En la arena, el ambiente era extremadamente pesado.
Yuan Jingfu estaba completamente enfurecido.
Su reputación y dignidad estaban ahora en ruinas.
¿¡Cómo se atreve este chico a ignorar sus palabras! —Dio un paso adelante—, y la plataforma tembló levemente. El polvo voló hacia el aire y una fuerte intención de matar envolvió a Ye Chen.
—¡Mocoso, el duelo ya estaba decidido! ¿Por qué todavía tienes que matarlo? ¿No me dirás que deliberadamente ignoraste mis palabras?! —La voz de Yuan Jingfu llevaba un rastro de frialdad. El público estaba en vilo. Parecía que algo aún más grande estaba a punto de ocurrir.
Los ojos de Ye Chen se estrecharon mientras sonreía.
—¿Quién crees que eres? ¿Por qué debería escucharte?
—¿Estás preguntando quién soy? —Yuan Jingfu se rió entre dientes.
—Soy el árbitro de tu duelo. ¿No es suficiente?
Ye Chen lo miró indiferente.
—No es suficiente.
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