El recién llegado séquito fue escoltado hasta la mansión de invitados del palacio, donde el Caballero guardián del Rey, Comandante Conor Loyset, y un asesor personal los recibieron cordialmente.
—Señor Luis Mortimer, bienvenido a la capital —anunció el Comandante Loyset cuando un hombre mayor descendió de la carroza, una joven a su lado.
El Señor Luis Mortimer emanaba un aire de autoridad, más propio de un gobernante que de un visitante. A su lado estaba su hija menor, la niña de sus ojos. Ella poseía la belleza característica de la familia noble—ojos marrones claros parecidos a los de su padre, un largo y fluido pelo castaño dorado, y facciones delicadas. Su exquisito vestido y joyería eran acordes con su estatus de hija de uno de los señores territoriales más poderosos del reino.
Reconociendo el saludo, el Señor Mortimer respondió:
—Esperaba al menos que el Príncipe Arlan estuviera presente para recibirnos, Comandante Loyset.
Conor hizo una leve reverencia y respondió:
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