—Aún no te he hablado de mi deseo, Iris —Caña besó sus nudillos, mientras se arrodillaba delante de ella. Su corazón estaba tan pesado, pues aún le resultaba difícil hablar sobre lo que sentía y lo que tenía en mente.
Siempre había sido más fácil dar una orden, en lugar de ser tan vulnerable al dejar que la otra persona supiera lo que realmente sentías. En el mundo de Caña, mostrar tus emociones tan abiertamente era algo prohibido.
Aun así, ahí estaba Caña; tratando de decirle cuánto la deseaba.
—¿Deseo? —Iris frunció el ceño. Lo había olvidado por completo.
—Gané, ¿recuerdas? —Caña rió levemente.
Sólo entonces Iris recordó a qué se refería Caña con eso. Apretó los labios. —Me engañaste, ¿cómo puedes llamar a eso una victoria?
—Gané y tú concederás mi deseo, ¿verdad? —Caña enfatizó esto, parecía casual y casi como si estuviera jugando, pero la forma en que miraba a su compañera, él cumpliría cada palabra que decía.
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