Sunny estaba de pie en el suelo de una vasta arena ovalada. Estaba cubierta de arena, que hace mucho tiempo se había vuelto roja por toda la sangre derramada entre estos muros antiguos. El sol despiadado ardía en el cielo incandescente, y el olor del sudor, la sangre y la muerte asaltaba sus fosas nasales.
—Qué... realista.
Un poco perturbado, Sunny miró a su alrededor y vio las gradas altas del anfiteatro elevándose por encima de la arena empapada de sangre. Esos eran los asientos de los espectadores. Una multitud los aclamaba, sus voces llenas de fascinación macabra, crueldad y alegría. Tanto hombres como mujeres vestían túnicas arcaicas que dejaban al descubierto sus brazos y hombros. Con sonrisas sedientas de sangre distorsionando sus rasgos, parecían una horda de demonios lujuriosos.
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