Talia observó a Damon, y pudo verlo claramente, pero toda la vista aparecía como si ella estuviese sentada en el asiento trasero de un coche y mirando hacia el frente.
Podía ver cosas, oler el adictivo olor de Damon, escuchar el ruido que hacían las criaturas en los arbustos alrededor de ellos y sentir la suave brisa acariciando su piel. Era una extraña sensación de saber que ella estaba realmente allí y que ese era su cuerpo, pero no tenía control sobre él. La última vez que su lobo tomó el control, sucedió demasiado rápidamente como para que ella lo procesara, pero ahora Talia se dio cuenta de que era la espectadora y toda la experiencia la dejó inquieta.
—Te acostumbras —habló el lobo de Talia.
Talia no estaba segura de querer acostumbrarse a esto.
Las manos de Damon alcanzaron las de Talia y ambos lobos se sobresaltaron ante el contacto cargado con las chispas de su vínculo.
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