, Emir. ¿Me has oído? Nada. Eres un infiel, pérfido y desleal que solo sabe apegarse a las mujeres sexualmente. cuéntame, Emir. ¿Cómo fue tu primera vez con Anastasia? Supongo que viniste en busca de ella porque la extrañabas y en su lugar encontraste a una anciana mujer y por eso te follaste a su joven hija.

—Yo nunca me acosté con ella, estás muy mal informado. ¿Por qué estás tan obsesionado conmigo?

—No te creas importante.

—Soy importante. Y déjame decirte que, prontamente, seré padre de un hermoso heredero.

—¿Ah sí? Si crees que mi hermana te va a dar hijos estás muy equivocado.

—¿Estás seguro? Yo creo que estás equivocado, demasiado equivocado.

La sonrisa que tenía se esfumó.

—Ella está embarazada, va a tener a mi heredero. ¿Me entendiste? Si quieres ve y pregúntale. Me encantaría ver tu cara de decepción cuando te diga que sí, pero lastimosamente estaré trabajando en la empresa, porque no tengo tiempo de obsesionarme contigo. Los verdaderos hombres solo se centran en negocios, no en chismes. Canaliza tu energía femenina.

Tenía las manos atadas, solo tocaba esperar a que Murad se pusiera la soga al cuello solito, conociendo bien su trastorno creo que esto no duraría mucho.

Narra: Sonya Volvov.

Cuatro semanas después.

Mi vista estaba borrosa, mi cuerpo débil y desorientado. ¿Por cuánto tiempo estuve dormida?

No recordaba nada de lo que había pasado. No sabía dónde me encontraba, y no pude reconocer este lugar. Era una especie de habitación antigua, lo supe por el olor a polvo y humedad.

Estaba oscuro.

Intenté mover las manos, pero estas estaban atadas a la cama con un nudo bien apretado.

Mi corazón comenzó a palpitar, sofocado, al entender que alguien poco amigable me había traído aquí, a este lugar de mala muerte, el cual tal vez no era habitado por ninguna persona hace mucho tiempo.

Intenté gritar pero la amordaza en la boca no me dejó y entré en pánico. Moví las manos nuevamente, como si eso iba a desatar ese maldito nudo.

Recordé lo que pasó, las imágenes de ese hombre que me estaba presionando contra él, mi corazón desbocado y mis ganas de gritar, que rápidamente fueron silenciadas por esa sustancia que se quedó impregnada en mi naríz y me mareo hasta perder el conocimiento.

También recordé a Agustín, el cual iba acabar con mi vida, de no ser por esos hombres que aparecieron.

Tenía miedo, tal vez estos hombres eran enemigos de Agustín y estaban buscando venganza por algo que pasó y nos secuestraron para quitarnos la vida.

Temblé ante esos pensamientos, no quería ni imaginar lo que me iba a pasar si me quedaba aquí. Tenía que buscar la manera de escapar de ellos. Yo no tenía nada que ver con esto, pero aún así, a las personas que estaban aquí les importaba un bledo.

Escuché que alguien se aproximaba en mi dirección, unos pasos rápidos.

Silencio.

—¿Crees que Murad la deje vivir?— cuestionó una voz masculina.

Presté atención a lo que dijo.

—Creo que no. Pero no podemos hacer nada hasta que él dé la orden— dijo otra voz masculina.

—Es muy bella, parece una muñequita de porcelana. Espero que me deje tocarla antes de que los gusanos hagan su trabajo.

—¿Estás loco?

—No, solo tengo cuatro semanas sin un coño caliente y ella es una tentación.

Asco y pavor fue lo que sentí.

Temblé ante esa confesión y comencé a llorar, al imaginarme lo que me esperaba estos días, si no lograba escapar de ese lugar.

—Ya se despertó la bella durmiente —exclamó el hombre. —Lástima que aquí no hay ningún príncipe que deseé salvarte.

Me quedé estática, no quería que mis nervios controlarán mi cuerpo, pero era inevitable porque quería gritar. Mi cuerpo se encontraba en alerta y era una tortura porque ni siquiera podía ver sus movimientos.

—Cerdar, no hables con ella—le ordenó con autoridad, la otra voz masculina. —No quiero que arruines las cosas, recuerda que será tu cabeza la que estará en juego. Voy a vigilar los alrededores y tú te quedarás a cargo de ella.

No, no te vayas infeliz, no me dejes con ese maniático de mierda, estúpido.

Pensé

Escuché unos pasos alejarse y cerrar la puerta y un profundo silencio de unos segundos, pero luego escuché la madera crujir a mi alrededor.

Temblé ante la incertidumbre de saber que diablos pasaba.

Ya no podía mantener la calma, temblaba, mi respiración estaba descontrolada, tanto así que comencé a hiperventilar.

Sentí una respiración profunda como si alguien estuviera oliendo mi piel y quise gritar y moverme, pero una mano me agarró por el cuello.

—Hueles deliciosa — reveló. Una de sus manos se escaparon a mis pechos y los apretaron con fuerza y grité pero la amordaza no permitió que me escuchara nadie.

—Calla niña— Apretó su agarre en mi mandíbula y le obedecí, llorando en silencio—. Si no nos dices lo que queremos escuchar la vas a pasar muy mal— pellizcó mi pezón y sentí asco.

Bajó la amordaza un poco y quitó la mano de mi pecho, tiró de mi cabello y con su asqueroso dedo dio leves toqueteos a mis labios.

—Como quisiera hundirme en esa boca...

Lo escupí, y él me abofeteó.

—¡Pudrete maldito!

—Eres una perra— volvió a colocar la amordaza en mi boca y no me dejó gritar a todo pulmón—. Ahora vas a ver lo que te haré, puta.

Escuché que desabrochó su cinturón y lo dejó caer en el suelo.

Lloré y grité con la esperanza de que alguien viniera a salvarme, pero era imposible, estos hombres no iban a dejar que me salvaran, todos eran delincuentes despiadados.

No existía empatía en este mundo de las mafias. Esa palabra había quedado en el olvido. Si este hombre decidiera violarme, los demás hombres no harían nada más que unirse al acto.

Sentí náuseas cuando agarró mi cara. De repente mis ojos fueron liberados y me encontré con esa mirada marrón observando con deseo y perversidad.

—Así que, como no puedo escuchar tu voz, te liberé los ojos para que siempre me vea en tus sueños y recuerdes que yo te cogí como la perra que eres.— acarició mis labios por encima de la mordaza—. Si no fueras tan escandalosa me hubiera corrido en tu boca... Por eso lo haré en tu coño... Luego, cuando tenga otra oportunidad, volveré.

Intenté hablar, pero no pude, cuando con su mano rompió mi abrigo y mi sostén quedó expuesto.

Las lágrimas no tardaron en aparecer.

Intentó desabrochar mi cinturón pero me removí inquieta y no dejé que lo hiciera, en respuesta lanzó un gruñido enfurecido por no lograr su cometido y me abofeteó.

—Te irá peor si no colaboras— amenazó —. Así que debes poner de tu parte.

Después de tanto esfuerzo logró desabrochar mi cinturón. Era más fuerte que yo, y algo que no ayudaba en nada era que estaba atada de manos y pies y si me llevaba ventaja con mis manos libres más ventajas iba a tener si me encontraba privada de mis movimientos.

No quería ser violada.

Me dio pavor y asco cuando sus manos comenzaron a manipular mi clítoris por encima de mis bragas, cerré los ojos dejando caer lágrimas de dolor e impotencia.

Escondió su cabeza en mis pechos y besó mi sostén en el lugar donde se encontraban mis pezones.

Jadeó.

Levantó su cabeza y cuando estuvo a punto de besarme, un sonido fuerte se escuchó. Ese sonido tan desagradable que hizo temblar el piso y la pequeña habitación, el sonido que me privó por unos segundos de mi zona auditiva y dolió en mi cráneo.

Pero no solo fue eso lo que me dejó perturbada, no, fue que la sangre que salpicó en mis ojos y parte de mi boca y la extremidad humana se derramó entre mis piernas.

Grité fuerte, muy fuerte, pero fue solo el verde de sus ojos, cuando me observó con severidad, solo eso bastó para advertirme que guarde silencio.

Ni siquiera podía mirar entre mis piernas, ni siquiera podía, aunque de igual manera me daba asco, porque sentía la cálida sangre y la textura babosa de los sesos del hombre.

—Mehmed— su voz era ronca y autoritaria—limpia este desorden.

El hombre tragó saliva y se quedó en shock por lo que acababa de ver.

—Muévete— ordenó. —Y agradece que no tengo energías para matar a otra persona. De lo contrario, tus sesos estuvieran mezclados con los de ese maniático, diluyéndose en ácido.

Él era alto, muy alto y musculoso. Todo lo que reflejaba era una severa y maldad.

Y le temía.

Hasta el mismo diablo en su sano juicio estuviera temblando si esa bestia se le hubiera puesto de frente. Incluso él no podía competir con ese sadismo.

Me miró.

—¿Está bien señorita?— preguntó con seriedad. —Lamento mucho que haya tenido que ensuciarse, no fue mi intención derramar basura sobre su piel.

Se acercó lentamente y buscó en uno de los cajones algún objeto, no dejé de mirarlo en ningún momento repasando cada movimiento. Estaba alerta.

Se acercó un poco más a mí y me colocó una  manta para cubrir mi desnudez. Me encogí, al no poder salir corriendo despavorida.

Cuando acomodó un pedazo grande de tela en mi cuerpo, se puso de frente hacía mi. Había algo en sus ojos, algo que no me tranquilizaba

No, vete, no me mires, no me mires.

Venga—. hizo un ademán con la mano—Tiene que limpiarse. Me voy a acercar a usted, para desatarla. Se va a dar un baño y se va a vestir con la ropa que compré para usted.

Se fue acercando lentamente, no dejé por ningún momento de mirarlo. Su mano tibia y con olor a pólvora comenzó a desatar la amordaza. Y cuando la desató por completo se quedó observando mis labios.

—¿Quién... es usted y... Y que.. que quiere... ¿De mí?— cuestioné temblando por inercia.

—Soy Murad— su voz, esa tan ronca, tan suave y a la vez tan autoritaria no me tranquilizaba para nada, pues suponía que era un hombre psicópata, por la tranquilidad con la que estaba actuando después de volarle la cabeza a un hombre.— un placer conocerla.

Sus ojos se encontraron con los míos y quedé embelesada, aturdida, incrédula de lo que había pasado. Tenía tanto miedo de que me hiciera daño, que me olvidé por completo de la extremidad que había en mis piernas.

—¿Qué quiere de mí? Por favor, no me haga daño... Yo no... Yo no tengo nada que ver con lo que sea que quiera saber o cobrarse. No pertenezco a la mafia rusa.

Arqueó las cejas

—¿La mafia rusa?

Asentí

—¿Dónde está Agustín?— cuestioné con el corazón desbocado.

—¿El chico?

—Por favor, dígame que está vivo— le pedí llorando. — Por favor, no le haga daño.

—Está muerto— respondió—. No me agradan los hombres que golpean a las mujeres. Ustedes son seres delicados en esta tierra y un hombre cobarde que golpeé a una mujer merece morir. Al igual que este ser despreciable, cuyos sesos están esparcidos por toda la habitación.

Juro que no supe más de mí, porque esa debilidad que sentí, me llevó a otra dimensión.

Agustín, el hombre que amaba con todas mis fuerzas, estaba muerto... Y yo a merced de ese psicópata.

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