—¿Qué pasa, Pequeño Conejito? —supongo que algo de la decepción se reflejó en mi rostro.
—Nada. —desvié la mirada de él y de las máquinas que me mantenían atada a la cama.
—No me des esa. ¿Qué sucede? ¿Todavía duele?
—No. —Y no era así. Solo quería acostarme en mi cómoda cama. Eso era todo. Quería disfrutar de mi tiempo mientras me sentaba y hablaba con mi esposo.
Aunque era agradable estar relajada y acostada, esta seguía siendo una cama de hospital y eso significaba que, por definición, era horrible. No quería estar en una cama de hospital en mi propio dormitorio. No, quería algo más suave.
—Entonces, ¿qué es, Pequeño Conejito? Por favor, cariño, dime. —Reece todavía estaba tan preocupado por mí que no quería que le ocultara nada. Bueno, está bien, podía decírselo.
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