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ODIOSO

Alia deja que el príncipe Jadem le tome las manos y tire de ella mientras la arrastra hacia el salón de baile. Desde niña ha sido favorita en la corte primaveral y es normal que tutee a los cuatro hijos del rey. El reino de primavera es famoso por la estupidez de sus reyes y en realidad esto no está lejos de la verdad: es el consejo quien llevaba la voz cantante. Los príncipes: Nhuran, Diado y Shior son unos esnobs que sólo viven para la diversión y las banalidades; sin embargo, Jadem es distinto. Por eso Alia ha hecho buenas migas con él. 

Jadem, el menor de los cuatro vástagos reales, le lleva unos diez años; pero desde que la viese, a esta pequeña hada de ojos fulgurantes, han sido inseparables. Hoy Alia por fin cumple los dieciséis años, edad con la que toda hada arriba a su mayoría de edad. Alia sabe que después del primer baile él le pedirá que cante y luego la reclamará para bailar y bailar sin parar. 

Muy temprano en la mañana su padre, Syd, le ha obsequiado las dagas con las que había estado practicando desde pequeña; ahora le pertenecen, es una señal del amor y el orgullo que siente Syd por su hija. Con el arribo del doceavo aniversario de vida las hadas de primavera maduran y a partir de ese momento se define su magia y comienzan a educarse en base a ello. Alia no puede estar más feliz: tiene a su padre, a Lux, a sus admiradores y compañeros de la corte y a su mejor amigo: Jadem. Sólo le falta su madre, es como una parte perdida de ella que siempre añora. Así que Alia sueña despierta con conocer a su mamá algún día. 

De pronto Jadem para en seco y la acerca a él; sus bucles rojizos cayendo con gracia sobre sus hombros. Tiene una cabellera que varía en distintos tonos de rojos y cobrizos y como en todo varón libre de flores. Sus ojos parecen dos piedras de jade, son los ojos verdes más famosos del reino. De repente el rostro de su amigo se pone muy serio y con un impulso de su cara él une sus labios brevemente. Al principio Alia se queda paralizada por la sorpresa, pero pronto algo en su interior estalla. ¡Cómo se atreve a hacer eso y poner en peligro su amistad! Ella no lo quiere así. Entonces sucede todo: Alia trata de apartarlo, pero una impensable fuerza sale de ella y lo que hubiese querido que fuera una firme presión para apartarlo termina tirando al príncipe al suelo vergonzosamente. Al punto todos en el salón los observaban de modo que avergonzada e incómoda Alia se revuelve retrocediendo. Es en ese momento que comienzan las exclamaciones:

- ¡Sus brotes!

- ¡Han cambiado de Color!

- ¡Esa fuerza!

- Es un hada de otoño…

- ¡Sus flores se han tornado rojos! Es un hada de otoño! Es la hija de Andro!

Alia despertó de su sueño bruscamente. Para ella ya no resultaba extraña las recurrentes escenas; pues había revivido en pesadillas una y otra vez aquel día ominoso cuando su vida dio un vuelco y lo perdió todo. Era un sueño que acudía a ella con bastante frecuencia y gracias a esto terminaba despierta antes del amanecer. Ella recordaba cada detalle de aquel día, incluso su sueño era extrañamente fiel a los pasados sucesos: el momento ceremonioso en el que recibiera las dagas, cómo Lux la había acicalado para la celebración y la manera en que Jadem la miraba ese día. Alia no lo culpaba de nada, después de todo él y Lux habían sido los únicos que intercedieron a su favor cuando algunos quisieron devolverla al país de otoño. Aunque en realidad tras aquellos acontecimientos muchas veces ella misma había considerado irse de La Ciudad Multicolor.

Mirando ahora a su alrededor notó gran tranquilidad. Durante la anterior jornada sus dos raptores se habían trasladado con diligencia, moviéndose durante todo el día sin parar. De modo que todos habían caído rendidos de cansancio cuando pararon para el descanso. Una suave brisa sopló y ella vio sus largos cabellos oscuros flotando llenos de pequeños jazmines grises, el color para la congoja. 

Ignorando el dolor que dejaban los recuerdos y tratando de no hacer ruido Alia se incorporó con resolución. Tal y como sospechaba ninguno de sus dos custodios estaba despierto ya que, agotados como estaban ni se habían molestado en plantar turnos de guardia. Así que, deseando tener también un encantamiento para extinguir los sonidos, ella comenzó a alejarse suavemente. 

Las cosas se habían puesto muy tensas cuando ella había roto la piedra verde de Iaago; tanto que, por un momento, Alia había pensado que el hada del viento iba a asesinarla en medio de su ira. A partir de entonces la vigilancia sobre ella había sido redoblada; pero, tal y como había previsto Alia, sus acciones los habían obligado a avanzar hacia su destino siguiendo métodos más convencionales. 

Ahora, en su huida, Alia alcanzó sin imprevistos el camino por el que habían arribado al campamento; sin embargo, cuando comenzó a correr hacia su libertad sus pies no le respondieron. 

Las dagas. 

   Tontas, estúpidas dagas.

Pero no podía resolver dejarlas por más que se lo plantease. Así que, imprecando en su mente, deshizo sus pasos y se acercó con sigilo al cuerpo de Iaago. Alia estaba segura de que las guardaba él, ya que era el único que viajaba con una talega grande a su espalda. Así que, prácticamente aguantando la respiración, llegó hasta el hada del viento y estiró su mano suavemente asiendo la alforja con mucho cuidado. Ella estaba deshaciendo el amarre cuando, con la velocidad de un rayo, algo atrapó su mano. Tras esto los árboles y las demás imágenes a su alrededor se hicieron un borrón y en menos de un segundo Alia cayó con fuerza sobre la hierba con Iaago a horcajadas sobre ella. 

Inicialmente ella se quedó mirándolo agitada sin saber qué decir, pero Iaago no perdió tiempo en esbozar su fastidiosa, cínica sonrisa y hablarle. Un poco alejado, el trol no parecía darse por enterado de lo que sucedía.

- Bueno por unos momentos pensé que traicionarías tus sentimientos hacia esas dagas.

- Tú… sabías desde el principio… ¿y entonces por qué…? - Logró soltar ella sofocada mientras lo fulminaba con la mirada.

- ¿No te detuve? - Terminó Iaago por ella bajando el volumen de su voz mientras acercaba más el rostro - Ya te dije, niña, no puedes escapar de nosotros. Dejé que te alejaras por un poco de curiosidad; sólo quería saber con exactitud qué tan importantes son esas dagas para ti. Tienen que tener mucho valor porque, pese a que en efecto son exóticas, un buen maestro te las podría replicar y las piedras de seguro no son el motivo, tu ciudad está llena de ellas. De modo que implican algo más personal… ¿algún amante perdido quizás?

Soltó sin compasión lleno de socarronería. 

- ¡Cállate! ¡No sabes nada!

- Oh… ya estaba yo seguro, estamos tratando con algo elevado aquí…

Siguió con la pulla Iaago y en respuesta Alia corcoveó tratando de salir de su agarre. Los cabellos de ella se agitaron hechos un torbellino de jazmines rojos.

- ¡Ya sal de encima! -Le soltó destilando veneno con cada palabra o como si fuera a salirle fuego de la boca. Sin embargo, Iaago sólo emitió su desfachatada risita nuevamente.

- Vaya con las hadas de otoño, tan temperamentales…

- No soy un hada de otoño… Y tú eres un odioso...

En este momento las flores de su cabellera se confundieron con su cabello al tornarse negras y a continuación Alia hizo algo que repudió en el acto: ella lloró. Lloró mucho.

Alia no pudo verlo, pero enseguida Iaago se puso muy serio y se incorporó dejándola tendida con sus sollozos. Luciendo enojado, sin mirarla, él se sentó muy cerca de donde yacía Atlas. El trol como siempre olía a alcohol e Iaago hizo una mueca cuando vio los ojos de su compañero mirándolo con reproche.

- ¿Estás contento ahora? - Le soltó con amargura Atlas mientras torcía sus ojos.

- Sólo es una malcriada…

- Pues yo creo que ha sido tan excluida como nosotros... 

- Esa cría no sabe nada.

- ¿Por qué te empeñas en molestarla? Eres mordaz por naturaleza, pero tengo que reconocer que ella saca lo peor de ti.

Con gesto de cansancio Iaago dio a entender que allí terminaba la conversación e incorporándose con rapidez se dirigió hacia un pequeño arroyo que corría alegremente en las inmediaciones. Se estaba limpiando la cara cuando sintió una exclamación que no venía de muy lejos. ¿Era la chica?

En un segundo Iaago alcanzó de inmediato a Atlas quien se estaba adentrado en la maleza. Su compañero llevaba el delicado báculo en alto por precaución. Sintiéndolo a su lado el trol ladeó la cabeza y lo increpó.

- Rayos, te escuchó cuando dijiste que había que evitar el bosque…

- Ya lo imaginé, Atlas. ¿Es tan ingenua como para creer que no la seguiríamos? Ha tomado mi alforja.

- O quizás está contando con que la sigamos, amigo mío.

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