—Vamos, Pequeño Conejito —dijo mientras se acercaba a mí—. Me estaba levantando y llevándome a mi silla de ruedas. A él también le estaba costando llevarme ahora. No es que pesara demasiado, eso nunca sucedería con el hombre más fuerte del mundo siendo tu compañero. No, la razón por la que era incómodo era porque mi vientre era tan grande que me resultaba difícil sentarme correctamente en sus brazos. Realmente era enorme. Pero no me importaba. Todo esto era por el bien de mis bebés. Haría cualquier cosa por ellos. Me aseguraría de que crecieran grandes y fuertes dentro de mi vientre antes de dejarlos salir. Serían los trillizos más fuertes del mundo.
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