—Ese no es mi hogar. Nunca lo será. No pertenezco a esta manada —Iris tomó la decisión, estaba cansada de intentar encajar.
Si después de todo lo que había hecho, todavía le daban la espalda tan fácilmente, literalmente la veían como una extraña, entonces nada de lo que pudiera hacer importaría.
—Los metí en el calabozo, ¿qué quieres que haga con ellos? —Caña se acercó a ella y acarició su cabeza, la animó a mirarlo.
—¿Importa eso siquiera? —preguntó Iris, sus ojos azules se apagaron. Tristeza se desprendía de su voz—. De todos modos me odiarán.
Caña comprendió eso. Ella, defenderse a sí misma solo haría que la incómoda relación entre ella y el miembro de la manada se volviera aún más tensa y su participación no resolviera el problema. La profundidad del problema era más profunda de lo que Caña podía controlar.
—Me aseguraré de que no te falten al respeto de nuevo.
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