*Esta historia esta inspirada en My Hero Academia de Kōhei Horikoshi.* "Terrible oscuridad." Atrapada en un abismo en el peor infierno existente. No hay escapatoria de ÉL. Sangrado emocional, heridas sin sanar. El más temible villano de toda la sociedad. Temer al querer. Miedo al amor. Jamás había sentido algo como lo que su prisionera logro hacerlo sentir. Confusión, odio y dolor. No hay salvación, en esa prisión.
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La oscuridad inundaba todo a su alrededor, con el pánico apoderándose de su cuerpo, ¿dónde estaba? Respiro profundamente, buscando la tranquilidad que le era inexistente en ese momento. Los pasos retumbando entre la oscuridad de su mente.
Húmedo y tétrico ambiente que la hacía sentir nerviosa de pies a cabeza.
—Señorita Aizawa... —susurro una voz masculina a su oído. Demasiado cerca que con su aliento rozaba la parte trasera de su oreja y su cuello. Enchinado la piel de la joven. —Créame que es un placer para mí, tenerla en mi humilde morada.
La venda en sus ojos se deslizó, su visión había vuelto. Jadeo atemorizada mientras intentaba inútilmente desatar sus manos y piernas. La habitación apenas iluminada por la tenue luz de una vela, le daba un contraste terrorífico a su terrible situación.
—¿Qué paso, pequeña? —la burla era evidente en aquella voz masculina. —¿Le tienes miedo a la obscuridad?
La joven respiro pesadamente, con los nervios a flor de piel y el miedo invadiendo su cuerpo ante aquella voz. Burlona y tétrica. La mezcla perfecta para un ser tan cruel como aquel villano que desde atrás entre la oscuridad atemorizaba a la chica.
El silencio era sofocante para ella, no sabía dónde se encontraba aquel hombre, ni quién era. Mucho menos que quería de ella.
Trato de respirar con normalidad, buscando una forma de escapar.
—¿Quién eres...? —formulo con el nerviosismo evidente en su voz, su labio temblando a la par de las lágrimas deslizando suavemente por sus pálidas mejillas.
—Tu padre me conoce muy bien, Junko. Creo que todos en la sociedad me conocen. ¿Por qué tú serías la excepción? —camino con paso tranquilo hasta llegar al lado de la joven de corto cabello negro hasta unos centímetros abajo del hombro.
Quién se tenso al sentir una mano en su hombro. Poco a poco, aquella extremidad se fue convirtiendo en el tentáculo de un pulpo, húmedo y viscoso, adherido a las prendas de la pelinegra. El miedo se apoderó de ella, comenzando a agitar su respiración; con el corazón latiendo a mil y el terror apoderándose de su cuerpo giro la cabeza encontrándose con unos brillantes ojos azules, tan profundos y aterradores, brillando ante toda aquella oscuridad que la rodeaba.
Ahogo un grito, aterrorizada al reconocerlo. Aquellos terroríficos ojos, y un tan conocido Quirk.
—Ah. Veo que ya me has reconocido. —sonrió ampliamente.
Una sonrisa que le causó escalofríos a la mujer atada en la silla. Lo reconoció al instante, ¿cómo no hacerlo? Si aquel hombre era el villano más temido de la ciudad. Sentía como su cuerpo temblaba, levantó la cabeza mirándolo directamente a los ojos. Aterrada por él y lo que pudiera hacerle.
Tamaki se sintió diferente, miro su mano y ya no era el tentáculo de un pulpo. Su sonrisa volvió a engancharse.
—Me esperaba que tuvieras el Quirk de tu padre... — hablo lentamente mientras se agachaba acercándose a su rostro.
Sintiéndose tentado a tenerla, aquella chica sumamente hermosa, con su mirada llena de miedo que lo deleitaba. Comenzaba a adorarla; tanto tiempo observándola a lo lejos con la sola intención de secuestrarla para amenazar a ciertos héroes.
Sin embargo, había algo en ella que lo había cautivado. Quizá el hecho de que fuera tan frágil, o de que pudiera corromperla con solo un toque, un roce de su suave piel. Un tentador beso de esos carnosos labios carmesí.
—Pero... —extendió su mano hacia el rostro de la joven, su mano cambio nuevamente demostrando que su Quirk había vuelto. —Es demasiado débil todavía. ¿Aún no puedes controlarlo?
Lo miro atentamente, sintiéndose insignificantemente débil ante él. Todo sería diferente si lograra controlar sus poderes, si fuera mejor peleando. No era una heroína, no era su sueño seguir los pasos de su padre.
Pero, su sugerencia para ella siempre fue entrenar y ser fuerte. No siempre sería protegida por un héroe, mucho menos estaría a salvo en una sociedad llena de villanos peligrosos.
—¿Te sucede algo, querida? —su sonrisa se mantenía enganchada, logrando atemorizarla aún más. Le encantaba tanto ver el miedo carcomiendo el brillo de sus ojos.
Una mirada oscura y profunda, un negro intenso con el brillo de mil cosmos. Estrellas iluminaban aquellos hermosos ojos negros, ahora apoderados de un intenso terror. Un miedo inmenso que era causado por él.
Acercándose a su rostro, con sus respiraciones mezclándose; él con la inquietante tranquilidad de un día normal y soleado, ella con el temor del día más oscuro y tormentoso en la vida del planeta Tierra. Tan diferentes de pies a cabeza, era más que evidente.
—¡¡Tamaki-kun!! —llamó con desesperó una rubia, quién abrió la puerta de golpe, dejando que la intensa luz de la habitación continua entrará acabando con la inmensa oscuridad. Arruinando el momento.
El azabache suspiro mientras se enderezaba, dejando que los temerosos ojos de la joven observarán a una sonriente rubia de brillante mirada dorada, con un suave sonrojo evidente en las mejillas de la joven intrusa. Y en cuanto la chica entendió la situación su expresión cambio, como si toda su felicidad fuese más que una mentira. Manteniéndose con una irritada expresión llena de tóxicos celos hacia cierta pelinegra.
—¿Qué quieres Toga? —la pregunta fue tosca, la interrupción de la rubia había llenado de ira al Amajiki. —Estoy ocupado con una hermosa señorita... —sonrió de medio lado mientras miraba de reojo a la pelinegra, tan indefensa y débil. Atada en la silla completamente a su disposición.
Los celos hirvientes se apoderaron de la chica, sonriendo forzadamente.
—Shigaraki te busca. —aviso oprimiendo su ira hacia la joven que había sido secuestrada por la liga de villanos.
Tamaki hizo una mueca, disgustado con la idea de alejarse de tan encantadora mujer. Impresionantemente atraído por ella, desde que comenzó a seguirla y saber sobre ella. Su obsesión por aquella pelinegra creció hasta llegar al punto de querer tenerla solamente para él.
Se acercó a la pelinegra, su cálida respiración rozando su tersa piel.
—Ningún estúpido héroe podrá rescatarte, Junko. —susurro a su oído, su voz ronca llenaba el sonido auditivo de la muchacha con crueldad. Aterrando su miserable existencia. —Eres mía... —Agrego con una sonrisa mientras se alejaba de la chica, dándole una última mirada antes de salir de la habitación, siendo seguido por la rubia.
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Suspiro tratando de tranquilizar su mente, pensando en la mejor forma de salir de aquel oscuro y húmedo lugar. Desconocía cuántas horas habían pasado desde que Tamaki se había ido junto a Toga, dejándola completamente sola en aquella habitación.
Miro a su alrededor, trataba de pensar en una solución a su gran problema. Sus pensamientos hicieron un click instantáneo al recordar que su brazalete –un regalo de su querido padre– no era una simple joya. Se abofeteó mentalmente por lo estúpida que había sido al olvidar el pequeño detalle que contenía ese brazalete. Respiro profundamente, concentrándose en buscar con sus dedos el pequeño botón que accionaria la navaja escondida en el brazalete.
Defensa personal. La única razón por la que aquella joya tenía un arma blanca escondida entre adornos. Dio un pequeño salto en su sitio al escuchar el intenso click que había hecho el brazalete, sintió entre sus dedos el filo de aquel objeto. Sin pensarlo dos veces comentó a cortar la soga que ataba sus manos, liberándose después de un tiempo, pudo mover sus adoloridas manos, quejándose en murmullos; agachándose y extendiendo sus manos para cortar la soga que ataba sus pies a las patas de madera de aquella silla.
Sonrió orgullosa de sí misma, aún no podía cantar victoria. Ese solamente era el comienzo del intenso peligro. Se levantó rápidamente de la silla caminando con sigilo entre la oscuridad de la habitación, buscando con sus manos la perilla de la puerta. Pocos fueron los segundos buscando aquel metal, que pronto lo giro buscando abrir el paso a su libertad. Siendo obstruida por el seguro. Maldijo internamente con desesperación. ¿Por qué no lo había pensado antes? La puerta estaba cerrada por afuera, estaba condenada a quedarse en aquel lugar.
Respiro hondo, acomodando sus pensamientos. Una idea llegó a su mente, patético y desesperado intento de escape. Aunque, lamentablemente para ella, era su única forma de salir. Se alejo un poco de la puerta, y se dio fuerza mental para lo que estaba a punto de hacer. Pateo la puerta, viendo como se agrietaba y tenues líneas de luz se veían. Agradecía que aquella puerta fuese de madera, una manera más fácil de conseguir la libertad que le fue arrebatada por aquellos sucios y crueles villanos. Por segunda vez, volvió a patear el alargado pedazo de madera, logrando que cada vez su objetivo avanzará más. Una tercera vez fue suficiente para poder salir por el pequeño hueco hecho en la puerta.
El pasillo estaba iluminado por los focos en las paredes, una decoración antigua y desgastada. Nada de su gusto, camino por los pasillos manteniéndose alerta de cualquier sonido. Buscando una salida de aquel lugar.
—¿A dónde vas con tanta prisa, Aizawa Junko? — pregunto una voz masculina a sus espaldas.
Se detuvo, maldiciendo su imprudencia. Volteó encontrándose con un peliceleste. Shigaraki la miraba atentamente, los ojos rojos intensos del chico analizaron a la prisionera antes de acercarse a ella.
Junko no sabía cómo reaccionar, estaba paralizada por el miedo. Observando a aquel villano acercarse a ella hasta estar a pocos centímetros de distancia. Lentamente la mano del peliceleste se dirigía al hermoso rostro de la chica.
—Ni se te ocurra tocarla, Shigaraki. —Tamaki sostuvo la muñeca de su compañero, obstruyendo su camino a la cara de la Aizawa.
—¿Por qué te importa, Amajiki? —reprendió con fastidio, irritado por la actitud sobreprotectora que tenía últimamente el azabache con respecto a la prisionera.
—Eso no es de tu incumbencia. —respondió con seriedad.
Tamaki le dirigió una mirada de indiferencia y molestia tomando fuertemente el brazo de la chica y obligándola a caminar por los pasillos. Junko trataba inútilmente de liberarse del fuerte agarre del chico, la estaba lastimando demasiado. Lágrimas comenzaban a salir de sus ojos oscuros.
—Suéltame... Me lastimas... —rogó entre sollozos, intentando una vez más liberarse del agarre.
El azabache respiro hondo, intentando controlar las intensas emociones que se apoderaban de su razonamiento.
—¡Tamaki, me lastimas! — exclamó mientras empujaba la mano del chico, tratando que la soltará, pero sus intentos eran nulos. Nada resultaba.
—Creí que, como hija de un héroe profesional, tendrías más resistencia al dolor. Al parecer me he equivocado, eres demasiado débil. —respondió sin mirarla, consumido por sus propios celos y odio hacia Shigaraki.
Nada ni nadie podía acercarse a lo que es suyo. Toda la liga de villanos sabía que aquella chica, su prisionera. Solo era de él.
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Aizawa Shōta no estaba para nada contento con la desaparición de su querida hija. Sus compañeros le pedían que mantuviera una frívola calma. ¿Qué padre podría estar en calma cuando su hija había sido secuestrada?
El paradero era totalmente desconocido, la guarida de la liga de los villanos estaba oculta. La desesperación se apoderó de su cansado cuerpo cuando noto que la señal había sido interrumpida, imposible rastrear el brazalete que le había regalado a su hija.
Si, fue demasiado ponerle un rastreador al brazalete de su única hija. Pero siendo un héroe profesional, odiado por muchos villanos, era aceptable saber dónde estaba en cualquier circunstancia.
—Debes tranquilizarte Aizawa...
—No pidas que me tranquilice All Might. —soltó con fastidio el pelinegro —Mi hija fue secuestrada por la liga de villanos. —recalco mientras lo fulminaba con la mirada.
El rubio suspiro haciéndose a un lado, dejando al héroe solo en aquel salón. La UA había dejado todo en manos de las autoridades y profesionales. Aun cuando ellos eran héroes no había mucho que pudieran hacer.
Aizawa suspiro, la preocupación lo carcomía. Su hija peligraba con aquellos crueles villanos, de solo pensar que él pudo haberlo evitado si hubiera estado con ella. Cerro sus palmas en puños y apretó con fuerza, mientras sus dientes se estrechaban por la ira.
Su celular sonó, por un momento no quiso contestar. Odiaba los números desconocidos, posiblemente otra compañía telefónica que insistía que cambiará su plan. No tenía mente para soportar las sugerencias de cualquier empleado a través de una línea.
Miro el número parpadeante, y suspiro mientras respondía la llamada.
—¿Quién habla? —preguntó de mala gana.
—Vaya. El gran héroe Eraser Head se digna a responder las llamadas. —se expreso con notoria burla la voz masculina a través de la línea.
—No estoy de humor para bromas. ¿Quién eres? —insistió totalmente irritado.
—Oh, ya nos hemos conocido antes. ¿No me recuerda, Aizawa-sensei?
—Amajiki...
La sorpresa se apoderó de su cuerpo mientras sostenía el aparato con fuerza. Recordando a tan tímido y talentoso chico. Ya no era él de antes, no. Siempre supo que había algo en él que estaba podrido. Nunca creyó que sus propias inseguridades lo transformarían en el villano que era hoy en día.
—Me alegra que me recuerde Aizawa-sensei. Han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos. ¿Se recuperó del antiguo encuentro con la liga de villanos?
Aizawa suspiro tratando de mantener la calma, buscando la forma de sacarle información a aquel chico que alguna vez fue un estudiante ejemplar de la UA.
—Desafortunadamente yo no pude participar en aquel encuentro...
—¿Dónde está mi hija? —pregunto firme, su expresión se endureció y su mano izquierda se apretaba con fuerza tratando inútilmente de contener la furia que recorría su cuerpo.
Una risa cruel se escuchó al otro lado de la línea, aquello lo desesperó.
—Ella está bien. No debe preocuparse por eso. Esta en muy buenas manos. —dijo con inquietante tranquilidad burlona. —Sé qué hará lo posible por recuperarla. ¿Por qué no hacer un trato? —sugirió manteniendo una sonrisa que Aizawa nunca podría ver.
—¿Qué clase de trato?
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Aizawa suspiro mientras recorría los pasillos de un almacén abandonado, seguido por un rubio estudiante ejemplar.
—Aizawa... ¿Me escuchas? —la voz de All Might se escuchó a través del audífono en su oído.
—Si. Te escucho All Might. —respondió en un susurro, su voz denotaba el característico sueño que siempre lo acompañaba.
No había nadie en aquel lugar. Se sentía frustrado al haberle hecho caso a un villano, se notaba su desesperación por tener a su hija sana y salva.
Suspiro volteándose para observar que el rubio ya no se encontraba a su lado.
—Aizawa-sensei. Venga, creo que encontré algo... —llamo el rubio estudiante, llegando a su lado para guiarlo hacia la habitación que había encontrado.
Al entrar, la puerta se cerró a sus espaldas, y de las sombras salió un joven de cabellos azabaches. Mirando a ambos héroes con el repudio que por años había cosechado.
—Aizawa Shōta y Tōgata Mirio... —una siniestra sonrisa se apoderó de su rostro. —Me es demasiado satisfactorio tenerlos a los dos aquí frente a mí.
—No quiero hacer esto, Tamaki. Entrega a Junko y nos iremos. —interrumpió Mirio mirando al Amajiki con la determinación que era característica fuerte de aquel chico.
Tamaki hizo una mueca al notarlo. Mirio había sido su amigo por muchos años, sin embargo, nunca sería como él. Siempre vivió siendo alguien tímido e inseguro.
Creyendo que jamás podría ser un héroe respetable y admirado. En cambio, su mejor amigo lo tenía todo para ser el mejor héroe profesional. Siempre envidio su gran determinación.
—Mirio, mi querido amigo. —la sonrisa de Tamaki volvió a retomar su lugar en el rostro del azabache. —¿Por qué haría algo como eso? Junko es mía.
—¡Junko no es un objeto, Tamaki! —exclamo molesto el rubio.
La tétrica sonrisa del azabache se amplio al haber logrado sacar, momentáneamente, de sus casillas a tan ejemplar alumno. Aizawa suspiro, aquellos adolescentes no entendían que era su hija, y preferiría mil veces que ella viviera sola en un departamento rodeada de gatos. Que con alguno de ellos dos.
—Estamos aquí como perdiste Amajiki. Habla. ¿Qué es lo que quieres para que me entregues a mi hija? —interrumpió el pelinegro cansado de la absurda discusión de aquellos dos ex-amigos.
—Cambie de opinión. Junko es una mujer bastante atractiva, tiene algo que me llena de curiosidad. Es demasiado débil. —explico sintiéndose un tanto confundido.
—La ayuda va en camino, Aizawa. —logro escuchar la voz de su compañero.
—¡Ni se te ocurra tocarla! —exclamo exaltado, mientras se abalanzaba hacia él en busca de atacarlo.
—Es demasiado tarde para prohibirme hacer algo que quiero hacer. —esquivo con facilidad en ataque del héroe, sabiendo que no podría contraatacar con su Quirk.
Tomo distancia antes de desaparecer entre el humo que se esparcía por la habitación cerrada. Aizawa y Mirio estaban atrapados, con aquel tóxico gas que los llevaría a su impredeciblemente doloroso fin.
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Encerrada en una habitación, Junko abrazo sus piernas y se hizo bolita en la cama. Sollozando. Había sido muy estúpida, su oportunidad de escapar fue desperdiciada por la imprudencia, de la que su padre siempre le había advertido.
Debió hacerle caso, cuando le había sugerido mantener un entrenamiento de defensa. Y mejorar su don. Las lágrimas abandonaban sus ojos al imaginar lo preocupado que debía estar su padre. Y cómo la estaría buscándola cuál loco con el alma fuera del cuerpo. Usando todas las conexiones que tuviera para encontrarla.
El sonido de la puerta abriéndose la hizo hundir su cabeza entre sus rodillas, cubierta con la sabana esperaba no ser vista en tan débil momento. Entonces sus ojos se abrieron llenos de sorpresa y terror al sentir como un cuchillo se clavaba con fuerza frente a ella, enterrándose en el colchón.Se levantó rápidamente mirando a su atacante, aquella rubia de antes la miraba con odio y disgusto contenido en aquellos dorados ojos que brillaban con una intensa sed asesina.
—¿¡Qué...?! —no podía formular palabra alguna ante el miedo que se apoderaba de su cuerpo. Congelando sus sentidos. —¿¡Qué demonios haces?!
—Acabar contigo. Tú... —apretó sus dientes mientras sacaba el cuchillo e intentaba volver a apuñalar a la pelinegra. —¡Me lo estás quitando!
Esquivo el cuchillo haciendo que nuevamente se entregará en el colchón. Jadeo confundida, no tenía ni idea de que era lo que aquella chica hablaba con tanto desespero. ¿Qué se supone que le había arrebatado?
—Detente Toga. —la voz de un peliceleste interrumpió el acto violento de la villana, tomándola de la muñeca evitando que el afilado objeto volviera a intentar apuñalar a la prisionera.
Himiko miro con terror a Shigaraki, pensando que el don del joven le desintegraría su brazo. Cerro los ojos esperando un dolor inhumano, mientras las cenizas caían en la cama y su mano faltaba. Pero, para su sorpresa, nada de eso paso.
Miro con sorpresa a la pelinegra enfrente de ella, sus oscuros ojos se habían tornado de un rojo brillante y carmesí.
—Tú... —le miro con sorpresa la rubia. Sorprendida de que ella la salvará aún cuando la había atacado violentamente. —Suéltame Shigaraki. —agrego molesta mientras bruscamente se soltaba del agarré de su compañero villano.
Junko parpadeo ante la incómoda resequedad de sus ojos, le parecía sumamente difícil creer que su padre llegase a soportar tanto tiempo sin parpadear. Los pasos retumbantes en la habitación les hicieron saber que alguien más se acercaba, Toga tomo su cuchillo y se alejo saliendo de la habitación, aparentemente molesta por su frustrado intento de asesinato.
Shigaraki se quedó frente a la joven, mirándola. Le parecía interesante, en cierta forma había algo en ella que era casi hipnotizante. Por mucho que quisiera, no podía tocarla, le era frustrante. Estiró su mano en busca del contacto con su tersa piel.
—Te he advertido que no la tocarás, Shigaraki. —la grave voz de cierto azabache interrumpió el tenso silencio que envolvía la habitación.
Tomura volteó encontrándose con Tamaki, mirándose a los ojos. Retándose con la mirada, chasqueo la lengua y ladeó su cabeza antes de caminar hasta donde el azabache se encontraba parado, pasando a su lado sin dirigirle la palabra, y saliendo de la habitación dejándolos solos.
Amajiki miro atentamente los movimientos y expresiones de la pelinegra sentada en la cama, matrimonial con un juego de sábanas rojas y negras, tan inocente que podría corromperla. Quería.
—¿Qué hizo?
—¿Ah? ¿Shigaraki-kun? —respondió confundida evitando mirarlo a los ojos.
A diferencia del peliceleste, Tamaki le causaba un miedo que helaba sus pensamientos. Se odiaba por tenerle tanto miedo. Había algo en él, todos sus sentidos se ponían en alerta cuando estaba cerca, su voz grave le causaba escalofríos, el miedo se apoderaban de ella con una ardiente llama que no podía identificar.
El azabache apretó sus puños tratando de contener su creciente irá. ¿Tanta confianza le tenía a Shigaraki como para decirle con un sufijo honorífico? De solo pensarlo la sangre le hervía de furia.
—Él... Él solo me defendió del ataque de Toga... —agrego sintiéndose en peligro. Tamaki se acercaba a paso lento y peligroso hacia ella.
Cada paso que avanzaba, ella retrocedía. Hasta que su espalda chocó con el respaldo de la cama y se vio acorralada por aquel cruel villano.
—Voy a mostrarte que solo yo seré importante para ti, Junko. —susurro a su oído, causándole un escalofrío a la chica. —Eres mía...
—Tamaki... —dijo en un murmullo y lo detuvo con su mano apoyada en el pecho del joven. Tratando que se detuviera antes de que pudiera hacerle algo que la cambiaría de manera radical.
No quería admitirlo, él era todo lo que podría desear. Siempre estuvo enamorada de él desde que lo vio, años atrás. Él estaba en la clase 1.A, su padre le daba clases en la UA. Ella de vez en cuando iba a visitar a su padre, llevándole algo de comer y se quedaba ahí hasta que pasaba la hora de almuerzo. Lo recordaba como un chico extremadamente tierno y tímido. Ya no había rastro de lo que en años pasados fue.
No quería tenerlo cerca, no podía. Si seguía así, la robaría completamente. Como el sucio y cruel villano que era, tomaría su corazón y se adueñaría de él. Su padre no estaría contento con sus pensamientos y decisiones. No había nada bueno en relacionarse con un villano.
—Me estás volviendo loco. —suplicó con voz grave. Podía ver la necesidad y el deseo a través de tan simple susurro que lograba llenarla de miles de emociones —Te deseo...
Tomo la mano de la chica que se apoyaba en su pecho bajándola hasta su entrepierna, haciéndola sentir el bulto creciente en sus pantalones. Un intenso sonrojo se apoderó de las mejillas de Junko, desviando suavemente la mirada; mientras sus pensamientos subían de tono, avergonzándola más.
Asintió suavemente, dándole una respuesta al azabache. Quién sonrió mientras se acercaba a ella para besar su cuello, mientras sus manos recorrían su cuerpo buscando memorizarlo.
—No sabes cuánto esperé para esto... —susurro a su oído, mientras su mano derecha se colaba en la camisa de la joven dirigiéndose hasta sus senos, tomando uno y amasándolo suavemente por encima del sostén. —Estos últimos meses, te observé y te deseé. Y ahora que puedo tenerte, no te dejaré ir tan fácilmente.
Se subió encima de la pelinegra, apoyando su mano libre en el colchón y presionando la intimidad de la chica con su rodilla. Levantó la camisa de la joven, apreciando el sujetador blanco de encaje que cubría sus senos; tentado a tocar aquellas suaves bolas de carne cubiertas por la estorbosa tela del sostén. Su mano libre se introdujo debajo de su espalda, dirigiéndose al broche que mantenía la prenda en su lugar. Liberando su pecho de la tela y encaje.
Sonrió con malicia, sentándose en la orilla de la cama busco algo en el cajón de la mesita de noche al lado de la cama; sacando de éste un largo trozo de tela negra.
—Ven aquí querida. —ordenó con voz ronca.
Obedeciendo a las órdenes del azabache, la joven Aizawa gateo encima de la cama hasta donde se encontraba el villano sentado a la orilla de la cama matrimonial. Sentándose a un lado de él, mirándole con un brillo de confusión en su negra mirada; su cuerpo tembló al sentir las manos del chico mientras éste le colocaba la venda, cubriendo sus ojos.
Tamaki tomo las manos de la chica y la jalo hacia él, sentándola a horcadas en su regazo.
Desabrochó su pantalón liberando su miembro de la tormentosa prisión de tela que lo envolvía, disfrutando del suave gemido que la pelinegra soltó cuando su miembro rozo con la humedad de sus bragas; con solo esa prenda obstruyendo su paso al cálido y húmedo interior.
Suspiro a su oído mientras bajaba el cierre de la falda y elevaba las caderas de la joven, deshaciéndose de aquella prenda. Su mano se dirigió hasta la entrepierna expuesta de Junko, haciendo la tela de sus bragas a un lado para meter uno de sus dedos en la entrada de la chica, moviéndose en círculos. No paso mucho tiempo para que pronto metiera un segundo dedo, moviéndolos de arriba a abajo y abriéndolos cual tijeras.
Deleitándose con aquellos dulces y sensuales sonidos que solían de la boca de la chica encima de él. Se acercó a su cuello, besando la tersa piel de Junko, mordiendo y chupando todo a su alcance.
—Tam-Tamaki. —Gimió con suavidad.
El nombrado levantó la mirada encontrándose con la más bella vista. Las mejillas de la joven estaban teñidas de un rojo intenso y un hilo de saliva caía por el costado derecho de sus rojizos labios.
—¿Sí? ¿Qué necesitas, cariño? —su sonrisa permaneció en su rostro, extendiéndose mientras su ser se llenaba de orgullo.
La tenía justo como siempre había deseado, sometida al placer que solamente él le otorgaba.
—Quítame... La ah~ venda, por favor. —suplicó completamente excitada. Los dedos del azabache hacían líos en su interior, sentía que tocaba el cielo.
Comenzó a mover sus caderas intentando seguir el ritmo de los de dedos en su interior, desesperada por conseguir su liberación.
—Te conozco lo suficientemente bien, como para saber que usarás tu don para detenerme. —sonrió, una sonrisa retorcida y llena de maldad.
Los dedos en el interior de la chica se convirtieron en tentáculos, haciendo que la pelinegra se sobresaltará y arqueará su espalda, llena de placer. Aquellas extremidades convertidas en los tentáculos de un pulpo alcanzaban lugares que jamás pudo haber imaginado.
—Si tan solo pudieras verte. Pareces una perra desesperada. —susurro a su oído. —¿Me quieres dentro de ti. Golpeándote una y otra vez hasta que llegues al orgasmo...? —pregunto con una sonrisa en su rostro.
Moviendo sus dedos en el húmedo interior de la joven, sabía que ella estaba completamente lista para recibirlo en su interior. Observo el rostro de la chica, memorizando cada una de sus sucias expresiones.
—Si... Ah~ Tamaki sí. —respondió con desesperó, queriendo al azabache dentro de ella.
Tamaki miro a la chica, sonrojándose ante la imagen frente a él. Un momento de debilidad, que agradecía nadie pudo verlo. Jadeo pesadamente mientras retiraba sus dedos del interior de la chica; regresándolos a la normalidad. Miro con detenimiento el líquido blanquecino en sus dedos sintiéndose tentado a probarlo.
Sus ojos se abrieron, maravillado por el dulce sabor que tenían los fluidos de la femenina. Sus manos regresaron a apretar sus caderas, antes de apresurarse a alinear su miembro en la entrada de la pelinegra; dando suaves roces que provocaban los sensuales jadeos y suspiros en aquella chica que había robado su corazón.
Trataba de mantener la poca cordura que le quedaba, pero escucharla gemir lo excitaba cada vez más.
—Tamaki~ —gimió Junko al oído del azabache.
Logrando enviar una placentera descarga por todo el cuerpo de Amajiki, haciéndole perder la cordura. Se introdujo en ella con una fuerte estocada, pero fue detenido por aquella frágil barrera que le interponía en la penetración. La chica era virgen, su primera vez la estaba entregando a él, un horrible y cruel villano.
Junko sintió un punzante dolor, haciendo una mueca de dolor se sostuvo fuertemente de los hombros de Tamaki.
—¿Por... qué te... detienes? —pregunto tratando de no pensar en el dolor en su entrepierna.
—Junko...
—Continua. —interrumpió mordiéndose el labio inferior para evitar quejarse del dolor.
Tamaki suspiro aferrándose a las caderas de la pelinegra, introduciéndose por completo en su interior con una risa y certera estocada. Se mantuvo inmóvil; apretando las caderas de la joven encima suyo, conteniendo sus ganas de moverse en un intenso y salvaje vaivén. Intentando mantener la cordura y esperar pacientemente a que la pelinegra se acostumbrará a su gran tamaño.
Escondió su cara entre el huevo de su cuello y hombro; besando y mordiendo aquella sensible zona. Sus manos viajaron de las caderas de Junko hasta sus senos, apretando y masajeando aquellas bien proporcionadas bolas de carne. Dejando un rastro de besos húmedos que iban desde el cuello de la chica hasta su pecho derecho, besándolo con suavidad antes de succionarlo.
—Tamaki... —suspiro removiéndose encima del azabache.
Apretó las caderas de Junko, incitándola a saltar encima de él. Adentrándose al tentador juego del placer lujurioso. Sintiendo que podría llegar en cualquier momento si aquel intenso y sensual vaivén seguía el mismo ritmo rudo.
—Mierda... Ah~ si, sigue apretándome cariño... —jadeo completamente excitado, hipnotizado por la erótica imagen que presenciaba.
La pelinegra saltando encima de él, con una venda negra cubriendo sus ojos, su cabello enmarañado, el sudor cayendo por su frente, con la respiración agitada y gimiendo a gritos su nombre.
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Aizawa miro la habitación a su alrededor, cansado buscaba una solución antes de que aquel haz venenoso llegará a afectar su organismo. El rubio estudiante que lo acompañaba había utilizado su Quirk para salir de la habitación y buscar los controles que controlaban aquella habitación.
Pronto su vista se comenzó a tornar borrosa, mareado se recargo en la pared, observando como el gas se dispersaba y las puertas se abrían.
Salió de la habitación, reencontrándose con Mirio. Ambos comenzaron a recorrer los pasillos de aquel lugar en busca de la pelinegra. Deteniéndose de vez en cuando, debido al débil estado del héroe profesional. Había estado en esa habitación rodeado de gas venenoso por mucho tiempo, cosa que había terminado por afectarlo gravemente.
Paso un tiempo, buscando en las habitaciones que encontraban, yendo de pasillo en pasillo; hasta que al final del corredor, la última puerta fue abierta. Dando paso a que la luz llenará la oscura habitación. Dejando que los dos héroes observarán a una mujer atada a una silla, con los ojos vendados; su ropa estaba desarreglada y algo arrugada. Con sus piernas temblando y las lágrimas cayendo de sus mejillas.
Mirio corrió hacia la pelinegra para desatarla, mientras el mayor se quedaba en el umbral de la puerta observando la apariencia de su hija. Pensando en que pudieron haberle hecho la peor tortura psicológica, pues temblaba de miedo.
¿Verdad?
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Junko suspiro mirando desde su ventana el cielo nocturno, eran aproximadamente las 9 de la noche y ella apenas salía de bañarse. Habían pasado más de una semana desde que fue salvada por su padre y Mirio.
Aquel rubio la visitaba con frecuencia después de sus clases en la UA, trayéndole algunos obsequios y comida, haciéndole compañía toda la tarde hasta que el sol comenzaba a oscurecerse.
Suspiro recordando al azabache que había robado su corazón, después de ese momento tan especial que habían compartido. Sabía que lo volvería a verlo nunca más. Una relación con él, en definitiva, estaba prohibida por su padre.
—¿Estás pensando en mí o en él...? —una pesada voz masculina se escuchó, sacando a la pelinegra.
La joven miro al azabache que entraba a través de su ventana, acercándose a ella peligrosamente. Acorralándola contra la pared.
—No creas que no me di cuenta que Tōgata se quedaba contigo. A solas... —le miro con ardiente molestia en sus ojos.
—¿Estás celoso de Mirio-kun? —sonrió divertida por las palabras del azabache.
—Solo te recuerdo que tu eres mía... —susurro a su oído mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo hasta tomar firmemente las caderas de la joven.
Junko dio un brinco, sorprendida por el fuerte agarre, mirando al villano a los ojos se dio cuenta que se había metido en aguas peligrosas.
—Ahora que lo recuerdo... —su voz ronca fue una alerta de peligro para ella. —No hemos terminado lo que habíamos comenzado ese día en aquella habitación.
La sonrisa de malicia que Tamaki poseía le causó un gran escalofrío a la joven. Queriendo correr lejos de él y pedir ayuda. Sin embargo, pensó en todo el placer que aquel azabache podría otorgarle.
—¿Tienes una venda?
Aquella pregunta hizo que la sonrisa del villano se extendiera aún más, acercándose a ella para besarla con intensidad.
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